Viernes, 4 de diciembre del 1987
Ya estamos en diciembre y se nota. Todo el mundo ha venido hoy a clase con suéteres gordos e incluso chaquetas. Bueno, todo el mundo no, Yaiza ha venido en camiseta de manga larga, pero sin más abrigo, debe de estar enferma con sofocos o pasando frío.
Cada vez somos más los que no nos interesamos por ver los partidos de fútbol que echan en el recreo. Solemos reunirnos en nuestra esquina habitual al menos quince personas, aunque hoy somos veintidós.
Todos somos del último curso, a excepción de Claudia y algunos de sus amigos, que son de tercero. No sé cómo acabamos formando un grupo tan grande, pero es agradable pasar el recreo riéndote de cualquier tontería para recargar energía antes de volver al aula.
—¿Tu abuela te dio algo para nosotras? —me pregunta Cecilia, nada más llegar a mi lado.
—Sabes muy bien que sí —le respondo mientras le ofrezco el desayuno para ella y su mejor amiga, el cual les traigo todos los viernes sin falta.
—Esa señora es la mejor —me agradece Sandra con una sonrisa.
—Yo también me he olvidado de mi desayuno —dice Silvia para la sorpresa de todos los presente.
No me ha dirigido la palabra desde la verbena en Buenavista a finales de octubre, e incluso me evita intencionadamente y si nos cruzamos en el pasillo del instituto, siempre se las arregla para no tener siquiera que mirarme.
—Mi abuela solo me dio el desayuno de Cecilia y Sandra, pero puedo darte la mitad de mi bocadillo. Hoy no tengo mucha hambre —le ofrezco a Silvia mientras noto que todos están pendientes de nuestra conversación.
—Gracias —me agradece Silvia al aceptar la mitad del bocadillo que le ofrezco.
—¿Cómo te va? —le pregunto a la que fue la primera chica que he besado, intentando disimular el silencio que reina entre mis amigos debido a su presencia.
—Más o menos —me dice ella un poco triste y me da un poco de lástima.
—¿Qué van a hacer este fin de semana? Aún no me puedo creer que el lunes y el martes no haya clases, serán cuatro días sin pisar el instituto —nos pregunta Claudia a todos para, posiblemente, evitar el silencio incómodo que se estaba formando debido a la extraña visita de Silvia.
—A mí me toca irme a El Hierro a ver a mi abuela —se queja Iván, que cada dos o tres semanas se va en barco a ver a sus familiares que viven en la isla.
—Nosotras vamos a hacer galletas, ya que la vecina de Sandra es alemana y nos ha dicho que nos va a enseñar porque en su país se hacen para el seis de diciembre —nos cuenta Cecilia.
—Yo me voy de acampada con unos amigos para poder coger olas dos días en el sur sin tener que estar yendo y viniendo a casa —intervengo yo.
—Pues yo también me apunto. ¿Vas con Efrén y Bruno? —me pregunta Claudia.
—No, con Pedro, un amigo de ellos dos. Aunque hace dos días que ya se han ido a acampar media docena de sus amigos y posiblemente ellos vayan el domingo —le explico.
—Llevamos mi caseta que es enorme y, así, tenemos suficiente espacio por si por la noche ligamos —me dice Claudia, resuelta, que ya ha olvidado a su exnovio.
—¿No tienes frío? —le pregunto a Yaiza, cambiando de tema, parece que no puede pintar bien el dibujo que está haciendo porque le tiemblan un poco las manos, posiblemente, debido al frío que está pasando.
—Un poco —responde.
—Ponte mi chaqueta, el suéter que tengo abriga muchísimo —le digo mientras le ofrezco mi chaqueta, la cual acepta con una pequeña sonrisa.
Yaiza no habla mucho y he notado que no le gusta llamar mucho la atención. Cuando se sienta con nosotros siempre tiene una libreta en las manos y se pasa el recreo dibujando en ella con un lápiz. Nunca le he preguntado qué es lo que dibuja, aunque varias veces he sentido curiosidad.
Suele sentarse con Cecilia en clase, creo que son primas, aunque Yaiza es un año mayor y está repitiendo curso porque le quedaron dos asignaturas, Física y Química y Matemáticas. Parece ser que se le dan fatal las ciencias, pero ella se empeñó en escoger esas asignaturas, algún día le preguntaré el porqué.
—Gracias, te la devuelvo cuando volvamos a clase —me agradece Yaiza la chaqueta.
—Me la puedes dar la semana que viene —le respondo, sin darle mucha importancia.
—Hoy se me ha hecho tarde y, con las prisas, me olvidé de mi abrigo —se excusa Yaiza, sin dejar de pintar.
—¿Viste ayer a Mario? —le pregunta Cecilia a su prima por su novio.
—Sí, llegó ayer por la tarde y pasó por casa, por eso me acosté tan tarde —le responde Yaiza.
—¿Y qué tal fue? —se interesa Sandra.
—No lo sé —fue la única respuesta que da.
No lo sé puede significar cualquier cosa, pero, a la vez, no significa nada. Puede ser que les haya ido genial, pero que no esté del todo segura o fatal y estar en la misma situación.
Yo no conozco a Yaiza desde hace mucho tiempo porque antes iba a otro instituto y comenzó a venir al nuestro este curso, aunque solo está haciendo las asignaturas que le han quedado por libre. Por lo que he podido intuir, tiene o tenía un novio, Mario, que era el chico más guapo de su antiguo instituto. Mario está estudiando enfermería en Ronda, Málaga, porque parece ser que no consiguió la nota suficiente para estudiar en la Universidad de La Laguna.