Antes De Que Mate

CAPÍTULO OCHO

De niño, uno de sus pasatiempos favoritos había sido sentarse fuera en el patio de atrás y observar cómo su gato acechaba el patio. Era especialmente interesante cada vez que daba con un pájaro o, en cierta ocasión, con una ardilla. Había observado cómo el gato se pasaba quince minutos acechando un pájaro, jugueteando con él hasta que finalmente le atacaba, rompiéndole el cuello y lanzando sus plumitas por el aire.

Pensaba ahora en ese gato, mientras observaba a la mujer llegar a casa de una noche más de trabajo—un lugar de trabajo donde se ponía de pie en un escenario y complacía sus deseos carnales. Como el gato de su vecindad, él la había estado acechando. Había desechado la idea de llevársela del trabajo; la seguridad era estricta y hasta debajo del resplandor apagado de las farolas por la mañana, había demasiadas posibilidades de que le cogieran. En vez de ello, había estado esperando en el aparcamiento de su edificio de apartamentos.

Aparcó directamente delante de las escaleras en el extremo derecho del edificio, ya que esas eran las que ella solía utilizar para subir a su apartamento en el segundo piso. Más tarde, después de las tres, subió esas escaleras y se quedó a esperar en el descansillo entre la primera y la segunda escalera. Había una iluminación precaria y un silencio total a estas horas de la noche. Aun así, tenía un viejo teléfono móvil que utilizaba de señuelo y se ponía rápidamente al oído para aparentar que hablaba con alguien si alguna persona pasaba por allí.  

 Ya le había estado siguiendo dos noches y sabía que llegaría a casa en algún momento entre las tres y las cuatro de la mañana. En las dos ocasiones que le había seguido y había aparcado en el lado opuesto de la calle, solo había visto a una persona utilizar esas escaleras entre las tres y las cuatro de la madrugada, y estaba claramente embriagada.

De pie en el descansillo, vio cómo ella aparcaba su coche y ahora la observó salir de él. Incluso con ropa de calle, parecía que estuviera presumiendo de piernas. ¿Y qué otra cosa había estado haciendo toda la noche? Mostrando esas piernas, haciendo que los hombres la desearan.

Ella se acercó a la escalera y él se puso el teléfono a la oreja. Unos cuantos pasos más y ella estaría justo enfrente de él. Sintió como sus pantorrillas se ponían tensas, anticipando una carrera, y una vez más pensó en el gato de su infancia.

Al escuchar los leves sonidos de sus pasos más abajo, empezó a fingir que hablaba. Hablaba en voz baja pero no de una manera sospechosa. Pensó que quizá hasta le lanzaría una sonrisa cuando apareciera.

Y entonces llegó ella, subiendo al descansillo, dirigiéndose al segundo tramo de escaleras. Ella le miró, vio que estaba ocupado y que parecía inofensivo, y le hizo un breve gesto con la cabeza. El asintió de vuelta, sonriendo.

Cuando le dio la espalda, actuó con rapidez.

Metió la mano derecha en el bolsillo de su chaqueta, y sacó una bayeta que había empapado en cloroformo unos segundos antes de salir del coche. Utilizó su otro brazo para agarrarla por el cuello, arrastrándola hacia atrás y levantándola del suelo. Ella solo pudo dejar escapar un pequeño chillido de sorpresa antes de que la bayeta le presionara la boca.

Se defendió de inmediato, mordiendo y arreglándoselas para hundir los dientes en su dedo meñique. Le mordió con fuerza y al principio estaba seguro de que le había arrancado el dedo. Se retiró por un instante, pero fue suficiente para que ella pudiera alejarse de él, deshaciéndose de la sujeción que le había aplicado alrededor del cuello con su brazo izquierdo.

Ella comenzó a subir las escaleras y dejó escapar un gemido. Sabía muy bien que ese gemido se convertiría en un grito en cuestión de segundos. Se lanzó hacia delante, extendiendo su mano y agarrando esa pierna desnuda y sedosa. Las escaleras le golpearon en el pecho y el estómago, dejándole sin respiración, pero aun así fue capaz de tirar fuerte de su pierna. Con un gritito desesperado, ella se cayó al suelo. Hubo un sonido estremecedor cuando su rostro se dio de bruces con las escaleras. Ella se puso a cojear y él subió las escaleras de inmediato para echar un vistazo con más detenimiento. Se había golpeado en la sien con las escaleras. Sorprendentemente, no había sangre, pero hasta en esa débil luz, podía asegurar que se estaba empezando a formar un coágulo.

Moviéndose con rapidez, puso la bayeta de vuelta en su bolsillo, descubriendo que le había hecho una mordedura bastante seria en su dedo meñique. Entonces la recogió y se dio cuenta de que sus piernas carecían de firmeza. Había perdido el conocimiento, pero él ya se había encontrado antes con esto. La recogió por el lado donde se estaba formando el coágulo y apoyó todo su peso en ese lado. Entonces la bajó por las escaleras con un brazo alrededor de su cintura, sus pies arrastrándose inútilmente detrás de ella. Con su otra mano, llevó el teléfono mudo a su otra oreja en caso de que pasara alguien en los cerca de cinco metros que les separaban de su coche. Tenía sus respuestas preparadas en caso de que eso sucediera: No sé qué decirte, hombre. Estaba borracha— inconsciente. Creí que era mejor llevarla de vuelta a su casa.

Sin embargo, la hora tardía hizo que esa pequeña interpretación no fuera necesaria. Las escaleras y el aparcamiento estaban absolutamente vacíos. La metió en su coche sin incidencias, sin ver a nadie.

Arrancó el coche y salió del aparcamiento dirigiéndose hacia el este.

Diez minutos después, cuando su cabeza se golpeó suavemente contra la ventanilla del copiloto, ella murmuró algo que él no pudo entender.

Él extendió la mano y le dio unas palmaditas en la suya.

“Está bien,” dijo. “Todo va a ir bien.” 



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En el texto hay: crimen, crimenes, accion

Editado: 07.08.2024

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