Antología de historias mágicas y misteriosas

Los herederos de la Muerte

—Bueno ya la has apreciado lo suficiente. Ahora vámonos — Habló Aiden con su voz ronca.

Aiden trató de alejarse un poco pero yo lo tomé por la sudadera para que no se alejara demasiado.

"Aún no podemos irnos" Le dije " No hemos explorado "

Ambos nos encontrábamos afuera de una antigua de la ciudad.

—No me interesa. No quiero morir ni ver fantasmas — Dijo Aiden molesto, marcando aún más su acento español.

"No puedes morir" Le recordé sin apartar la mirada de la casa "Ya estas muerto"

Desgraciadamente, era verdad. Aiden había muerto cuando tenía tan solo 19 años y antes de yo naciera. Fueron circunstancias extrañas y ni siquiera él recordaba muy bien que había pasado, más que recuerdos fugaces.

—Lo se pero un fantasma aún puede hacerme daño —

Decidí ignorarlo. Siempre pasaba esto. Cada vez que quería explorar un poco Aiden se quejaba constantemente y no podía permitirme hacerme eso porque "Su deber era cuidarme". No sé qué tan verdad era eso; tal vez simplemente quería evitar que me metiera en problemas o que me hiciera daño.

Aiden continuaba quejándose cuando comencé a trepar la reja que nos separaba de la casa.

—¿A dónde vas? —

No contesté. Simplemente salté de la reja para finalmente estar en el patio.

—¡Vitalina! — Aiden gritó desde el otro lado de la cerca de metal oxidado.

Caminé lentamente por el jardín principal de la casa. Se veía abandonada. Cristales rotos, muros desgastados y una puerta de madera hinchada. El pasto era tan largo que me llegaba hasta la cintura; tenía que pisar con cuidado para no tropezar con ladrillos abandonados de esos muros mal fachados.

Avancé por el pórtico de la casa hacia la puerta. Giré la perilla y trate de abrirla, pero estaba tan hinchada por la humedad que no se movió ni un poco.

—Una pena que no podamos entrar — Comentó Aiden sarcásticamente. — Bueno, ya vámonos. — Y comenzó a alejarse flotando lentamente.

Había caminado demasiado, trepado una reja y en general me había esforzado mucho como para irme sin más. Además de que la curiosidad que me había generado todo lo que se decía de esta casa me ganaba. Tomé impulso y golpeé la puerta con todo mi peso, con la esperanza de que se abriera, y después de un par de intentos lo logré. Sonreí para mí misma. Mientras sentía como Aiden ponía la misma cara de frustración que hacía siempre que yo lograba mi cometido y él se veía arrastrado por mí a un posible problema, de nuevo.

Entré cuidadosamente a la casa y dejé la puerta entreabierta detrás de mí, por temor a no poder volverla a abrir.

En cuanto entré, lo primero que percibí fue el penetrante aroma a humedad, era increíblemente fuerte. Los muebles de la sala estaban desordenados y lanzados como si alguien se hubiese peleado dentro, una pelea bastante violenta. Había plantas atravesando la hinchada losa de madera del piso y musgo creciendo en las paredes.

Caminé a través de la sala viendo el terrible estado de las cosas que había ahí. Libros, pinturas, muebles, todo echado a perder. Seguí caminando hacia la cocina y me acerqué hacia una vitrina al lado del comedor con sillas podridas. Dentro había algunos juegos de vajillas que estaban impecables, algo extraño considerando el estado del resto de la casa. Lo más que llegaban a tener era algo de polvo, pero fuera de eso estaban intactos.

—Vitalina, no sé a qué quieres llegar con esto, sal de ahí y vámonos a casa por favor, te va a salir un animal o algo. — Dijo Aiden notoriamente nervioso.

—Vamos, es divertido explorar, mejor ven a ver las increíbles vajillas que hay aquí. Con suerte hasta son de colección. —Le respondí a Aiden, que me miraba preocupado desde la puerta.

—Vamos Vida, no tengo un buen presentimiento sobre este lugar, cada parte de mi membrana se pone de punta. -

—Sólo es tu nerviosismo, Aiden. Ven, vamos al almacén a ver qué hay. —

Me asomé a una puerta que estaba entre la cocina y un pasillo. La abrí y para mi sorpresa se abrió sin el mayor cuidado. Haciendo un chirrido irritante (y espeluznante si me permiten decirlo) , ya saben, típico de las casas embrujadas. Al abrirse la puerta, noté que era un pasillo angosto, con unas escaleras de las cuales sólo veía unos 3 o 4 escalones de madera para que conducían a una total oscuridad. Un interruptor y una bombilla colgando del bajo techo justo sobre mi cabeza. Estaba meditando si bajar o no, inclinándome a que sí, cuando escuché a Aiden desde la sala.

—¡Vitalina! No estarás pensando en bajar a un almacén abandonado en total penumbra de la casa más embrujada de la zona, ¿verdad? Sabes que alguien nos puede hacer daño, ¿no?

Explorar casas era un extraño pasatiempo que tenía desde los doce años. Y desde la primera vez que lo hice Aiden siempre trataba de detenerme por miedo a que me hiciera daño. En parte le daba la razón, ir a una casa abandonada no era lo más seguro del mundo pero tampoco era que escogiera cualquier casa; usualmente escoge las que tenían una historia detrás, las que todo el mundo rumoreaba que se escuchaban voces; yo escogía donde había fantasmas.

Otra razón por la que me gustaba hacer esto era por la historia que había detrás de estas casas. Muchas veces tenían muebles antiguos, libros y toda clase de cosas que uno no podría imaginar, y a pesar de explicarle miles de veces y asegurarle que todo estaría bien, Aiden insistía siempre en que no lo hiciera porque me metería en problemas. Podría tener razón, pero siempre hacía caso omiso porque nunca me pasaba nada.




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