Mi vida giró en torno a burlas y malos entendidos. Todos me culpaban de sus desgracias. Me apartaban. Me excluían de su entorno.
Con el tiempo, la pequeña semilla del rencor fue floreciendo dentro de mí hasta que las raíces se asentaron firmemente en mi corazón.
Los odiaba a todos. A mi familia, a mis amigos, profesores, compañeros de clases que solo me veían por encima del hombro.
Solo me tachaban de reprimida y bicho raro.
Pero me cansé. Si todos querían jugar conmigo, entonces yo haría los mismo con ellos.
El deseo de venganza me guió a la idea perfecta. No necesitaba la presencia de nadie. Con solo elaborar muñecos de trapos y seguir las indicaciones de aquel libro era suficiente.
Me llevó toda la noche, pero logré mi objetivo.
La fiesta de alfileres y pirotecnia junto a los muñecos no se hizo esperar. Mi risa era la música del ambiente y la luz de la lámpara iluminaba la agonía de mis pequeños trapos.
La mañana siguiente, mi familia no se levantó a la hora habitual ni tocaron la puerta de mi habitación. Estaban rompiendo sus estrictas reglas de horario.
Sabía el por qué y sabía que nunca volverían a molestarme.