El rasgar del lápiz era sobre el papel era lo único que se escuchaba en aquella habitación, a mitad de la madrugada bajo la luz de una lámpara, ¿Cuándo había sido la última vez que durmió una noche completa? Si era sincero consigo mismo ya lo había olvidado, pero al menos podría decir que durmió un poco más de lo que recordaba… solo un poco.
Solo sabía que desde hacía un tiempo despertaba a mitad de la noche, sin recordar la mayor parte de los sueños extraños que tenía, luego de pasar casi toda su vida sin soñar. Solo recordaba cosas vagas, como retazo de una conversación que estaba seguro de no haber escuchado nunca, como si fueran recuerdos de otra persona. Y la falta de comunicación constante y normal con el resto del mundo le llevó a buscar posibles soluciones en Internet, solo encontró que escribir lo poco que recordase podría ayudarle a tener sueños vividos y conservarlos mejor en su memoria.
La verdad era que le tenía muy poca fe a esa práctica, le costó crear el hábito y sacar de su cabeza la idea de que estaba escribiendo un diario, cosa que le parecía simplemente ridícula; sin embargo, ese pequeño hábito se había convertido en su escape, al punto en el que le había tomado cariño a su libreta, dedicando algunos minutos al día a decorar las páginas en las que ya había escrito.
Fue breve, pero consiguió escucharlo más claramente que en otras noches, las hojas secas crujían fuera de su ventana, como si un animal pesado caminara con lentitud, como quien se oculta entre las sombras detrás de un árbol merodeando a su presa.
La curiosidad le superó, tenía varias noches escuchándolo, era insensato de su parte, pero juraría haber escuchado esta vez su nombre susurrado en medio de las pisadas, solo quería saber quién podría buscarlo a altas horas de la noche, por lo que apago la lámpara de su escritorio para fingir que se iría a dormir y tomo una linterna de la mesita junto a su cama.
Salió de su habitación procurando hacer el menor ruido posible, afuera el pasillo se encontraba en penumbras, la poca luz que se filtraba a través de la ventana se opacaba por momentos dándole un aire fantasmal a las cortinas, por un segundo pensó que allí podría materializarse un fantasma.
Se acercó a la ventana, pero no pudo ubicar lo que generaba aquel ruido, estaba por regresar a su habitación cuando percibió movimientos entre los arboles al otro lado de la calle desierta, lentamente el brillo plateado de la luna se tornó rojo, desde donde estaba no alcanzaba a verla, pero suponía que ella debía estar cubierta de este color y sintió una mirada pesada desde el otro lado de la calle, como si el bosque lo llamara, clamando por su presencia… así como la luna se tornó roja, recupero su habitual brillo, y con ello se desvaneció la fuerte sensación de que el bosque lo estaba mirando. “Lo más sensato”, pensó alejándose de la ventana, “Sería irme a dormir, esperar a que esclarezca la mañana”.
Contrario a lo que era habitual, logró conciliar el sueño al tocar su cama, abrumado por un cansancio repentino, despertando bruscamente unas horas después por los gritos de su madre apresurando a su hermana para ir a la escuela.
— ¡Jerome! — Le gritó su madre al otro lado de la puerta— ¡Te he dejado el desayuno servido y por favor busca a Alfred! ¡No lo encuentro por ningún lado!
La palabra desayuno hizo que tomara conciencia del hambre que tenía, su madre no le dio tiempo de responder con los dos golpes a su mesa de noche, cuando estaba procesando el resto de la información sobre el gato, ella ya estaba bajando por las escaleras con tanta prisa que sus pasos resonaban con fuerza sobre los escalones alfombrados, sin haberse cerciorado si quiera si él estaba despierto o no.
Luego de desayunar y sin tener nada más que hacer, empezó a buscar a Alfred por la casa con su plato lleno de su comida preferida para atraer al animal, al no encontrarlo, lo buscó en el patio trasero donde tampoco lo encontró, al revisar en la parte delantera de la casa, vio al gato al otro lado de la calle, sentando muy quieto mirando fijamente hacia la entrada principal.
Intento atraerlo haciendo algo de ruido con el plato, pero Alfred no se inmutó, así que, decidido a traer de nuevo al gato a la casa, cruzo la calle desierta, al verlo cerca, el gato se levantó y se adentró en el bosque, mirando de tanto en tanto detrás de sí, deteniéndose a unos pocos metros esperando a que Jerome lo siguiera.
“Bien, si el gato quiere que lo siga…”, pensó caminando detrás de Alfred. A medida que avanzaba, el bosque se hacía más denso, y la atmosfera era más pesada, a cada lado del camino aparecieron algunas piedras cubiertas de musgo. El camino culminaba en una plaza en medio de un claro, desde donde estaba, pudo ver otros caminos que se perdían en el bosque, en el centro de aquella plaza había una fuente pequeña pero elegante, coronada por una estrella de dieciséis puntas, el camino que llevaba a ella estaba adornado con adoquines que representaban las fases de la luna, entre los que crecía la maleza.
Al otro lado de la plaza había un imponente arco medio derruido cubierto de hiedras y musgos, en la sima tenía una inscripción en un idioma que no pudo identificar, al otro lado pudo vislumbrar vestigios de un laberinto, tenía la sensación de estar en un lugar onírico, pese a la pesadez del ambiente, se sentía cómodo en aquel lugar.
Despertó abruptamente en su cama, aturdido por la luz que entraba a través su ventana, podía escuchar a su madre apresurando a sus hermanas para ir a la escuela, se levantó con pesadez.