–¿Dónde estabas? –Rachel la mira en cuanto Brooke entra en la habitación–. ¿Has salido a correr? ¿Tan temprano?
–Sí, me desvelé y no podía dormir –se encoge de hombros y saca un conjunto rápido de su armario–. Me daré una ducha y nos vamos. No tardaré mucho.
–¿No vas a desayunar?
–Me prepararé aquí un café y me lo llevaré.
Su amiga asiente y, tras avisarla de nuevo de que no tardará en estar preparada, entra en el cuarto de baño y se mete cuanto antes en la ducha.
Ha conseguido despejarse un poco y olvidarse por un rato de esa pesadilla mientras escuchaba música desde su móvil, pero las consecuencias de haberse levantado tan pronto se hacen presentes en ese momento y no deja de bostezar en ningún momento. Sólo espera que con el café pueda despejarse por completo y pasar el día sin estar demasiado cansada.
Ya está vestida cuando se cepilla el pelo, se pone desodorante y se pulveriza un poco de su colonia. No ha tardado mucho, apenas 10 minutos más tarde ya sale del baño y vuelve con Rachel, quien está mirando su móvil totalmente concentrada.
Aprovecha esos minutos antes de salir para prepararse un café instantáneo caliente y llevárselo a clase en una botella térmica que suele utilizar muchas mañanas. Cuando ya lo tiene listo, le da un sorbo y vuelve a mirar a Rachel, quien sigue concentrada en su tarea y no mira en ningún momento a Brooke.
–Ya estoy lista, ¿vamos? –Brooke la mira mientras se cuelga el bolso que lleva a clase en el hombro, asegurándose de que todo lo que necesita está ahí dentro–. Rachel, hazme caso –se queda de nuevo mirándola, pero no recibe respuesta–. ¡Rachel!
Da un respingo y, por fin, la mira.
–¡Que no me asustes más! –le reprocha.
–Pues hazme caso cuando te hablo –se ríe y se acerca a ella–. ¿Qué hacías tan concentrada?
–Nada, buscaba información para una cosa de clase.
–¿Y no es mejor que lo busques en el ordenador? –Brooke enarca una ceja.
–Eh… no, no me daba tiempo –se limita a decir y abre la puerta–. Venga, vámonos. Quiero ir antes a la cafetería antes de entrar en la universidad y comprar algo para desayunar.
–¿Por qué no te preparas nada aquí?
–Porque aquí no tenemos masa, horno y chocolate para hacerme un cruasán.
–Hay una solución. Vas al supermercado, compras dos paquetes y los guardas en la habitación.
–Calla, que a mí me gustan los de la cafetería de Dana.
–¿Dana?
–Sí, es una chica que trabaja allí. Normalmente, siempre me suele atender ella.
Brooke se queda mirándola un momento, fijándose en la expresión de su amiga. Al instante, se da cuenta de algo.
–Ahora entiendo todo –sonríe de lado y salen de la residencia, despidiéndose de Rick con la mano.
–¿El qué entiendes?
–Ahora entiendo por qué quieres ir allí cada mañana y siempre te quedas hablando con la chica del mostrador. ¿De verdad vas allí porque te gustan los cruasanes o porque te gusta ella?
Y las mejillas sonrojadas de Rachel le responden a su pregunta.
–¡Pero no digas nada! –exclama al instante en el que Brooke se dispone a hablar de nuevo.
–Tranquila, no diré nada. Pero, ¿lo has hablado con ella?
–Sí, claro. Ahora voy allí, le pido un cruasán y una cita, ¿te parece bien?
–Pues claro. El no ya lo tienes, así que… –se encoge de hombros.
Rachel se queda un momento callada, pensando en lo que su amiga acaba de decir, pero, al final, niega con la cabeza, rechazando esa opción.
–En otro momento –dice finalmente.
–Vale, pues ya me vas contando –se detiene y la mira con una sonrisa–. Aquí te dejo. Nos vemos a la hora de comer.
Las dos amigas se despiden como cada mañana y mientras Rachel cruza la calle para llegar a esa cafetería, Brooke sigue el camino contrario y recorre el poco trayecto que le queda para llegar a su facultad. Aún va con tiempo, así que se toma su tiempo en caminar tranquilamente e ir bebiendo el café sin ninguna prisa.
Cuando llega al edificio, saluda a varias personas con las que se cruza y con quienes comparten clase, y recorre los pasillos para llegar a la primera clase del día. Empezará en 10 minutos. La puerta de la clase ya está abierta y hay varias personas dentro, así que decide entrar ella también y sentarse en su sitio habitual, mientras espera a que Adele llegue también. Comparten la mayoría de las clases, y siempre suelen sentarse juntas.
Ahoga un bostezo cuando se sienta en su sitio y le da un sorbo al café. Ya le queda menos de la mitad. Espera que le dure, al menos, durante la primera hora de clase.
Saluda con la mano a un compañero con el que ha hablado en varias ocasiones, Louis, cuando sus miradas se cruzan y él se sienta en su sitio, por delante de ella. Él le corresponde el saludo y, apenas unos segundos más tarde, Adele entra también en clase y se dirige directamente hacia ella.
–Qué mala cara tienes –le dice su amiga de pelo negro, rizado y ojos verdes cuando se sienta a su lado.
–Buenos días a ti también, Adele.
–Buenos días, Brooke. Qué mala cara tienes –rectifica, con una sonrisa de lado–. ¿Mala noche?
–Me he despertado demasiado pronto y no podía volver a dormir, eso es todo –Brooke se encoge de hombros–. Esta noche dormiré mejor. O eso espero.
–Siempre puedes molestar a Rachel si no puedes dormir –bromea ella–. Y grabarlo. Así podría reírme de ella.
–Para variar, ¿no? –ella ríe.
Minutos más tarde, entra la profesora de Filosofía del Derecho y todo el mundo coge asiento. Los murmullos cada vez son menos audibles y, tras varios minutos, la clase se queda en un silencio que sólo es interrumpido cuando la profesora comienza a hablar.
Y, aunque Brooke sigue con sueño, decide poner todos sus sentidos en lo que dice y desear que las próximas pasen lo antes posible.
Pero no tiene tanta suerte. A pesar de haberse despejado un poco más –sobre todo, cuando se terminó el café–, sigue sintiéndose cansada. Está acostumbrada a dormir ciertas horas y, aunque sea una persona que madrugue a diario, por lo menos se siente descansada. En cambio, ese día no se siente así.
Editado: 22.10.2021