Sofía respiró hondo mientras se acercaba a la entrada del edificio de la multinacional. Era su primer día como pasante, y la mezcla de nerviosismo y emoción revoloteaba en su estómago. A lo largo de los años, había soñado con este momento: ser parte de un mundo donde la lógica y la creatividad se unían para crear grandes oportunidades. Sin embargo, cuando atravesó las puertas de cristal, la realidad de su timidez la envolvió como una nube gris.
Las oficinas estaban llenas de gente, todos hablando y moviéndose con confianza. Sofía se sintió como una extraña en un mundo que no le pertenecía. Con su cabello castaño recogido en un moño desordenado y su blusa blanca perfectamente planchada, se sintió más como una estudiante que como una profesional. Con cada paso, el ruido del bullicio aumentaba, y su corazón palpitaba más rápido.
Fue entonces cuando sus ojos se posaron en él. Zeus. Alto, con una presencia que dominaba la sala, su cabello oscuro caía de manera despreocupada sobre su frente, y su sonrisa, una mezcla de encanto y desparpajo, iluminaba el ambiente. La forma en que interactuaba con sus compañeros, su facilidad para hacer reír a quienes lo rodeaban, hizo que Sofía se sintiera aún más pequeña.
Mientras se acercaba a la recepción, se encontró observando cómo él hablaba con una colega, su tono de voz cálido y cautivador. Algo en su mirada la intrigaba; había una profundidad que sugería historias no contadas. Sofía desvió la vista rápidamente, sintiendo un rubor en sus mejillas al darse cuenta de que lo había estado mirando.
“¿Eres nueva?”, preguntó una voz a su lado. Sofía giró la cabeza y vio a un hombre de cabello rubio y una sonrisa amistosa. “Soy Marco, bienvenidos a la locura”, añadió, señalando el bullicio de la oficina.
“Gracias, soy Sofía”, respondió, sintiéndose un poco más tranquila en su compañía. “Es mi primer día aquí.”
“Genial. Si necesitas algo, no dudes en preguntar. Aunque, tengo que advertirte, no te dejes engañar por Zeus. Es un experto en robar corazones”, bromeó Marco, guiñándole un ojo.
Sofía se sonrojó nuevamente. La idea de que Zeus, con su aura magnética, tuviera un papel en el juego del amor la hizo sentir incómoda. Ella nunca había sido la chica que atraía la atención, y mucho menos la que arriesgaría su corazón.
Más tarde, mientras se acomodaba en su escritorio, Sofía intentó concentrarse en las tareas que le habían asignado. Pero sus pensamientos vagaban hacia Zeus. Se preguntaba cómo alguien con esa confianza podría estar en su vida. Ella, que había pasado los últimos años sumida en libros y estudios, se encontraba ahora en un lugar donde las relaciones y las emociones parecían fluir con facilidad.
Al final de su primer día, Sofía decidió que era hora de enfrentar sus miedos. Sin embargo, al girarse para salir, se encontró nuevamente con Zeus, esta vez solo. Él la observaba con una expresión de curiosidad, como si se preguntara quién era ella.
“Hola, nueva pasante”, dijo Zeus, acercándose con una sonrisa. “¿Cómo te ha ido en tu primer día?”
“Eh... bien, gracias. Solo un poco abrumada”, admitió Sofía, sintiendo que el rubor volvía a apoderarse de sus mejillas.
“Es normal, todos lo hemos pasado. Si necesitas ayuda con algo, estaré por aquí”, ofreció, su tono casual ocultando una genuina disposición a ayudar.
“Gracias, eso sería genial”, respondió ella, sintiendo que sus palabras eran un pequeño paso hacia adelante.
A medida que se alejaba, Sofía no podía sacudirse la sensación de que ese encuentro había sido significativo. La atracción que sentía por Zeus la desarmaba, pero también la intrigaba. Era un nuevo comienzo, y quizás, solo quizás, la vida estaba a punto de enseñarle mucho más de lo que había imaginado.
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Editado: 13.12.2024