Aprendiendo cuentos

El Río y la Piedra

Había una vez en una lejana montaña, un pequeño río que corría alegremente entre las rocas y árboles. Este río, llamado Azul, era muy impaciente. Siempre quería llegar al mar lo más rápido posible, pero cada vez que intentaba apresurarse, se encontraba con piedras enormes en su camino.

Un día, Azul se detuvo frente a una gran piedra que bloqueaba su curso.

—¡Quítate, piedra! —gritó Azul—. Tengo prisa por llegar al mar.

La piedra, que era grande y vieja, no se movió. Se llamaba Rocón, y había estado en el mismo lugar durante siglos.

—No puedo moverme, pequeño río —respondió Rocón con voz tranquila—. Estoy aquí desde mucho antes de que nacieras.

Azul se enojó. —¡No es justo! ¡Siempre encuentro piedras como tú que me ralentizan! ¿Por qué no puedo ir directo al mar?

Rocón, con su sabiduría, respondió con una suave risa. —El mar estará allí, aunque tardes en llegar. Pero en lugar de apresurarte, ¿por qué no disfrutas del viaje?

Azul bufó. —¡No quiero esperar! ¡Quiero llegar ya!

Rocón, paciente como siempre, dijo: —El tiempo y el agua tienen un poder especial. Quizás ahora no lo entiendas, pero con el tiempo, tú también aprenderás la fuerza de la paciencia.

Azul no comprendió lo que Rocón quiso decir y continuó empujando contra la piedra, intentando fluir más rápido. Pero el agua no podía mover una roca tan grande, y Azul se frustró aún más.

Con el pasar de los días, Azul seguía chocando contra Rocón. El río notó que, aunque no podía mover la piedra, algo curioso sucedía. A cada golpe de sus aguas, Rocón comenzaba a desgastarse, muy lentamente. Azul, aunque no lo notaba al principio, estaba moldeando la gran piedra poco a poco.

Un día, mientras Azul seguía fluyendo, Rocón habló de nuevo.

—¿Lo ves ahora, pequeño río? —preguntó con una voz más suave—. Cada gota que pasa me desgasta un poco. No es rápido, pero con el tiempo, el agua puede cambiar todo.

Azul se detuvo a pensar. Miró más de cerca a Rocón y se dio cuenta de que las marcas de las aguas del río habían suavizado algunos bordes de la roca. Azul, sin saberlo, había comenzado a moldear la piedra a lo largo del tiempo.

—¿Así es como funciona? —preguntó Azul, sorprendido.

—Exactamente —dijo Rocón—. A veces, las cosas no suceden de inmediato. Pero con paciencia, incluso lo que parece imposible puede cambiar.

Con el paso del tiempo, Azul dejó de pelear contra Rocón y empezó a aceptar que su viaje sería largo. En lugar de apresurarse, comenzó a disfrutar de los paisajes a su alrededor: los árboles que se inclinaban hacia sus aguas, los animales que venían a beber y las flores que crecían a la orilla. Azul se dio cuenta de que, aunque el mar era su destino, el viaje en sí también era hermoso.

Poco a poco, Azul fue creando un camino alrededor de Rocón. El río ya no trataba de empujar la piedra, sino que fluía pacíficamente a su alrededor. Y con cada día que pasaba, Rocón se hacía más pequeño, moldeado por el agua paciente de Azul.

Un día, después de muchos años, Azul llegó finalmente al mar. Pero en lugar de la emoción y la prisa que una vez sintió, Azul se acercó con calma y serenidad. Había aprendido que la paciencia no solo le permitió llegar a su destino, sino que también le había enseñado a disfrutar de cada paso en el camino.

Muchos años después, otro joven río pasó por el mismo camino donde Rocón había estado. Este río, llamado Verde, también se quejaba de las piedras que bloqueaban su camino.

—¡Quítate, piedra! —gritó Verde, tal como lo había hecho Azul en el pasado.

Azul, ahora más sabio, escuchó desde lejos y sonrió. Sabía que, con el tiempo, Verde también aprendería lo que él había aprendido: que la paciencia es poderosa y que, aunque las piedras del camino pueden parecer obstáculos, en realidad son oportunidades para aprender y crecer.

Y así, Azul siguió su camino, más sabio y más fuerte, sabiendo que el viaje nunca termina, pero que cada momento de espera tiene su propio valor.



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En el texto hay: recopilacion

Editado: 22.09.2024

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