—¡Abran ahora! —exigió Luna gritando para que la escucharan.
Un guardia atendió enseguida al llamado. Era obvio que Dante pediría protección. Al divisarlo, ella lo desarmó de un tajo que lo hirió superficial y sin darle la oportunidad de defenderse.
La cortada en el brazo dolía, ¡sí!, pero la adrenalina bloqueó la sensación. Otro guardia más llegó y la mujer fue veloz, amenazándolo con su filosa hoja. Alí llevaba el arco dispuesto a ser usado y apuntó hacia los dos hombres.
—Si interrumpes mi camino cierta amiga se va a molestar mucho y puede que deje de ser amistosa —le dijo intimidante, presionando sobre la piel del cuello que pronto sangró.
El primer guardia, sabiendo que trataban con alguien que cumplía lo que decía, se alejó dando tres pasos hacia atrás y luego se adentró en la casa.
—¿Dónde están? —refiriéndose a su familia.
—No es algo que yo pueda decirle —contestó con evidente recelo.
Luna ignoró la respuesta y volvió a presionar el acero sobre el nervioso sujeto.
—Te daré otra oportunidad, aprovéchala muy bien. ¿Dón-de es-tán? —alentó las últimas palabras.
—En la oficina, señorita.
—¿Camila está allí? —Tenía que saberlo y soltó la pregunta sin que nadie notase el miedo que la invadía al hacerlo.
—Así es.
Una sensación de alivio se apoderó de los dos al saber que su hermana menor se encontraba bien. Estaban trabajando de madrugada, algo que no le sorprendió saber.
Antes de ingresar, Luna propinó al guardia un golpe con el pomo, dejándolo inconsciente y se encaminó a la oficina que tenían.
—Quédense en el recibidor —indicó a los vigilantes que la acompañaban—. Cuando los llame quiero que entren sin dudarlo.
Para Alí respirar el aroma de su antiguo hogar se volvió un suplicio que sufrió en silencio.
Envainó la espada y abrió las puertas.
¡Ahí estaban! Las tres personas que ansiaba ver aparentaban ser una familia común.
—Buena noche —exclamó luciendo casi fantasmal al permanecer en el marco de la puerta con su llamativa apariencia.
Su hermano se mantuvo detrás, recargado en la pared para no ser visto.
—¡¿Pero qué haces tú aquí?! —Dante se puso de pie enseguida y la furia se apoderó de él al verla irrumpiendo—. ¿Cómo lograste entrar? —El hombre echó un rugido a un empleado que se levantó alarmado—: ¡Llama a los guardias! —le ordenó envuelto en más resoplidos.
—¿Qué tipo de bienvenida es esa, querido padre? —se mofó, ignorando el espectáculo. Esta vez mostró confianza y se plantó segura ante el hombre que tanto miedo le causaba—. Qué descortés eres. ¿Te crees incapaz de poder tú solo conmigo?
En un segundo la cólera de Dante se disparó, haciendo que sus ojos se desorbitaran y su rostro tomara un color rojizo lleno de maldad.
—De una vez te digo que has dejado de ser hija nuestra. Nos traicionaste, liberaste a un delincuente, ya no eres digna ni de pisar este pueblo —le recriminó, señalándola rencoroso cuando se acercaba a ella con sonoros pasos, deteniéndose en seco a dos metros de distancia.
Amelia y Camila apenas reaccionaban.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Exiliarme? ¿Matarme y tirarme como basura?
La última frase de Luna logró que Dante comprendiera que ya estaba al tanto de sus actividades privadas y eso lo tomó por sorpresa.
—¡Esto es inconcebible! —vociferó de nuevo, señalándola con un dedo. Alí se mantenía en silencio pero listo para defenderla si seguía mostrándose acechante. Luna solo prestaba atención a las palabras cínicas de su progenitor—. ¿Piensas que alguien va a creer tus falsas acusaciones? Solo conseguirás quedar como una demente y entonces tendré razones para encerrarte como debí hacerlo hace años.
—Me das tanta pena. —Seguía encarándolo a pesar de que lo que él decía se clavaba certero en su pecho—. ¿Te creías capaz de ser juez, jurado y ejecutor y aun así salir absuelto de todo? Pesan sobre tu espalda cientos de crímenes. Crímenes que me provoca asco siquiera pensar. Lo que has hecho es alta traición y también es un insulto a la memoria de los fundadores que dejaron todo por creer que nos mantendrían a salvo de la maldad de un exterior que se nos ha negado conocer.
—¡Insolente! No tienes idea de todo lo que hemos tenido que hacer tu madre y yo para mantener la paz.
—Fui una completa ciega por no ver sus atropellos, es hora de enmendar mi error. “Ni traidor, ni alevoso, ni descendiente de los que lo hubiesen sido pueden permanecer en Isadora” —citó del libro de acuerdos.
—Eso es justo lo que hice. Liberé al pueblo de la hierba mala, arrancándola de raíz.
—Lo que hicieron fueron fechorías en contra de inocentes. Les informo que he venido aquí por dos motivos. Uno de ellos es llevarme a Camila muy lejos de su barbarie. ¡Hermana! —la llamó—, te irás conmigo hoy mismo.
La joven seguía sentada y con la expresión confundida.
—¡A mi hija no te la vas a llevar! —chilló Amelia y se interpuso para que ella no se levantara.
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Editado: 27.05.2024