Los veintiocho días de su luna de miel serían usados para beber licor dulce y explorar las distintas maneras de gozarse el uno al otro. Poco les importaba que los escucharan, aunque Brisa se encargó de trazar una distancia que los demás debían respetar.
Se disponían a dormir después de dos días en los que salieron de la habitación en contadas ocasiones, pero los pensamientos de Luna daban unas cuantas vueltas antes de cerrar los ojos.
—¿Sabes? Estando aquí, a tu lado y en esta casa, las pesadillas se fueron —exclamó de pronto. Mantenía una mano sobre el pecho de León y contemplaba el techo firme que ya no la intimidaba.
—¿De qué iban tus pesadillas? —Temía despertar en ella sentimientos que la afectaran, pero la pregunta se adelantó a salir antes de analizarla.
Ella colocó su codo sobre la cama y levantó la cabeza para apoyarla en su mano, como si con eso rememorara mejor. Sus ojos parecían perdidos, pero su semblante no cambió.
—Que caía —confesó con voz suave—. Yo caía en un hueco muy profundo y jamás llegaba al fin. Solo caía y caía, y mientras eso pasaba, picos de hielo me atravesaban el cuerpo, hasta hacerme desfallecer. Luego todo se volvía negro y dolía, mucho dolor por todo el cuerpo... Por fortuna ya no caigo más. —Su vista se posó directo hacia él para hacerle saber que su intervención había sido de ayuda.
León se sentó sobre la cama y la tomó por los hombros.
—Ya no lo harás —murmuró confiado.
—Lo sé, mi esposo... —Una idea fugaz ocupó sus pensamientos y habló para sí misma—: Es una lástima que no pueda adoptar un apellido de casada.
—¿Estarías dispuesta hacerlo? —Su comentario lo tomó por sorpresa.
—Pues, creo que es algo... romántico.
—Dudaba que te interesara algo similar, pero... —vaciló, aunque consideró una especie de presente disipar su inconformidad—, si te complace, debo decirte que sí tengo apellido.
—¿Lo tienes? —Sus ojos se abrieron de par en par—. ¿Y no pensabas compartirlo conmigo?
—El apellido es algo a lo que renunciamos hace mucho tiempo. Pero te lo diré y si te hace feliz te llamaré "señora de", aunque sea solo dentro de esta habitación. —Luna se mantuvo expectante y esbozó una media sonrisa porque Leo parecía interesado en darle una información que en otro tiempo no brindaría ni bajo amenaza—. Es Soria —apenas lo soltó.
—Soria —musitó con interés. Él se mostró pensativo y la contempló, como esperando una reacción que no sabía si sería favorable—. Anticuado. Te calza muy bien.
Ambos rieron y con eso se esfumó la incertidumbre.
—Graciosa. Te voy a enseñar tu anticuado.
Si tenían planeado dormir, para esa ocasión, tuvo que ser aplazado gracias a las ganas de seguirse explorando que los invadían.
Era de tarde y el sol comenzaba a ocultarse. León despertó sintiendo una pesadez como pocas veces. El cansancio comenzaba a hacer estragos. La dama que dormía a su lado lo invitaba a no querer levantarse. Su expresión al estar soñando, la mueca que hacía al respirar y esa peculiar manera de acomodarse... Todo en ella hacía que él la amara aún más y era feliz al sentirse completo.
—Despierta, ya debemos levantarnos —susurró mientras la movía con suavidad.
—No me importa —murmuró Luna y giró el rostro para hundirlo en las sábanas.
Él soltó una pequeña risa y siguió moviéndola un poco más fuerte.
—Tú fuiste la causante de esto, ahora levántate, ya no es hora de dormir. Necesito comer o voy a empezar a morderte a ti.
—Esa no sería mala idea —lo provocó somnolienta.
—Por favor, mujer, no tienes límite.
—Yo no tengo la culpa de que te fatigues tan rápido. Además, dame algo de crédito. Iba a dejar pasar la oportunidad de conocer este tipo de favores. Permite que lo desquite.
Trabajando a marchas forzadas en Isadora dejó pasar varios años para poder conocer lo que era la intimidad en pareja y tal vez, si seguía ese camino, lo terminaría conociendo muy tarde, o puede que nunca.
—¿Quieres que te demuestre que no me fatigo rápido? —Simuló que iba a sujetarla, pero Luna lo evitó dándose la vuelta.
—Por ahora confórmate con un buen baño, porque estoy muriendo de sueño ahora mismo —murmuró y volvió a cerrar los ojos.
Ya que había fracasado en su intento de despertarla, decidió ducharse para que pudiera descansar un poco más. Ella, recostada todavía, sintió la necesidad de alimentarse y se puso de pie después de algunos minutos, aunque no tenía ganas de hacerlo. Con pasos torpes se dirigió hasta los cajones para cambiarse la ropa. Contempló por un fugaz momento la opción de cambiar su guardarropa por uno más típico entre las damas, pero la idea fue abandonada en cuanto se visualizó luciendo así.
Removió las prendas en un cajón a medio cerrar y de inmediato se dio cuenta de que abrió uno equivocado. Necesitaba acostumbrarse a los cambios de compartir el espacio con alguien más. Se disponía a cerrarlo, cuando un sonido inusual se escuchó. Conducida por las ganas de saber qué era, optó por rebuscar. Fue arrojando al suelo toda la ropa para hallar el origen del ruido hasta que la última tela salió, dejando vacío el cajón. Prensada en una orilla, encontró una caja de madera que, era obvio, guardaba algo que él prefería mantener lejos de su vista.
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Editado: 27.05.2024