Este capítulo fue eliminado de la versión final, por lo que no está editado.
—¡Que alguien me despierte! —musitó Rey, observando con gran admiración a la persona que acababa de conocer.
Se encontraban en su nueva casa, que otra vez era la más grande y adaptada para brindar comodidad a los visitantes. Su padre era fanático de que se realizaran en su hogar las reuniones donde se trataran temas delicados; en esta ocasión se dedicaban a organizar los horarios, los cuales tenían que cambiar, entre otras cosas.
Ese bello ángel que vio entrar le quitó toda la elocuencia que siempre lo caracterizaba.
—Yo que tú dirigiría mis ojos para otro lado —le comentó León, quien permanecía a su lado, usando una voz tan baja que solo él logró escucharlo.
—Lo dice el que se enganchó con alguien a quien ni siquiera le agradaba —se burló y sonrió con esa naturalidad que solo él poseía.
La hermana menor de Luna había llegado hasta él para ser presentada. Ahora viviría entre ellos como una integrante más, cosa que lo emocionó tanto que no podía entender el porqué.
Su cabello suelto y castaño con pequeñas motas doradas que brillaban con su caminar le daba un toque tan enigmático, y al darse la vuelta para irse lo dejó pasmado.
—¿Qué le pasa? —preguntó Lili al verlo con el cuerpo inmóvil.
—Otro más… —respondió León, señalando a Camila con los ojos.
—Aah, ya veo. —Lili soltó una pequeña risita y luego continuó su rumbo porque estaba demasiado ocupada con sus pendientes.
Sin duda Rey no era el único que se sentía atraído por tan bella joven.
—Si supieras la buena arrastrada que te puede poner no estarías siendo tan poco discreto —volvió a decir León, aunque parecía algo divertido al saber que su buen amigo había vuelto a prendarse; algo muy usual en él.
Luna regresó hasta donde se encontraba su esposo y de inmediato notó el aturdimiento de Rey. Entre los dos se comunicaron con miradas.
—¡No me digas! —exclamó al deducir el motivo de su estado.
León asintió moviendo la cabeza y lució una media sonrisa. Luego acercó a Luna para darle un beso. Se sentía comprometido a hacerla sentir mejor todo el tiempo que pudiera, sus heridas físicas y emocionales tardarían en sanar y él sería su fiel acompañante que la ayudaría en todo.
Camila se dirigió de nuevo a su hermana para preguntarle sobre dónde iba a vivir.
—Puede quedarse con nosotros —se precipitó a responder Rey, sin siquiera consultarlo con los demás integrantes. De inmediato las risas, que intentaron ser discretas, se lograron percibir.
—Ni en tus sueños —se escuchó decir. Alí entraba al lugar—. Tenemos lugar para ti en nuestra casa. Estos dos se van a ir a vivir solos —señaló a Luna y a León—. Y no pienso permitir que te quedes en otro lado, al menos hasta que seas lo bastante mayor para decidirlo.
—Gracias. —Camila todavía se sentía intimidada al hablar con el que era su hermano mayor y le llevaría tiempo poder adaptarse al parentesco. Pero era claro que le inspiraba respeto.
—Creo que es el mejor lugar —confirmó Luna—. Y si quieres puedes ayudarle a Rey entrenando a los niños, eres perfecta.
—¿Yo? —Sus ojos brillaron con solo escucharla.
—Sí, me encantaría. Podemos trabajar juntos —intervino Rey, quien se mostró tan entusiasmado que casi abraza a Luna por ayudarlo a acercársele a su hermana.
Alí solo pudo contemplarla con una ligera molestia. Buscaría la oportunidad para hablar con ambas sobre el tema.
La gente se fue retirando a sus casas para terminar de darle los últimos toques a los que ahora serían sus hogares.
Luna aprovechó que Rey se encontraba solo para decirle algunas palabras.
—Ni se te ocurra pasarte de listo. Sé inteligente, lo eres, pero que no te cieguen tus intereses. Trata de hacer las cosas bien, o vas a vértelas conmigo.
Luna intentó sonar casual, pero Rey supo que hablaba en serio. Él era inteligente, claro que lo era. Así que planeó una estrategia que, sin duda, le llevaría mucho tiempo, pero que lo haría obtener los resultados que deseaba. Se sentía convencido de que había encontrado a su otra mitad y no estaba dispuesto a dejarlo pasar.
Cada mañana que la encontrara le daría una flor, tal vez una rosa o un girasol, dependía de la que fuera la más bonita, como la veía a ella.
Y así lo hizo. Le llevó a Camila una flor cada mañana, durante dos años. Primero nació la amistad que fortaleció y respetó, e hizo que con la cercanía, confianza y constante trato lograra que su relación se transformara poco a poco en una de dos jóvenes enamorados.
Trabajaron hombro con hombro, enseñándose y aprendiendo uno del otro, hasta que se sintieron listos para unirse en matrimonio.
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Editado: 27.05.2024