Golpeé con suavidad mi cabeza contra la puerta a la vez que cerraba los ojos. No quería decirle, me daba tanta vergüenza hacerle saber cómo me dañaron. No soportaría que de alguna forma me regañara o que hiciera cualquier otra cosa que me lastimara. Aunque yo también lo estaba lastimando con mi actitud. Lo único que quería era estar sola.
―Evan, vete. Déjame sola ―le dije con la voz quebrada.
―No, tienes que entender que no puedes cargar con todo tú sola. Eres mi hermana, se supone que la carga tuya es mía también. Y por lo que sea que estés pasando, no tienes que enfrentarlo ni superarlo tú sola ―hizo una pausa ―. Por favor, dime qué pasa, quiero ayudarte ―negaba con la cabeza cuando mencionó las dos últimas frases.
―¿Quieres ayudar? Pues entonces sal de mi habitación y déjame en paz ―no se oyó nada durante unos segundos.
―Mañana hay escuela.
―No iré. Ya vete.
―Bien.
Unos cortos segundos después escuché la puerta de mi habitación cerrarse. No dudé en salir y acostarme en mi cama a llorar. Al parecer Evan había apagado la luz antes de salir. Lo estaba alejando cada vez más de mí. No sé si yo lo hacía por instinto, o porque me daba miedo que rechazara y me viera como si estuviese rota, con lástima, como si fuera algo que reparar. Toda la noche me la pasé en vela por sentir la mirada de alguien y miedo. Y, además, de eso, tenía pesadillas. Estaba tan desesperada por que esta angustia terminara.
Evan había entrado a mi habitación para avisarme que desayunaríamos y bajé con la mayor lentitud del mundo. Papá y mamá no estaban, así que solo éramos Evan y yo.
Otra vez jugaba con la comida, pinchaba con el tenedor los pancakes que habitaban en mi plato. El ambiente era más incómodo que en la cena la noche anterior.
―April ―escuché la voz de mi hermano mayor y acercó su mano para tocar la mía. Yo la alejé demasiado rápido con una expresión en mi rostro que reflejaba miedo. Evan me miró con los ojos abiertos, confundido. Miró su mano y tensó la mandíbula.
―No me toques ―le pedí con voz apagada.
Tomé mi taza de café y bebí un sorbo. La dejé en la barra de granito y acto seguido me levanté del taburete para subir a mi habitación.
Mi hermano subió a los cinco minutos y me hice la dormida. No quería hablar con nadie. Después de escuchar como dejaba escapar con cansancio el aire que contenía, sentí miedo de que se acercara a mí, pero me limité a quedarme quieta. Oí la puerta cerrarse y pude respirar.
En el día entero Evan no entró a mi habitación, había ido a la escuela. Algunas que otras lágrimas se escaparon debido a la impotencia que sentía al recordar cómo me utilizaron de esa forma y cómo no pude hacer nada para evitarlo.
Al otro día fui forzada a ir a clases. Odiaba tener a tanta gente cerca, tanto así, que desarrollé una especie de claustrofobia cuando tocaba la campana y me imaginaba a ese mar de adolescentes. Y también porque tenía miedo de verlo. No quería encontrarme con ese chico que abusó de mí.
Trataba de no tener algún contacto físico con algún adolescente en los pasillos. Tenía ganas de salir corriendo, esconderme en donde nadie pueda encontrarme. Caminaba por los corredores de la escuela cuando lo vi, parado al lado de su casillero riendo con sus amigos, con esos testigos tan enfermos como el agresor. Su cabello rubio, su sonrisa despreocupada y junto a eso, recordé su forma violenta de tocarme, su respiración cerca de mí, sus gemidos. Me daba asco, literalmente. Y el miedo se adueñó de mí.
Visualicé a Evan al otro lado del pasillo hablando con tres de sus compañeros de fútbol americano, él me miraba con intriga al notar como yo miraba a ese chico. Sentía nauseas, y lo único que hice fue retroceder dos pasos, única y totalmente en pánico.
No pude aguantar más y salí de la escuela. Llegué a casa antes de que acabara la jornada estudiantil. El miedo y el pánico me consumía con desesperación. Dejé mi mochila tirada en alguna parte de la habitación y me dirigí corriendo al baño.
Devolví el estómago. Me sentía fatal, débil. Después de sentirme un poco más calmada, fui hasta mi cama y lloré hasta quedarme dormida. Volví a soñar con ese momento, sus manos agarrándome con fuerza, tocándome con violencia y desesperación en donde jamás me habían tocado. Incluso soñé que eso pasaba con uno de sus amigos. Le pedía que me soltara, que dolía, que se detuviera, que no siguiera haciéndome daño, se lo suplicaba. Pero para él parecía que yo pedía más.
―April. April ―Evan me despertó, y lo primero que vi fue su expresión horrorizada. Su mano estaba en mi mejilla y yo la aparté y me alejé de inmediato de él, abrazando mis piernas.
―No te me acerques, por favor ―le pedí en un hilo de voz.
―¿Qué es lo que te está atormentando? ―preguntó preocupado. Noté como debajo de sus ojos habitaba una sombra, como si no durmiera en varios días.
Yo negué con la cabeza mientras que el llanto no desaparecía.
―April, diablos ―sonó desesperado ―. Odio verte así, maldita sea. ¿Qué te pasó? Alguien te hizo daño, ¿verdad? Si no hablas me imaginaré cosas que no quiero imaginar. Dime qué diablos te está pasando.
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Editado: 03.05.2020