Me molestó que fuera delgada, me daba envidia, pero no quería reconocerlo. Soy demasiado orgullosa. La profesora se quedó mucho tiempo contemplando tal escultura humana de carne y hueso. De repente, despertó de ese sueño angelical y le preguntó su nombre. Ella contestó que se llamaba Rosetta, el nombre iba muy bien con su aspecto. Ella me vio mirarla y puso una pequeña sonrisa en su rostro. Miré a otro lado para disimular. Y para mi mala suerte, se sentó a mi lado. No tenía derecho a quejarme, yo era la estúpida que quería una compañera de puesto.
La clase empezó de la nada, y cuando comenzó el recreo, ella me habló y me preguntó la causa de mi disgusto. Ya que después de disimular, nunca más di mi cabeza vuelta a donde estaba y tampoco le hablé.
No sabía qué responderle. Por mi cabeza pasaban varias posibilidades, pero ninguna de estas me convencía. Hasta que saltó una idea de la nada. Que era más o menos así: al verte sentí que todo era un sueño, y al ver que advertiste esa mirada, no sabía qué hacer. Ella se rió y me dijo que pensaba que me molestaba su presencia. Desde ese momento tuve la ilusión de que seríamos mejores amigas.