R a f a e l
R a f a e l
No recuerdo la última vez en la que haya conducido tanto tiempo, solo tenía que llegar al lugar en donde mi corazón me decía que la podía encontrar, los rayos de sol entraban al auto, el cielo estaba despejado, era un día hermoso, pero yo ni siquiera eso me daba un poco de paz, los minutos parecían horas, apretaba con fuerza el volante, el miedo de perderla me volvían loco.
Un letrero que decía Las Catedrales me decía que ya había llegado, que si no la podía encontrar en esta playa era definitivo que nuestro amor no pudo vencer al final, que nuestro amor no pudo vencer al pasado. Deje el auto en la primera esquina que encontré vacía, coloque el seguro del auto para después salir disparado a la orilla del mar.
La brisa del mar golpeaba mi rostro con fuerza, la multitud de gente en la arena solo me decía que mi tarea de encontrarla seria aún más complicada, el oleaje también era intenso, como si toda la naturaleza pudiera sentir mi desesperación, como si ella ya supiera que esto no tendría un final feliz, pero no estaba dispuesto a renunciar tan fácil, no estoy dispuesto a perderla.
Seguí mi búsqueda en cada rincón de playa, recorrí cada restaurante, cada establecimiento, cada tienda al igual que cada hotel del lugar, pero había fracasado estrepitosamente, si ella estaba aquí yo había llegado muy tarde, incluso el sol ya estaba por ocultarse de tal forma que un color naranja se apodero del cielo, lo único que quería ahora era escaparme, largarme de este lugar, no podía pensar con claridad, solo quería regresar al auto para poder tomar mi vuelo a Londres ya que al final ya no queda nada para mi en Madrid.
Sin embargo, un sentimiento que no podría describir con exactitud me hizo regresar al mar, como si algo o alguien me estuviera llamando, camine solo que esta vez con una calma sabiendo que todo tiene un principio y un final. Al llegar a la orilla del mar note que aquella parte de la playa se encontraba vacía el sonido del mar ya no me parecía ensordecedor y la brisa del mar parecía ayudarme a cerrar las cicatrices que no eran visible para los demás; Suspire cerrando los ojos, preparándome para el adiós ya que es lo único que siempre conocí cuando la vi.
Estaba de pie a unos cuantos metros de mí, quizás no había notado mi presencia o simplemente me estaba ignorando lo cual era lo menos que me merecía, traía un vestido blanco que se ondulaba con la brisa del mar, trague saliva para llegar a donde estaba ella con cada paso que daba mi corazón se enloquecía, no tenía el valor de llamarla o de pronunciar su nombre, pero no fue necesario ya que cuando estaba justo detrás de ella se giró bruscamente.
Sus ojos al colisionar con los míos me mostraban una combinación de emociones desde la felicidad hasta una inmensa tristeza.
—¿Qué haces aquí?—susurro con miedo.
—Estoy en casa—replique mientras colocaba mi mano en su mejilla, no rechazo el contacto de mi piel que me regalo cierta esperanza diciéndome que quizás lo de aquella noche no fue nuestro final.