Aquel verano que fuimos Nosotros

El Encuentro

El sonido del mar era lo único que lograba calmarla. Esa mezcla constante de olas rompiendo contra la orilla y gaviotas gritando a lo lejos le devolvía algo parecido a la paz. Camila caminaba descalza por la arena húmeda, con las zapatillas colgando de una mano y el viento jugando con los mechones sueltos de su pelo.
Era temprano, aún no había mucha gente en la playa, y eso le encantaba.

Llevaba tres días en Pinamar. Había venido con una amiga que se pasaba el día chateando con un chico nuevo y solo salía del departamento para tomar sol. A Camila no le molestaba demasiado. En realidad, lo había necesitado:
desconectar, respirar, no pensar tanto. El verano tenía ese efecto raro en ella, como si el calor le aflojara las defensas y la hiciera más sensible

Había terminado una relación no hacía mucho, de esas que te dejan más dudas que certezas. Y aunque no estaba rota, sí estaba un poco cansada. No buscaba nada. No esperaba nada.
Solo quería dejar que el mar la desarme un poco, y después ver si podía volver a armarse diferente.Se detuvo cerca de la orilla y cerró los ojos, dejando que el agua helada le rozara los pies. Y por un segundo, se permitió no pensar en nada más.

Franco odiaba madrugar, pero había algo en los amaneceres frente al mar que lo hacía olvidarse de eso. Se había levantado temprano, se puso una remera vieja, un short de baño y bajó con su cuaderno bajo el brazo. Lo usaba para anotar frases sueltas, ideas, dibujos sin sentido. cualquier cosa que le ayudara a ordenar la cabeza. O desordenarla un poco más.

Estaba en Pinamar desde hacía una semana, de vacaciones con su primo. Pero mientras el otro vivía pegado a los parlantes del boliche, Franco prefería las caminatas, el mate, las charlas con desconocidos, el silencio. Le gustaba observar a la gente, inventarse historias sobre sus vidas. Era un hábito viejo, casi un juego, que se había convertido en una especie de consuelo.

No sabía bien qué buscaba ese verano. Tal vez nada. Tal vez algo que ni siquiera tenía nombre.
Había terminado la facultad hacía poco y sentía que estaba en un limbo raro, como si no supiera muy bien qué hacer con la vida que tenía adelante. Todos le decían que eran los mejores años, pero a él le pesaban un poco.

Caminó hasta la escollera, su lugar preferido. Se sentó en una piedra tibia, abrió el cuaderno y se quedó mirando el mar, sin escribir nada. A veces eso también estaba bien: no hacer nada. Solo estar,Respirar.

Y justo cuando pensaba en eso, la vio a lo lejos.
Caminando por la orilla, con las zapatillas en la mano y el pelo revuelto por el viento. No sabía quién era, pero algo en esa imagen le llamó la atención. Algo lo hizo quedarse mirando un poco más de lo necesario.

Camila también lo vio. Estaba sentado en una piedra grande, con un cuaderno en la mano y cara de estar en otro mundo. Iba a seguir de largo, pero justo una ola le mojó los pies con más fuerza y tropezó un poco hacia el costado.

—¡Ey! ¿Estás bien? —preguntó Franco, dejando el cuaderno a un lado.

Camila se rió con una mezcla de vergüenza y diversion

—Sí, solo fue una emboscada del mar. No me esperaba esa ola

Franco sonrió. Le gustó su forma de decirlo.

—Pasa seguido. El mar a veces tiene sentido del humor.

—¿Eso anotás en ese cuaderno? ¿Chistes del mar? -preguntó ella, señalándolo con la barbilla.

—Ojalá. Sería mucho más fácil. Pero no... es más como un caos con tapa

Camila se acercó un poco, sin darse cuenta.Había algo en su voz, o en la forma en que la miraba, que no se sentía invasivo. Solo curioso,cálido

—Bueno, que el caos tenga su lugar también está bueno —dijo ella—. ¿Puedo?

—Sentarte? Claro —respondió Franco, corriéndose un poco para hacerle espacio sobre la piedra.

Se sentaron en silencio unos segundos, mirando el mar. Ninguno tenía apuro por hablar, y eso también era raro. Raro pero cómodo.

—Soy Franco —dijo el, rompiendo el silencio con suavidad.

—Camila

Y así, sin saberlo, el verano empezó a cambiar para los dos.




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