Ese aroma inconfundible que me hace sentir que estoy flotando. No sabía quién era, pero su presencia me bastaba para sentirme segura y en paz, en paz conmigo y con todo a mi alrededor.
Traté de contener mis ganas de girar indiscretamente mi cabeza y descaradamente olfatear como perro a la persona que se encontraba junto a mi.
Milagrosamente lo logré, aunque solo dure un minuto, porque sentí un gran impulso, y un gran presentimiento, de esos que llegan una vez en la vida.
Solo exclamé:
—La vista no puede ser aún más impresionante. ¿Cierto?
—Sí que lo puede. —respondió aquel extraño con la voz más perfecta.
—No veo que más le haga falta. —respondí al tiempo que me giraba para conocer con quién estaba entablando una conversación.
—La lluvia ligera está perfecta, pero acompañada de unos bonitos relámpagos y rayos que combinen con la iluminación de la ciudad, sería algo inmejorable. — Aclaró tranquilamente.
Solo pude mirarlo de perfil, sin poder articular respuesta.
//Este lugar y esta persona; ¡Diosito santo! ¿En qué clase de foto romántica de Pinterest me metí? //
Después de más de cinco segundos de que yo quedara atónita mirándolo fijamente, se giró,
y me miró, directo a los ojos.
—¿Ya lo visualizó? Sería el momento perfecto. —me dijo, mientras yo solo trataba de salir de ese trance en el que había entrado.
Analizando sus palabras me confundí.
—¿Momento perfecto para qué? —le pregunté.
—Pues para un baile o una caminata bajo la lluvia, o ambos. ¿Baila usted? —me preguntó.
—Solo en los momentos perfectos. —Respondí sin meditar mucho la respuesta
—¿Y no estábamos dialogando que justo este es uno de esos? —me cuestionó.
—Entonces creo que un baile sería la cereza del pastel; si tan solo estuvieran los relámpagos que sugirió.
—¿Aceptaría un baile conmigo?—me preguntó mirándome a los ojos.
—Si nunca bailó ni siquiera con la gente que más confianza le tengo, mucho menos me veo haciéndolo con algún extraño. —respondí.
—Extraños... cierto, pero no tenemos por qué serlo. — extendió su mano y la estreché, la tomó con delicadeza y dejó un suave beso en mis nudillos —Soy Henning Vitale, para servirle.
—Soy Ophelia Sanz, y ahora que ya no somos extraños podemos dejarnos de formalidades. ¿No?
—Me gusta lo formal, pero si prefieres que lo deje de lado está bien. Entonces ¿Bailas, Ophelia?
—Bailar no se me da, y no es algo que haga en público, algo tiene que valer mucho la pena como para hacerlo. —respondí decidida a no pasar vergüenza bailando con un extraño (no tan extraño ahora).
—Tienes toda la razón, ademas dijiste que solo lo hacías si era el momento perfecto, y para eso falta una buena canción y los relámpagos. —Contestó y luego desvió la vista pensativo.
Me limité a sonreír a modo de asentir lo que dijo.
—Y si cae algún rayo o hay algún relámpago, ¿aceptarías bailar conmigo? Ya la canción sería lo de menos. —propuso.
—Acepto, pero no esperaré toda la noche, solo en lo que mis amigos deciden irse, si para entonces no hay nada, no habrá baile. — aclaré, segura de que no pasaría nada de lo que dijo.
—Entonces rezaré para que el cielo esté a mi favor esta noche. — respondió y solo volvió a contemplar la vista.
Y yo regresé a la mesa con los que seguían comiendo, ni siquiera recordé que estaba con Fred y Leam, pero ellos estaban tan metidos en lo suyo, y yo en lo mío con aquel chico, no extraño pero no conocido para mí.
Pasaron 3/4 de hora y ya me había olvidado por completo del trato con Henning.
Hasta que durante dos segundos el cielo se iluminó, haciendo ver la noche como el día por un momento, el cielo pasando de negro a blanco instantáneamente. Un par de perfectos rayos hicieron estruendo y presencia.
Y después de mirar al cielo durante ese momento, al bajar mi cabeza cuando la oscuridad de la noche volvió, nuestras miradas se cruzaron, afirmando sin palabras el trato que habíamos hecho hace unos minutos.
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Editado: 15.01.2022