OPHELIA
Cuando pensé que no me podría sentir aún mejor en un solo día; justo cuando el hidroavión aterrizó y se estacionó en el puerto de Vancouver, al bajar nos dirigimos hacia un barco.
—¿Alguna vez has viajado en un crucero?— Me preguntó Henning.
—Jamás. —Le respondí.
—Yo tampoco.—Me dijo, sonriendo de medio lado.
Entramos al crucero. Y sentí cosquillas en el estómago y no pude evitar sonreír. No era un simple crucero, era sobre una exposición de arte.
La primera planta la recorrimos lentamente y apreciando cada pequeño detalle de las pinturas, había mucha gente haciendo lo mismo.
Por las pequeñas ventanas podía ver el mar y el cielo estrellado.
La segunda planta me sorprendió más porque todas las paredes eran blancas, no había ninguna ventana, y la iluminación era potente, y me asombro más que había sólo estatuas griegas; me preguntaba como estaban bien sostenidas.
En la tercera planta, todas las paredes alrededor eran de cristal, dejándonos ver el mar y la ciudad, brillante ahora que era de noche.
Y era un restaurante, donde puedo jurar que era la comida más deliciosa que había probado en la vida.
Henning y yo platicamos mucho, cómodamente, compartiendo ideas y pensamientos, pero hasta el más tonto lo podíamos volver una charla interesante.
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Antes de subir al ascensor, Henning me dijo:
—Bueno, antes de despedirnos, esta tarde te hablé también para otra cosa.
Asentí con la cabeza, invitándolo a continuar.
—Quería invitar a tu grupo de amigos, los que te acompañaron al museo, o los que harán el proyecto, quienes tú quieras. Para que vinieran a unas exposiciones de artistas actuales.
—¡Claro! Muchas gracias, de verdad. No solo por la invitación, si no por lo de hoy, y lo de los otros días. Gracias por todo. —Le dije de corazón.
—Es un placer para mi. —Respondió.
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19 Julio, 14:15
—¡Buenas tardes chicos! —Saludó Henning.
Todos los chicos se presentaron y lo saludaron.
Nos presentó a su amigo Vincent, quien llevaría en su auto a una parte de los chicos al lugar de las exposiciones. El resto nos iríamos en el carro de Henning.
En el auto de Vincent se fueron Michelle y Mer platicando juntas en la parte de atrás, y Sigmund fue de copiloto.
En el auto de Henning iba yo de copiloto y Fred y Leam detrás.
Disfrutamos de música durante el recorrido, hasta que llegamos a una gran galería de arte, con obras de todo tipo.
Los chicos y yo estábamos fascinados, era extraño porque no había nadie, y eran obras, que según investigué, muy famosas en el continente.
Y como no había gente, no había presentador, así que fueron Vincent y Henning quienes nos explicaron cada obra.
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—Oye gracias, por lo de la exhibición. Y por todo, una vez más.—Le dije a Henning mientras caminábamos por la ciudad, camino al malecón.
—No me agradezcas, me encantó ayudarles.
—Oye... Cuando estábamos en camino, dijiste que no querías estudiar arte. ¿Qué quieres estudiar realmente? —Le pregunté.
—Creo que quiero estudiar Psicología. Aunque una cosa es estudiar y otra dedicar. —Respondió.
—Bueno, en ese caso ¿A qué quieres dedicar el resto de tus días?—Le pregunté con tono dramático. Y reí.
—Creo que quiero ayudar a la gente... tal vez unir el arte con la psicología, y ayudar a personas a manifestar lo que no pueden de ninguna otra forma, mediante el arte.
//¡wow, wow! El chico sí que tiene aspiración a ser alguien en la vida; me encantan soñadores.//
Henning notó que tardé segundos en silencio luego de lo que dijo.
—¿Tú qué quieres hacer el resto de tu vida? —Me preguntó.
—No lo sé, tengo 17, y no he vivido nada que no sea la presión de la escuela o sobrevivir a la maldita pubertad.
—Pero ya, no sólo hablando de lo educativo o laboral... a ti, Ophelia Sanz, ¿qué te apasiona realmente? —Me preguntó.
//Fuck! Siento que me están haciendo la pregunta decisiva para ganar algún tipo de concurso.//
Ambos nos detuvimos para sentarnos en una banca viendo hacia el mar. Con los edificios y la gran ciudad justo a nuestra espalda.
—Siempre me he refugiado en muchas cosas. Como leer...o ver Pinterest hasta que se me olvide el mal día que estoy teniendo. —Dije.
Ambos reímos. Luego suspiramos.
—También algunas veces dibujo.—Añadí.
—Apuesto que dibujas asombroso. —Me regaló una sonrisa.
—No podrías saberlo, ni siquiera has visto mi lado artístico. —Le reproché.
—Pero tengo buen ojo para ver personas talentosas, y sé que eres una de ellas.
—¡Debiste avisarme que estoy hablando con un cazatalentos! Deja me idolatro un poco más para que me elijas y me hagas triunfar. —Dije en tono sarcástico.
Nos reímos fuerte una vez más. Tanto que las gaviotas que estaban cerca se fueron volando.
Luego de unos segundos de recuperar la respiración, pensé y encontré la respuesta.
—Escribir. —Solté.
—Escribir.—Repitió él.—¿Y sobre qué escribes?
Solo pude pensar en como escribía siempre la más mínima cosa que hacía que me ardiera el pecho y no podía contarle a nadie.
Me desahogaba en las letras; en palabras que nadie jamás leería. Pero de alguna forma ya no estaban en mi mente ni en mi cuerpo, ahora solo estaban en un texto, sin atormentarme más.
—Sobre todo lo que no puedo decir. —Respondí.
Y sin más, solo nos quedamos en silencio, en uno muy cómodo. Pensando, y contemplando cada ola que se formaba en el mar.
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Editado: 15.01.2022