AquÍ No Hay Amor (dual)

15

Celso limpió como pudo la cama, pero el resultado seguía siendo desastroso incluso para él.

El complejo era tan antiguo que podría desplomarse en cualquier segundo. En el piso habían quedado los muebles desnudos, no había luz y, por descontado, tampoco radio o televisión. Algunas de las paredes estaban raspadas, otras mostraban en todo su esplendor marcas de agua y moho. Allí sí que había gérmenes, pensó preocupado, porque el tema de no poder ofrecerle a Ailyne un sitio como ella se merecía empezaba a fastidiarle. Probó las tuberías y respiró aliviado al descubrir que funcionaban. Se encontraban cerca del lago y el agua era el único suministro que el estado ofrecía de manera gratuita.

 Había mantenido el apartamento después de la muerte de su tía, más que nada porque le daba vergüenza sacar a la venta tal pocilga. Había gente que vivía todos y cada uno de sus días en ese barrio, pero él había salido años atrás y volvía solo para revisarlo y verificar que no se transformara en el escondite de los infractores comunes.

Ni si lo miraba con gafas mágicas se convertía en un sitio adecuado para Ailyne. Pero su vida importaba mucho más que la sábana con la cual se cubría y esperaba que ella pensase igual.

—Debes intentar descansar —le dijo—. Los siguientes días serán duros para ti.

—¿Y para ti no? —preguntó ella sin moverse de donde estaba desde que habían entrado, junto a la ventana.

—No te preocupes por mí. —Celso sonrió, conmovido porque pensaba en él—. Estoy acostumbrado a vivir bajo presión. Debo vigilar el área.

—He visto tratarse esta cuestión en los documentales de aquí. Parece que en Stray los hombres cuidan a las mujeres y ellas están esperando a que lo hagan —comentó Ailyne mirando el cristal sucio.

—¿No es igual en Reborn? —inquirió Celso, alzando una ceja.

Ella empezó a caminar despacio mientras echaba ojeadas al suelo y a las paredes.

—Pues, no. No existe la necesidad de que uno proteja al otro, recuerda que en nuestra ciudad no hay amenazas. Las mujeres no son lo que vosotros he notado que llamáis «el sexo débil» —le informó, deteniéndose a su lado.

—¿Y cómo es eso? —Celso ahogó las carcajadas que amenazaban con salir, pues el gen responsable de su masculinidad encontraba divertidísimo el tema—. ¿Las mujeres son igual de fuertes que los hombres?

—La fuerza no se mide en músculos, sino en inteligencia. —Ailyne sonrió, señalando su cabeza con el dedo índice.

—Gracias por la lección, nena, pero es solo una teoría. Lo que me interesa saber es ¿qué haces en una situación difícil si no tienes a nadie para ayudarte?

—¿Qué tipo de situación?

—Como esta en la que te encuentres ahora. —Celso abrió los brazos para enseñarle el cuarto, pero Ailyne no se impresionó.

Su mirada recorrió el espacio y encogió los hombros.

—Estoy segura de que encontraría un modo de salir.

—¿Y cómo saldrías si un atacante te hiciera esto? —Al final de la pregunta Celso la tenía abrazada por detrás, con una mano manteniendo inmóvil su cintura y con la otra los hombros, cerca de su garganta. Le susurró en el oído—: ¿Qué harías ahora?

Si hubiese podido ver la sonrisa de Ailyne, sin duda habría sido él quien se hubiera asustado. Seguro de la victoria, Celso esperó. Se dio cuenta demasiado tarde de que ella no iba a responder cómo había imaginado.

Ailyne meneó las caderas en un movimiento sensual y dejó caer la cabeza hacia atrás, ofreciéndole la vista de la columna de su cuello. Su cabello se deslizó suave y pesado sobre el hombro de Celso, y arqueó la espalda, empujando el torso hacia adelante y el trasero hacia atrás.

Celso se heló con todos los sentidos en alerta, luchando para domarlos y no perder el control de la situación. No había esperado ese tipo de ataque. En su interior la sangre llegó al estado de ebullición y una neblina le emborronó la visión. Aun así se quedó con la imagen de la piel blanca y con apariencia sensual. Sus fosas nasales se llenaron con la fragancia de Ailyne, una mezcla exótica prometedora de placeres prohibidos. Como si estuviera muriéndose de sed y ella fuera el agua, bajó la cabeza hasta que rozó con los labios la aterciopelada piel de su cuello en una caricia más suave que un aleteo de pestañas. Apretó la mano en su cintura y le atrajo las caderas contra sus muslos, a la vez que empujaba lentamente. Su erección presionó la tela de los vaqueros y un gruñido escapó de su garganta. Descendió a caricias la mano que tenía sobre su clavícula, encontrando la curva de los pechos. Su boca se abrió sobre un fragmento de la piel, y la idea de que estaba perdido hizo un pálido eco en su cabeza atontada.

Lo siguiente que supo fue que yacía de espaldas en el suelo y los que sollozaban ahora eran sus huesos lastimados. La cabeza le daba vueltas y no por culpa de la excitación. Concentró la vista y buscó con la mirada a su atacante. Se encontraba de pie, con las manos cruzadas sobre el pecho en una postura de guerrero y una sonrisa de una oreja a la otra. La risita disimulada de Ailyne se transformó rápido en carcajadas y Celso no supo si debía ir en busca de su orgullo perdido o disfrutar de la vista. Se incorporó con dificultad, intentando no hacer muecas por el dolor, aunque la acción de colocar sus órganos internos en los sitios adecuados era complicada.




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