La lluvia empezó a golpear la tierra con gotas gigantescas, el sonido irrumpiendo con estridencia y acabando con el silencio del cuarto. La canción poderosa y la fragancia de hojas mojadas se hicieron notar por la puerta olvidada abierta.
Celso abrazó a Ailyne, le dio un beso fugaz en la frente y se levantó. Cogió dos cubos y los sacó afuera para llenarlos con el agua de la lluvia. Luego reunió la madera del suelo y la llevó cerca de la chimenea, empezando el proceso de aglomerarla. Encendió la hoguera y se quedó con la mirada fija en las llamas, maravillado de cómo, en un solo instante, podía ponerse patas arriba la bien planificada vida de uno.
—Creo que deberíamos limpiar —comentó, animándose para mirar a Ailyne. Seguía sentada en la cama, abrazándose las rodillas, con una sonrisa hermética en los labios—. La lluvia debería parar pronto, pero el terreno resultará intransitable. Nos quedaremos aquí esta noche y mañana me acercaré al campamento de la DUAL e intentaré dar con Vank —continuó hablando, demasiado nervioso porque no recibía respuesta y no podía interpretar la expresión de su rostro.
—Tenías razón —dijo Ailyne, con los ojos brillantes, un indicio de su entusiasmo.
Celso sonrió contrariado.
—Normalmente la tengo, pero recuérdame sobre qué hablamos ahora.
—Me siento mejor —anunció ella, levantándose y estirando los huesos, movimiento que le enseñó su cuerpo en todo su encanto.
—Me alegro. —Celso tragó saliva con dificultad y cogió otro tronco para ocupar sus manos.
—No me explicaste que los besos tienen un efecto tan intenso —continuó Ailyne, sonriéndole traviesa—. Me gustaría repetir la experiencia.
Celso se carcajeó y meneó la cabeza con incredulidad. Ailyne no tenía cura y a él empezaba a gustarle su forma de decir lo que pensaba. Abandonó su sitio y se le acercó, manteniendo las manos bien aseguradas en los bolsillos de los vaqueros.
—Pues, vamos a ver qué podemos hacer para ponerte contenta.
—¿Cuándo?
—Cuando sea el momento oportuno —dijo, dándole un beso casto en una mejilla—. Ahora nos toca limpiar.
—Me parece bien. ¿Con qué empezamos? —preguntó no muy animada.
—¿Sabes limpiar? —se extrañó él, pensando que las manos de ella no tenían pinta de haber tocado algo más pesado que un tenedor.
—Sí. He visto muchas veces a mi Mía haciéndolo. No puede ser tan difícil. ¿Dónde están los productos?
Celso salió al porche y regresó con una escoba.
—Aquí.
Ailyne contempló el palo acabado en fibras de color verde en forma de cepillo largo, y luego miró de hito en hito a Celso. Este carraspeó, escondiendo la risa bajo una tos falsa.
—¿Para qué sirve?
—Para barrer el suelo. ¿Qué tal si lo hago yo y tú sacudes las camas?
—Puedo hacerlo. —Ailyne asintió, contenta por haber conseguido una tarea que no implicaba usar un instrumento desconocido y de apariencia rara.
La operación se transformó en un desastre. La capa de polvo del suelo se mezcló en el aire con las de las otras superficies, levantándose tan densa que llegaron a no verse el uno al otro. Celso abrió la puerta, las ventanas, y sacó todas las mantas al porche. Cogió un cubo de agua y le pidió a Ailyne que esperara sentada en la mecedora.
Ailyne se tendió en la mecedora y sacudió una manta, arropándose con ella. Alzó la cabeza hacia el cielo, sonriendo ante la imagen de las oscuras nubes perseguidas por el azul veraniego. Parecía que lo bueno iba a ganar pronto.
La lluvia no había cesado, pero se había transformado en una llovizna calma. El tamborear de las gotas era relajante y ella se balanceó, aprovechando el momento para ordenar las ideas.
Sus días en Stray estaban contados. Cada hora la acercaba a su ciudad, a sus pertenencias, a su vida anterior. Pero ella cambiaba cada minuto. No ella, como persona; las que sufrían una transformación eran sus ideas, sus pensamientos, el concepto entero de existencia y cómo se suponía que debía ser vivida.
Nunca había pensado en su futuro. No era necesario hacerlo, al saber que no era decisión suya. Comprendía que un día se casaría con un buen mozo elegido conforme a su línea de ADN, estaba casi segura de que tendría el mínimo impuesto por la Ley Colonial de dos niños y que sus jornadas pasarían en la adormecedora despreocupación propia de cualquier reborner.
Pero en Stray había descubierto que el horizonte se encontraba mucho más lejos de lo que había pensado. Realmente, de lo que había soñado alguna vez.
Aprendía palabras nuevas, ejecutaba diferentes tareas y probaba sensaciones desconocidas. «El deseo.» Sonrió soñadora palpándose los labios con el índice. El deseo era lo que Celso le había explicado y más. Sin substancias ayudantes, sin encontrarse medio en coma. Totalmente libre de probar, sentir y actuar.
Ailyne se carcajeó abrazándose bajo la manta, luego miró la puerta para verificar si él la había escuchado. Le había gustado mucho y ahora entendía por qué era un tema sensible. Eso, lo que él la había hecho sentir, era de lejos más adictivo que cualquier compuesto medicinal. Quería probarlo de nuevo lo antes posible. Esperaba que Celso hubiera perdido su vacilación inicial y la ayudara en su aprendizaje. Frunció contrariada el ceño, pensando que no se veía practicando con otro hombre que no fuera él.
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Editado: 27.09.2020