El camino de regreso le pareció sencillo a Celso, a pesar del tremendo calor que le freía la piel. Silbaba contento y hablaba con un escribano ruidoso que lo seguía, mirándolo sospechoso.
—Sí, amigo, yo también dudaría de tus intenciones si pisaras mi territorio —le dijo, saltando con facilidad por encima de una roca.
«Cuando hay esperanza, todo se arregla», se animó, olvidándose con intención del resto de la conversación con Vank. Se apresuró, pensando que Ailyne se habría levantado a esas horas.
En efecto, la vio desde la distancia, apoyada en la pared cercana a la puerta. Cuando apareció en su espacio visual, echó a correr y no paró hasta que se instaló entre sus brazos.
—Vaya. —Celso le rodeó la cintura para no desequilibrarse por el atropello.
Ailyne le agarró los hombros, contenta de verlo entero y sano. Inhaló su perfume y se abrigó con el calor de su cuerpo, pruebas irrefutables de que era real.
—Estás aquí —susurró para certificarlo.
—Claro que sí. ¿Qué pensabas? —Le alzó el mentón para poder mirarla y Ailyne atacó por sorpresa, presionando la boca contra sus labios.
«No tiene experiencia», fue el primer y el último pensamiento coherente de Celso. Quizá no la tenía, pero ganaba por la determinación y aprendía con rapidez. No tuvo tiempo de preparase ante el ataque. Ailyne se levantó de puntillas, moviendo lentamente la boca sobre la de él. Celso dejó de respirar y la acción hizo que el latido de su corazón se escuchara como el trote de una manada de caballos. Se quedó inmóvil, con las manos agarrando la cintura de Ailyne como si su vida dependiera de ello. Esperaba ver hasta dónde quería llegar, pero la espera era una tortura.
Ailyne insistió y él aguantó hasta que sintió en los labios la tímida caricia de la punta de su lengua. Solo entonces se hundió en la calidez de la dulce boca. Su lengua avanzó con movimientos circulares, eróticos, instigando y seduciendo, embistiendo y retrocediendo con el único propósito de conquistar. Bajó las manos hasta las curvas de su trasero para levantarla y exigirle que le rodeara la cintura con las piernas, caminado a la vez hasta que encontró apoyo en una de las columnas de madera del porche. Buscó con la boca hasta dar con un hombro, mordisqueando sutilmente con los sentidos inflamados y la excitación galopando por sus venas.
Con la espalda recostada contra la columna y el único punto de equilibrio en las caderas de Celso, Ailyne lo abrazó. Juntó los dedos en su nuca, atrayéndole la cabeza en el beso que tanto deseaba. Un calor exquisito le sensibilizaba la piel y se concentraba en su bajo vientre en una flama candente y abrasadora. Celso movió circularmente las caderas y ella copió la acción, percatándose de que aumentaba su hambre. Y cuando él le bajó el tirante de la camiseta con un gesto brusco, entendió que estaba igual de hambriento.
Sintió al mismo tiempo la combinación del aire fresco y el aliento cálido en los pechos desnudos. Dejó caer la cabeza hacia atrás en un gesto instintivo cuando la de Celso bajó. Adivinó los toques insinuantes de su lengua conjurando el pezón. Sus rodillas fallaron cuando este fue absorbido en el interior de su boca y mantenido en la humedad del paladar.
Las respiraciones jadearon y los cuerpos lloraron por una satisfacción.
Una ráfaga de viento irritó la vegetación, haciendo cantar las hojas de los árboles y bailar a la hierba alta, pero a ninguno le importaba la hermosura de la naturaleza.
Celso sostuvo a Ailyne en la misma posición mientras caminaba hacia la puerta y la cerraba de una patada. Eligió al azar una cama y la bajó con delicadeza, tendiéndose a su lado.
Ailyne abrió los ojos y se carcajeó.
—¿Vamos a copular? —preguntó, tirando de la camiseta para esconder su desnudez.
—Ejem… —Celso se tragó las maldiciones a tiempo y consiguió esbozar una sonrisa después de haber mantenido los ojos cerrados para escapar de los estremecimientos que le producían aquella palabra—. No exactamente, algo parecido —refunfuñó, especulando si era el momento de explicarle que en Stray usaban otros términos y que ni el significado era el mismo. Que no se trataba de un simple acto frío y que se practicaba a paquete con emociones. Entendió que la discusión solo iba a traerle una migraña y grandes posibilidades de revelar sus sentimientos hacia ella. Le acarició con la yema de los dedos la piel sensible del antebrazo—. Si es lo que deseas —añadió en voz suave.
Ailyne le capturó la boca en un beso largo que le dejó el cerebro hecho papilla.
—No cambio mis ideas de un día a otro. Estoy segura.
—Menos mal, porque esto se ponía cada vez más difícil —Celso contestó mientras acariciaba un punto en su cuello donde sentía latir el pulso.
—A mí me divirtió bastante —rio Ailyne. Sus risitas se ahogaron en cuanto el recorrido de la lengua de Celso le produjo escalofríos.
—Quiero que me avises si algo no te gusta —le pidió él. La cascada de mechas oscuras y suaves se escurría por entre sus dedos. Lo miraba tan confiada que tuvo que tragarse el nudo de la garganta para poder hablar. Se veía como una especie de hada del futuro y le tenía embrujado. Ailyne asintió en silencio, sin dejar de sonreír con expectación—. Y quiero que me digas qué deseas —añadió. De repente, le entró miedo de ser rechazado o de no cumplir con sus expectativas. Se sentía como un adolescente lleno de hormonas, deseando hacer lo mejor, pero sin estar seguro de si iba a conseguirlo.
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Editado: 27.09.2020