AquÍ No Hay Amor (dual)

28

Ailyne despertó porque tenía frío. Sus dientes castañeaban descontrolados y un sudor helado le bañaba la nuca. Estaba tumbada de un lado sobre una superficie dura, de cara hacia una pared de piedra. Se giró sobre un codo, pero la luz era escasa, opaca, y sus ojos no distinguieron gran cosa. Unos brazos rodearon su cintura y ella se alejó apresurada, con el corazón dándole un brinco.

—Soy yo —dijo Celso, atrayéndola hacia él.

Ailyne reconoció su voz, pero no aceptó el abrazo. Se incorporó y ojeó la estancia. Era pequeña, solo unos metros de larga y ancha, amueblada con la cama y una mesa sobre la cual había una lámpara encendida.

Poco a poco los recuerdos volvieron; la noche pasada, los hombres de la DUAL, el secuestro, cero esperanzas. La respiración se le atascó y abrió la boca desesperada por aire. Sus miembros temblaban y el sudor se propagó por toda su piel, pinchándola como si estuviera hecho de agujas de hielo. Las náuseas le removieron el estómago y sentía como si su cabeza se encontrara bajo agua.

—Respira hondo —le pidió Celso observando la palidez de su rostro y el color anormal de los labios. Entendió que tenía un ataque de pánico—. ¡Mírame! —voceó, cogiendo las mejillas de Ailyne entre sus palmas y forzándola a hacer contacto visual—. Mírame y cuenta las respiraciones. Respira. Inspira. Bien. Repite el proceso.

Ailyne no separó los ojos de los de Celso. No entendía qué le decía. Veía su boca moviéndose pero el sonido llegaba distorsionado, mecánico, como si el que hablaba fuese un robot en sus últimos minutos de vida. Empezó a abrir la boca al mismo tiempo con él y pronto sus pulmones recibieron el aire necesario. El ritmo de su respiración se calmó, pero seguía teniendo frío. Entonces aceptó el abrazo y se quedaron fundidos en un solo cuerpo durante minutos, en silencio.

—Agua —pidió, lamiéndose los labios resecos.

Celso le acercó un vaso de metal y esperó durante el tiempo que Ailyne aliviaba su garganta.

—¿Qué acaba de pasarme?

Celso le sonrió con dulzura, descartando las otras opciones que incluían refugiarse bajo tierra y castigarse de algún modo por su estupidez. Ya se hallaban bajo tierra y estaban castigados.

—¿Recuerdas el día en la cascada cuando me pegaste una bofetada? —preguntó, masajeándole el cabello y esperando que ella asintiera—. Es pánico. El cerebro sufre un apagón por la falta de oxígeno.

—Oh. Deberías haberme dicho que hay un método alternativo de remediarlo, aparte del puñetazo que te di.

—No importa. Ya pasó. Y el tuyo también. ¿De acuerdo? —preguntó Celso, asegurándose de que era verdad.

—Sí. Pasó. ¿Cuál es la causa? —se interesó Ailyne.

«Yo soy la causa», pensó Celso, con la culpabilidad agarrándole las entrañas como lo había hecho desde que habían sido capturados. Apretó los dientes reviviendo el momento por milésima vez, deseoso incluso de vender su alma a cambio de retroceder en el tiempo. Aceptaría ser quemado, cortado a trazos finos, apuñalado o manipulado de cualquier diabólico modo para aliviar su pena.

—Miedo —le explicó a Ailyne—. Diferentes tipos de miedo, en general, son la causa.

—¿Tengo miedo? —Ella se extrañó como si no conociera el significado de la palabra. Celso suponía que así era.

—Es normal que lo tengas. Yo también lo tengo y cualquier persona en nuestra situación lo sentiría.

—No estamos bien, ¿verdad? —inquirió, la inseguridad evidente en su voz temblante.

Celso la abrazó tan fuerte que pudo sentir sus huesos. Le besó la coronilla, sin saber qué hacer para reconfortarla. Daría su vida a cambio de la de ella, pero sabía que su oferta no era de interés para nadie.

—No, no lo estamos —reconoció en voz ronca.

—¿Hay alguna posibilidad de que salgamos? ¿De qué nos fuguemos? He visto una película donde el protagonista se escapaba de una cárcel de máxima seguridad —comentó ella animándose.

Celso se carcajeó suavemente, divertido con su imaginación. Se levantó de la pequeña cama y empezó a vagar por el cuarto. No quería mentirle, pero decir la verdad era más difícil que nunca.

—No podemos hacerlo. No hay manera de salir de aquí —admitió. El esfuerzo de decir las palabras le produjo dolor de garganta y lo añadió a los otros síntomas aparecidos como consecuencia de su error por haber confiado en quien no debía.

—¿Entonces qué pasará?

—El tiempo nos lo dirá. De momento a ti no te harán daño, pero eso depende de cómo vayan las negociaciones. Eres una pieza importante, no dudarán en usarte.

—Mi padre se encargará de eso —aseguró ella, enderezando la espalda pero dando un respingo en cuanto sintió la pared fría.

—Espero que sí, peque… Espero que sí —murmuró Celso con la mirada perdida en el vacío.

Se acercó y se tendió en la cama, atrayéndola y acomodándole la cabeza sobre su pecho. Hacía frío y la delgada manta que tenían que compartir no los ayudaba. Los de la DUAL no habían llevado sus pertenencias, de hecho, nadie había ido a molestarlos en las últimas horas que Ailyne había pasado durmiendo.

Celso conocía bien la estancia. Estaba construida para los posibles traidores. En su conocimiento, nunca habían encontrado alguno, eso si no se contaba a él mismo. Así que normalmente saciaban su deseo de poder al emplearla para asustar a los pobres indefensos y sacarles la información que querían.




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