AquÍ No Hay Amor (dual)

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Tampoco reconoció al dual que vino a llamar a Ailyne la mañana siguiente. Celso se sabía el procedimiento básico; los cambiaban para no tener tiempo de hacer amistades.

Aunque ese daba señales de nerviosismo en el pasillo, ella no se movió hasta después de jurarle que estaba bien.

—No les agites. Sé de primera mano que puedes sacar a un hombre de su sano juicio —intentó sonreír él.

—Seré un ángel. —Ailyne se despidió con un abrazo corto y siguió al hombre por el trayecto del día anterior.

Solo dos hombres la esperaban en el cuarto.

—Tu padre pide pruebas —la avisó uno de ellos, saltándose el saludo.

—Me parece normal —dijo, riéndose para adentro. Su padre pediría mucho más; se quejaría y los abrumaría mientras usaba ese tiempo para tomar medidas.

—Vamos a rodar un vídeo. Le dirás que te encanta Stray. Pero primero quizá deberías arreglarte un poco para no asustarle —dijo, mirando sus prendas sucias y arrugadas.

Tenían razón y Ailyne les concedió el crédito por haber pensado en el detalle. Necesitaba de urgencia un baño, un peine, ropa limpia, y planeó negociar lo mismo para Celso.

El baño fue una ducha fría tomada en un cubículo tan estrecho que casi no podía darse la vuelta, pero lo disfrutó igualmente. Vestida ahora con una camiseta y pantalones limpios y planchados, se sentía como nueva y el horizonte no parecía tan oscuro como unos minutos atrás.

—Quiero que Celso reciba el mismo trato —pidió en cuanto regresó, pero entendió que había elegido un mal momento. Los guardias sufrían de un desorden de personalidad. Uno de ellos se le acercó, con la cara distorsionada en una máscara fría e insensible.

—Estoy harto de tu actitud de reina y de tus demandas. Espero que abras la boca solo para responder a las preguntas y seguir las órdenes. ¿Está claro? —gruñó, tan grosero como pudo.

Aunque sintió el vello de punta y el estómago le dio un brinco, Ailyne se mantuvo firme. Era el momento de negociar porque la necesitaban y no sabía cuándo tendría otra ocasión.

—Perfecto, gracias por aclarármelo. —Se forzó a sonreír—. No obstante, debo insistir en mi petición. Y añadir que cualquier malentendido se puede arreglar de forma cordial —añadió rápido—. No sería bueno que a mi padre le llegara un mensaje equivocado —declaró, jugando un farol.

El hombre se lo pensó un momento, la miró asqueado y asintió con un gesto breve de cabeza. Luego le dio una hoja de papel, ordenándole memorizar las palabras.

«¡Qué broma!», resopló Ailyne entreteniéndose con el texto, pero teniendo cuidado de esconder sus pensamientos para no molestar de nuevo la sensibilidad del soldado.

Habían preparado una cámara vídeo que miraba hacia la pared. Entendía que debía jugar un papel y era cómo se sentía. Sus pensamientos reales se alejaron, dejando un vacío turbio, una sencilla línea horizontal del tiempo donde existía el momento presente pero no tenía consciencia de él.

—Papá, como puedes ver, estoy muy bien —empezó, y de pronto la tarea se le hizo muy difícil, un nudo en la garganta dificultándole la operación de hablar, las lágrimas amenazando con salir.

—¡Sonríe! —gruñó el hombre, apagando la cámara y acercándose a ella—. No queremos que tu padre se enfade, ¿verdad? No hay motivo para llorar. Dentro de poco estarás en tu maravillosa ciudad y de vuelta a tu preciosa vida.

Aunque no creía en la declaración y mucho menos en la simulada sonrisa del guardia, Ailyne cerró los ojos y repitió las frases en la mente hasta que se sintió lo suficiente segura como para presentar una pose convincente.

—Papá, como puedes ver, estoy muy bien. DUAL lucha para conseguir mejor vida para Stray, así como nosotros deseamos lo mejor para Reborn. Son hombres que cumplen su palabra. Espero que acabéis las negociaciones cuanto antes. Os extraño y quiero volver a casa —acabó, hablando lo más rápido que pudo.

Los puntos más importantes tachados: asegurar a su padre de que estaba viva y que no había sufrido daños, tocar la vena paterna de protección hacia la hija, convencerlo de que se diera prisa y advertirlo de no usar represalias.

A pesar de que fueron unas pocas palabras, Ailyne se sentía extenuada. El mensaje tuvo el efecto inverso en ella, dejándola sin fuerzas e incluso sin esperanzas.

Cuando salió, nubes oscuras se habían aglomerado en el cielo, coincidiendo con su estado de ánimo. El viento le azotó el pelo y un trueno gruñó furioso, reverberando encima de la cumbre.

Pasaba por delante de una construcción larga y vio que el guardia, un joven de rostro hermoso, miró el cielo y diseñó en el aire con la mano un gesto extraño, en forma de cruz. Supuso que todos sentían subconscientemente la amenaza sutil disimulada en el aire, el clandestino olor a lo desconocido.

Se desplomó en los brazos de Celso, sin poder controlar los estremecimientos, olas de furia acumulada, desesperanza y amargura depositadas con el paso del tiempo. Tiempo que había procurado mantenerse fuerte, adaptarse a los cambios, no fallar a sus creencias y aprendizajes. Era tarde, demasiado tarde. Había cambiado por dentro, una herida que no se podía curar. Aunque consiguiese volver a Reborn, sabía que no sería la misma.




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