Siete años después
—¿Cuánto tenemos que quedarnos así? —preguntó la niña tamboreando nerviosa con el pie en la tierra.
—Si no dejas de hacer ruido, no vamos a coger ninguno —replicó su hermano mientras estudiaba con atención el lago.
La muchacha resopló y puso las manos en jarras.
—¿Tú crees que los peces son tan tontos para morder ese anzuelo?
—Es lo que dijo papá y él sabe mucho de eso.
—Pues yo creo que perdemos el tiempo. Mejor nos damos un baño —dijo ella probando el agua con el pie descalzo—. O nos entrenamos en tirar las piedras.
El niño verificó la posición de las cañas para pescar.
—Debes aprender a callarte y a tranquilizarte, Laena —comentó meneando la cabeza en reproche.
—Y tú debes actuar más, Aidan —refutó su hermana, alejándose las mechas oscuras desordenadas por las ráfagas del viento veraniego.
—Lleguemos a un acuerdo. Si consigues callarte por quince minutos, luego haremos algo que te guste a ti.
Laena hinchó las mejillas durante el tiempo que se lo pensó.
—Trato hecho —aceptó, chocando la palma con su hermano.
—¿Crees que lo conseguirá? —preguntó Ailyne tendiéndose de espaldas sobre la manta para mirar el cielo a través de las coronas de los árboles.
Celso le acarició la mejilla y sonrió echando un vistazo a los niños.
—Ni hablar. ¿Quince minutos? Es una eternidad para Laena. Se parece demasiado a ti.
—Y Aidan a ti —le reprochó ella, carcajeando.
Cada año iban a la cascada y esa vez Celso había decidido que los niños eran lo bastante grandes como para aprender a pescar. Ailyne no le llevó la contraria. Disfrutaba del lugar y de los recuerdos, aunque ahora miraba con confianza hacia el futuro. Porque ahora podía permitirse soñar. Vivía el futuro y era uno maravilloso. Pasaban la mayoría del tiempo en Reborn, pero regresaban varias veces al año a Stray. Ella continuaba con su trabajo y Celso había abierto una compañía que se encargaba de los cambios comerciales entre las dos ciudades. Era sorprendente la cantidad de gente que quería probar alimentos, máquinas, ropa o incluso tecnología del otro lado.
—Hace mucho que no veo a Vank —comentó con los ojos cerrados—. ¿Está bien?
Celso se dio la vuelta, dejó descansar la cabeza en su abdomen y Ailyne pudo jugar con sus mechones.
—Sí. Disfruta con su éxito. Le costó tanto obtener los permisos para su nuevo concepto del local de intercambio social que ahora está caminando por encima de las nubes.
—Su éxito se basa mucho en obtener la licencia para el alcohol —se rio Ailyne.
—El límite de dos copas es aceptable. Quien quiera más, puede hacerlo en la privacidad de su casa —comentó Celso sin añadir que él también disfrutada de poder tomarse una cerveza con su amigo—. Nos encontraremos la semana que viene para el cumpleaños de Disi. La mayoría de edad y su primera cerveza.
Ailyne torció el gesto, absteniéndose de regañarle. Había probado el alcohol y no opinaba que fuera algo milagroso. Para no recordar que aquella que ellos llamaban «cerveza» era asquerosamente amarga y no entendía por qué les gustaba tanto. Pero había aprendido a respetar las elecciones de cada persona, y juzgar no estaba en su carácter.
—Su nombre es Lance.
—Le gusta que le llamemos Disi. —Celso sonrió, guiñándole un ojo—. Le recuerda lo que vivió.
—A veces no os entiendo. ¿Por qué querría recordar años tan tormentosos?
—Para apreciar más lo que tiene.
—Cuánto hemos cambiado —dijo Ailyne, con la mente aún en el pasado—. Quién hubiera pensado que un incidente cambiaría el mundo. Casi no quedan reborners ni astray.
—Cada uno aprendió de las experiencias del otro y ayudó saber qué errores no había que repetir —replicó Celso en voz aburrida—. Si lo piensas, nosotros fuimos los pioneros de la Nueva Carta. Los primeros dual. Cuando le dijimos a tu padre que íbamos a casarnos sin la aprobación del Computador General o nos fugábamos, pensé que le iba a dar un ataque —se rio—. Ahora casi todos lo consultan por seguridad, no por obligación.
Ailyne sonrió, sabiendo que él seguía fiel a su opinión y no metía sus narices más lejos de lo que de verdad le importaba. Ella y los niños eran su mundo, siempre vociferaba que no necesitaba nada más, e incluso había rechazado la oferta de su padre de ser miembro en el nuevo comité que se encargaba de los dual.
—A Barín le faltarán años para acabar su castigo —dijo, estremeciéndose por los recuerdos.
Celso encogió los hombros, negándose a sentir algo por el hombre que no lo había deseado. No lo reconocía como padre, aunque mantenía la relación con su abuela que no tenía otra culpa que haberle dado a luz.
—No me preocupa. —Le acarició el brazo, logrando reemplazar las sacudidas frías con escalofríos placenteros—. Tanto tiempo en una cárcel de Stray cambian a una persona para siempre. Y si saldrá un día, en Reborn tampoco será libre. Estará monitorizado el resto de su vida, ciudadano con el nombre pero exilado. Perdido —susurró, maravillándose de que la palabra tuviese tantas connotaciones.
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Editado: 27.09.2020