PRÓLOGO
Los alrededores del palacio legislativo estaban en llamas. El lujoso edificio de diez pisos, que, en otro momento, fue un símbolo de poder y un monumento al despilfarro de los recursos públicos, ahora, se veía como una edificación vacía y resquebrajada, sumida en los fuegos de la anarquía. El hermoso parque que se levantaba al frente del edificio se encontraba destruido. Los árboles altos y cargados de hojas verdes estaban veteados de negro. Los lejanos gritos de la turba aun podían escucharse. Los policías armados y los antidisturbios habían hecho su mejor esfuerzo para replegar a los manifestantes, pero actuaron demasiado tarde. Posiblemente aquello era consecuencia de la costumbre. Las manifestaciones en aquel pequeño país no eran algo nuevo. Los cierres de las carreteras más concurridas pasaron a ser algo normal. Las consignas generalmente siempre eran las mismas: el alto costo de la vida, la pesada deuda pública, el desempleo, la falta de políticas públicas para hacer frente a los hechos delictivos y un largo etcétera de cosas, problemas y demandas ciudadanas interminables. Muy en el fondo todos sabían la razón real del problema. La génesis de todos los problemas en el país. La corrupción. Tanto los victimarios como las víctimas lo sabían. Tanto los empleados como los desempleados lo comprendían. Tanto los corruptos como los honestos lo percibían… ¿Pero en verdad, era posible hablar de honestos y corruptos en el país? ¿Es acaso un debate que merezca atención? ¿Existía acaso una forma de solucionarlo? ¿Existía una forma de evitar todo lo que había sucedido?
El lunes 6 de febrero el cielo territorial se tiñó de rojo. La hora local: 6 de la tarde con 30 minutos. En ese momento nadie sabía quién había dado el primer golpe. Por otra parte, los noticieros ya anunciaban a la primera víctima: Renato Mendieta. Uno de los diputados del partido político RFA (Republicanos Federales Aliados). Su cuerpo quemado aun ardía sobre el poste metálico al cual lo habían atado. Los rumores de su secuestro, unos días antes, habían sido tomados como una burla para el país. Se decía que se había marchado con su amante transexual a una isla en el trópico, otros aseguraban que estaba vacacionando en las zonas turísticas de Moscú. Nada de esto tuvo mayor importancia luego de la identificación de su cadáver. Aquellos que le prendieron fuego estando aún con vida, eran los mismos que había colocado los colores distintivos del partido RFA. Usando pintura en aerosol, habían trazado tres líneas gruesas: una roja, otra blanca y la última línea, de una fuerte tonalidad azul. Los colores estaban dispuestos frente al cadáver quemado como una perturbadora burla al partido político gobernante. El olor a carne quemada procedente del cadáver de Renato se había dispersado asombrosamente rápido por todo el parque. A lo lejos las consignas de los manifestantes seguían escuchándose. Los mismos, que habían secuestrado al diputado, para después prenderle fuego, seguían ocultos entre el gran número de manifestantes, aunque, era posible distinguirlos por sus vestimentas de colores negro y verde.
Una de las diputadas de las provincias centrales salió del palacio legislativo. Estaba descalza, con la ropa desgarrada y con una enorme macha de sangre sobre la costosa blusa blanca que se había puesto esa misma mañana. Caminó desorientada durante unos 20 minutos. No estaba acostumbrada a caminar tanto y mucho menos descalza. La mayor parte de su vida había transcurrido entre lujos, al punto que ni siquiera recordaba que las condiciones climatológicas del país tropical en el que había nacido no eran apropiadas para ese tipo de ropa. Al llegar al cadáver quemado, sus ojos se posaron sobre lo que antes, había sido su compañero Renato. El recuerdo de aquella última reunión con él, vino a su mente, como una especie de tortura psicológica, forzándola a pensar en todos los errores que había cometido. Luego su mirada siguió la desagradable columna de humo negro que seguía ascendiendo desde el cadáver. A lo lejos en medio de las sombras levantadas por aquella nube negra, uno de los atacantes la reconoció. La había visto muchas veces en la televisión. Diana Donato. La diputada más joven del palacio legislativo, con apenas 26 años; y cumpliendo su segundo periodo como diputada electa, luego de resultar vencedora en las elecciones pasadas. Se trataba de otra de las figuras importantes adscritas al partido político RFA. En sus últimas declaraciones a la prensa, había demostrado un marcado distanciamiento al partido gobernante, manifestando y denunciando en un sinfín de ocasiones los casos de corrupción y extorsión. Por supuesto que ninguna de las denuncias presentadas, llegaba a concretarse en un verdadero proceso judicial. Como siempre, la prueba idónea, fundamental para iniciar un proceso contra un diputado o ministro de la república, no era suficiente, o simplemente era desestimada. Los fiscales anticorrupción anunciaban sin ninguna vergüenza que la investigación no arrojaba el reconocimiento de los verdaderos responsables, por otra parte, la diputada se limitaba a hablar de escándalos en el ministerio público y de la compra de conciencias, lo cual al final, nunca terminaba en nada.
—Necesito una ambulancia —balbuceó la diputada, aún sin recuperarse del estado de conmoción en el que se encontraba—. Necesito ayuda. Nosotros necesitamos ayuda, hay mucha gente herida.
Guardó silencio y mantuvo su mirada fija en el cadáver quemado. Por un momento, dio la impresión de estar esperando alguna clase de respuesta por parte de Renato. La cara carbonizada del diputado no reaccionó ante aquella petición, como era de esperarse, aun así, la diputada Donato continuó, hasta que finalmente, cayó en cuenta de que estaba hablando con un muerto. Se alejó aún con la mirada fija en el cuerpo. Sin notar la figura masculina que se iba acercando a ella. Trastabilló una vez más y cayó. El costoso saco celeste y la elegante falda del mismo color que vestía en ese momento, habían perdido su alegre vistosidad; algo, que llegó a combinar muy bien con su carácter juvenil y alegre, que en ningún momento le resto valor a su profesionalismo. El olor de la salsa de puerco aún seguía adherido a la tela de su ropa. Desde el momento en el que inició su carrera política, supo que debía tener dos rostros: uno público y otro privado. Su rostro público, iba unido a su imagen juvenil y profesional, en conjunto con su figura esbelta y delicada, mantenida con una complicada rutina de ejercicios y dietas basadas en productos orgánicos. Incluso su cabello rubio, formaba parte de esta imagen pública. Obviamente no era su color de cabello original. Sus asesores de imagen, durante los primeros años de su carrera política, le sugirieron que buscara un aspecto un poco más seductor y menos profesional. Los electores cayeron en la trampa y resultó electa dentro de una las provincias más importantes del país. Ahora, su cara pública, no servía de nada y ocultarse tras su cara privada tampoco funcionaria.