Cuando el Guiverno aterrizó en la Isla flotante lo hizo sobre un campo con algunas flores de toda clase de colores que se aplastaron bajo el peso de la criatura.
Abraham bajó de la montura deslizándose por uno de sus costados, percatándose que del cielo descendía el animal que Wirm guiaba. Kya cayó a su lado en un ruido sordo. Estaban a unos metros de la orilla de la superficie, había un manantial que brotaba de entre unas grandes rocas y que escurría entre las altas hierbas hasta caer por el borde creando una pequeña cascada.
Abraham se dio la vuelta y observó que en el centro de la superficie se alzaba un gran castillo de cuarzo que parecía brillar por su cuenta, como una estrella en la noche más oscura. Era simplemente asombroso. La vegetación lo rodeaba y un estrecho sendero resaltaba de entre los árboles y helechos.
—Ya casi llegamos —anunció Kya con sus manos posadas en su cadera.
Wirm llegó a ellos y los tres se encaminaron al frente por el camino ya trazado. Avanzaron varios metros en línea recta hasta llegar a una alta e imponente puerta, frente a la cual se hallaban dos estatuas enormes de granito con la forma de gladiadores, sus facciones eran tan detalladas que incluso parecían ser reales.
Kya se dirigió hasta quedar delante de las estatuas.
Entonces ambas esculturas cobraron vida y cruzaron sus alabardas una contra la otra, sorprendiendo a Abraham y diciendo con voz profunda:
—¡Alto ahí! Ustedes se encuentran en la magnánima Isla Errante de los Sabios. Informen sus motivos.
—Estoy aquí para verlos, me ordenaron venir—dijo Kya.
Las estatuas se quedaron inmóviles por unos instantes, luego retiraron sus armas permitiéndoles el paso pues al momento la puerta hizo un tosco sonido y se abrió de par en par hacia adentro, mostrando una cegadora luz que forzó a Abraham a entrecerrar los ojos.
Cuando el brillo por fin se apaciguó atravesaron la entrada llegando a un amplio lugar, todo era cándido y del techo colgaban candelabros de cristal cuyas llamas eran color azul. No había muebles que ocuparan el espacio y lo único que había era una larga escalera en el centro sin ningún barandal a sus costados. En lo alto de ellas se encontraba una pared, lo que hacía ilógica su construcción. Aun con esto Kya comenzó a subir por ellas, y Wirm le siguió.
Abraham se quedó de pie dudando entre ir con ellos o quedarse ahí, se sentía cohibido con su pijama, hasta que Wirm apenas llegando al segundo escalón se giró hacia él y dijo:
—No hay que hacerlos esperar, siempre están ocupados —no estaba alzando la voz, más parecía retumbar en el cuarto vacío.
Abraham sin responder empezó a subir detrás de ellos, mirando de soslayo los bordes de los escalones con temor de resbalarse y caer.
Al llegar a la cima Kya se detuvo y para sorpresa de Abraham en la pared que parecía lisa se dibujó un rectángulo apareciendo una perilla en uno de sus lados, la cual Kya tomó girándola algo dudosa, abriendo la puerta que hasta ahora había hecho acto de presencia.
—No hables a menos que te den la palabra —le advirtió Wirm a Abraham, y dicho esto entraron.
Al cruzar el umbral notaron que el lugar tenía un piso tan blanco como su planta inferior, estaban en el interior de una cúpula transparente que mostraba un cielo rojo con una luna negra y todo a su alrededor era igual, siete grandes tronos se ubicaban en torno al sitio y sus alturas eran aproximadamente de dos metros. El frío parecía haberse evaporado y con él los nervios de Abraham, era como si respirar el aire de ahí produjera una sensación de comodidad.
Abruptamente una voz desconocida e imponente se hizo oír sin dueño aparente.
—Los estábamos esperando —dijo resonando en el domo.
Abraham olvidó que lo había hecho sentir tan calmado y sus músculos se tensaron al escucharla.
Kya hincó una rodilla en el suelo en señal de respeto al mismo tiempo que Wirm lo hacía. Abraham los miró confundido, hasta que la joven lo obligó a hacer lo mismo de un jalón.
—He cumplido con mi deber —dijo Kya seriamente mirando el suelo—, he traído al humano.
—Bien hecho —respondió una voz femenina con gravedad de entre las paredes—. Abraham Newman, te hemos convocado por una razón que seguramente ya conocerás.
—Lo que observas arriba tuya es el Cielo del Porvenir —informó una nueva voz, similar a la primera—, como podrás darte cuenta está teñido de carmesí con una luna negra, lo que nos augura un aciago futuro. Y tememos que puedas ser motivo de él.
—¿Cómo? —preguntó Abraham, confundido sobre el significado de las palabras—, ¿Qué significa eso?
—Significa que el que puedas vernos representa un peligro para todos —dijo la voz femenina.
—Pero si no es mi culpa poder verlos, ni siquiera sé por qué estoy aquí.
—El que no lo sepas no cambiará lo que ya está escrito. En cambio, lo que nosotros hagamos sí.
—¿Y qué es lo que harán? —preguntó Abraham, poniéndose de pie y frunciendo el ceño.
—Encerrarte. No hay otra opción.
De pronto unas cadenas púrpuras abrazaron sus muñecas, forzándolo a que sus rodillas chocaran dolorosamente contra el suelo.
—Kya —llamó una cuarta voz—, ya no nos eres de utilidad. No es en absoluto personal, sin embargo no podemos permitir que esta información salga de aquí.
—Pero, ¿a Wirm qué le pasará? ¿y el Árbol del Juicio? No puedo abandonarlo —dijo Kya preocupada—, debo regresar a él antes del atardecer o su escudo protector desaparecerá.
—No hay de qué preocuparse, otro Guardián ocupará tu lugar, y sobre Wirm, él sabe cuál es su deber.
Abraham la miró atónito, y advirtió en que el brillo dorado en los ojos de Kya se desvanecía lentamente hasta convertirlos en simples pupilas pardas. Ella no logró cerrar los ojos hasta que el color se perdió por completo, haciéndola gritar de dolor y apoyar sus manos sobre el piso a la vez que otro par de cadenas las sometían.
Editado: 18.01.2021