La "forma" de la que Renn había hablado implicaba que Abraham y Kya subieran al Guiverno joven mientras que él se acercaba a las crías de Guivernos a la vez que decía:
—Tal vez estos pequeños nos pueden servir de algo.
—Sólo podrían volar como cinco minutos —dijo Kya miraba a las criaturas que jugaban y saltaban entre ellas.
Renn posó sus dedos sobre su mentón en gesto pensativo.
—¿No has oído que la unión hace la fuerza? —preguntó. Luego se volvió hacia los Guivernos inclinando su cuerpo hacia ellos—. Ustedes son más fuertes de lo que lucen, ¿no es así?
Los Guivernos lo miraron fijamente y todos asintieron con la cabeza agitando sus alas con diversión. Incluso el joven Guiverno pareció emocionarse.
—Entonces ya está resuelto —dijo Renn—, ellos me subirán.
—¿Acaso se te zafó un tornillo? —inquirió Abraham—, muy apenas pueden valerse por sí mismo, ¿y tú esperas que te lleven?
—No soy una máquina como para tener tornillos —replicó Renn confundido por la expresión—, y en cuanto a los pequeños, ellos son suficientemente fuertes para llevarme de ida y vuelta.
—Pero Kya acaba de decir que se agotarían a los cinco minutos.
—Ella se refería a sólo uno, en cambio seis serán más que suficientes.
—De verdad que perdiste la cabeza, ¿Qué pasa si uno te suelta y llegas a caer? ¿se te ocurre algo?
Renn se encogió de hombros.
—Ya perdí mucho como para que eso me importe.
Abraham quiso preguntar a qué se refería, sin embargo Kya no le dio tiempo de añadir otra cosa, lo tomó de la muñeca y lo guio hasta el Guiverno más grande forzándolo a subir sobre él. Kya se sentó frente suyo limitando su campo de visión y aferrando sus manos a los costados del cuello del animal.
El Guiverno no tenía ninguna clase de montura además de parecer nervioso por ser la primera vez que alguien lo montaba, lo que volvía esa experiencia algo incómoda y desagradable.
Para cuando Abraham se dio cuenta los pequeños Guivernos habían tomado a Renn de diferentes extremidades: Cuatro en sus piernas y brazos, otro más tomándolo del cuello de su abrigo y el último sujetándolo del dorso.
Abraham levantó la mirada observando que la criatura sobre la que montaban había empezado a moverse hacia adelante con unas pisadas estruendosas. Continuó así durante varios pasos hasta que decidió desplegar sus alas y emprender el vuelo.
El Guiverno empezó a subir con lentitud y tambaleándose un poco a los lados, era clara su inexperiencia y por unos segundos Abraham temió por su vida. Aunque esos miedos se evaporaron cuando el animal se estabilizó y consiguió volar en línea recta verticalmente.
Se podía ver como la línea de arriba se expandía con cada metro que subían mostrando así el cielo rojo que era un recordatorio fijo de lo que Abraham había causado.
Llegaron por fin al borde del acantilado y una vez ahí el Guiverno aterrizó cerca de un lago al uno de los lados de la brecha. Kya descendió lentamente y antes de que Abraham pudiera hacer lo mismo oyó gritos detrás suyo que tenían eco y resonaban en las paredes del acantilado hacia el exterior.
De pronto cientos de aleteos se hicieron escuchar, justo cuando el ruido no podía ser más fuerte de la grieta se asomaron los pequeños Guivernos sosteniendo entre ellos a Renn, quien lucía desesperado y asustado con sus ojos cerrados con fuerza y tratando de aferrarse a cualquier cosa que pudiera sostener.
Las crías lo arrojaron al suelo sin una pizca de suavidad. Renn golpeó contra la tierra y rodó sobre ella, al instante se levantó como si no hubiera sucedido nada y miró a los Guivernos.
—¡Desgraciados! —gritó él—, ¿no pudieron ser ni un poco más amables?
Las criaturas no parecieron darle importancia a sus palabras, al contrario, sus reacciones demostraban la gracia que les causaba, antes de volver hacia el interior de la brecha soltaron unas pequeñas llamaradas en dirección de Renn asustándolo y sin hacer nada más se marcharon siguiendo al Guiverno joven que ya había huido lejos de ahí.
—¡Gracias por nada! —exclamó Renn con cólera a pocos metros del borde del acantilado, soltó un suspiro y se volvió hacia Abraham y Kya—, ellos no tienen ningún tipo de respeto por nosotros.
—¿Y quién fue el de la grandiosa idea de que unos bebés dragones te llevaran? —musitó Abraham poniendo los ojos en blanco.
—No sé si lo sabías, pero existe una gran diferencia entre un dragón y los Guivernos —Renn ignoró su pregunta decidiendo responder otra cosa.
—¿Y cuál es?
Renn titubeó.
—Bueno... no estoy seguro, ¿pero acaso importa? —se iluminó una sonrisa en su semblante y se volvió hacia Kya quien se había mantenido al margen durante toda su conversación—. ¿Ahora qué sigue?
Kya pareció pensar en una respuesta.
—Dices que está en los confines de Edaland, ¿no es así? —preguntó, dirigiéndose hacia Abraham.
—Hum... Sí —contestó él algo despistado.
—Entonces creo que sé cuál será nuestra próxima parada.
—¿Dónde?
—Debemos cruzar el lago, recuerdo un viejo cuento que Wirm me contaba hace años cuando era pequeña...
—¡Ah, sí, yo también he escuchado de ese cuento! —le interrumpió Renn con innecesario entusiasmo.
—Aún no he dicho nada de él —contestó Kya molesta.
—No hace falta, a todos los Edalianos nos contaron alguna vez ese cuento.
Kya cruzó los brazos sobre su pecho.
—Entonces cuéntalo tú ya que sabes tanto.
—Será un placer —Renn se dejó caer al piso cruzando sus piernas una sobre la otra—. Érase una vez, hace cientos de miles de años antes de que Edaland fuera lo que es hoy en día, se dice que existieron tres grandes seres a quienes se les fue otorgado el deber de hacer una nueva civilización que protegiera las facultades de los seres humanos. Todas sus personalidad eran diferentes pero juntas creaban un solo ser, tan perfecto y tan irreprochable.
Editado: 18.01.2021