Era un viernes por la tarde y Tresa se encontraba en casa de los Blark refugiándose de la lluvia.
A pesar del día tan bochornoso que hacía, el ambiente se sentía pesado.
Los guardias apenas se daban el privilegio de descansar bajo un techo. Las calles estaban abarrotadas y amenazaban con sus puntiagudas espadas a cualquier sospechoso que vieran cruzar la calle.
Los tiempos estaban cambiando. Por alguna razón, ya no se sentía Argag como un reino seguro. Una fuerza mayor empezaba a oscurecer tanto los territorios como los corazones de sus ciudadanos.
De un salto, Tresa miró por la persiana de la ventanilla que había en la sala de estar percatándose del ruido que había afuera. Los pisotones de los oficiales y la afilada hoja clavándose en el suelo conseguían alterar a todo el reino.
Llamaban a las casas de una en una sin permiso ni mucho menos suavidad. Las aporreaban, y si el dueño no contestaba, simplemente la tiraban al suelo.
Un sonoro ruido consiguió sorprender a la morena dándose cuenta de que la puerta que ahora estaban aporreando era la suya.
Asustada, salió corriendo hasta la habitación de su amiga y se escondió debajo de la cama tapándose la boca sin emitir ni un solo sonido.
Al no responder nadie, los agentes se impacientaron y forjaron la puerta a la fuerza. Registraron todo empezando por la sala de estar, donde miraron detrás del sofá, en la alcoba y la despensa, que se encontraba en la cocina.
Más adelante, al encontrarse con el pasillo, miraron en los dos baños que había. Sus firmes pasos conseguían hacer que el suelo chirriara y que el corazón de Tresa latiese con mayor fuerza.
Finalmente llegaron a ella, la habitación en la que la morena se escondía. Revisaron cuidadosamente el gran armario de la habitación, pero no encontraron a nadie.
Los pies de los cuatro agentes se veían por debajo de la cama, lo que hizo que retrocediese asustada y sin apenas hacer ruido.
Tresa se mantuvo durante aproximadamente media hora escondida bajo la cama observando como los oficiales se disponían a revisar cada rincón. Se escuchaban muebles rompiéndose y vasijas descuartizándose.
Sin embargo, no encontraron nada, lo que hizo que a regañadientes se marcharan con paso firme de la vivienda.
La morena, intentando asimilar lo que estaba ocurriendo, se levantó impaciente mientras del suelo recogía un pequeño bolso de tela. Inmediatamente, comenzó a guardarse comida y demás utensilios que consideraba que le podrían ser de utilidad en un futuro.
Posteriormente, escribió una nota en una hoja en blanco y la dejó encima de la mesa mientras lamentada echó un último vistazo hacia atrás antes de salir por la puerta.
El agua caía cada vez con mayor fuerza, Cecie tuvo que llegar a casa corriendo después de haberse pasado todo el día en el hospital, pero para su sorpresa, la casa estaba hecha un desastre.
—¿Tresa?— preguntó mientras apartaba la puerta, que sorprendentemente se encontraba abierta, pero nadie respondió.
Empezó a colocar poco a poco las estanterías extrañada porque su amiga no se encontrase en casa, hasta que finalmente, una vez llegó al salón, se encontró en la mesilla una nota.
Sabía perfectamente que la letra era de su amiga, aquella caligrafía era demasiado característica en ella.
Con cuidado de no perderse ni un solo detalle, leyó la nota descubriendo el motivo por el que su casa se encontraba en ese estado. No mencionó a donde se dirigía ni cuando volvería a encontrarse con ella, y eso no hizo más que aumentar la preocupación de su amiga.
Tras pasarme una hora caminando entre las calles estrechas para así poder evitar a los oficiales, finalmente llegué al embarcadero, que sorprendentemente estaba vacío.
Divisé a lo lejos un pequeño barco negro al que me subí sin siquiera dudar bajándome la capucha y dejando a un lado mis pertenencias para así poder desatar el cabo con mayor facilidad, aunque aquello no fue posible cuando noté una fina hoja posarse en mi hombro.
—Primero te escapas y luego robas un barco, curioso.
A regañadientes, me di la vuelta sabiendo de quien se trataba.
—Déjame, Cristian.
—¿Se puede saber que estás haciendo?— guardó su espada.— Hay oficiales por todas partes buscándote.
—Ya lo sé, por eso tengo que irme.—continué con mi labor.
Cristian era marinero, por lo que el puerto era su oficio y el lugar en el que más tiempo pasaba. Era consciente de que, por muy amigos que fuéramos, él nunca me ayudaría en un tema como este.
—¿Me prestarías un barco?—protesté.
—Eso ni lo sueñes.— respondió serio.
—Pues por esa misma razón lo robo.
—¿A dónde irás?
—A Elion.
Noté como sus pasos se acercaban a mi para apoyarse en el mástil enfrente mía.
—¿Sabes lo que está pasando, no? Se avecina una guerra.
Mis manos, por un momento, se quedaron paralizadas hasta que finalmente logré soltar el cabo sin responder al moreno. Sus pálidos ojos azules se clavaban en cada uno de mis movimientos, que trataban de preparar el barco lo más rápido posible antes de que alguien más llegara.
—Iré contigo.— dijo de repente dejándome confusa.
—¿Qué?—levanté la mirada.
—Me muero de ganas de salir de aquí. Además, una vez salgas no podrás regresar, no te dejarán pasar. Tengo curiosidad por saber como te las piensas apañar.
—Espera un momento, no puedes venirte conmigo.— reaccioné.
Mi mirada se detuvo en él intentando comprender cuales eran sus verdaderas intenciones. Lo cierto es, que aún conociéndole durante mucho tiempo, nunca sabía cuando sus palabras iban en serio y cuando no.
—Tarde.— dijo mientras rompía la cuerda que sujetaba al ancla con su espada.—Además, yo conozco estas aguas mejor que tú.—continuó mientras tomaba el timón.
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novela juvenil que contiene romance, aventura amistad drama acción, revolucion y profecia
Editado: 04.08.2024