Sobrevolando la ladera del reino del Norte, yacía perdido un marine.
Cristian, que recobró la consciencia hace apenas una semana, acababa de experimentar su peor travesía navegando. Lo último que recordaba era el rostro horrorizado de Tresa, que hacía lo imposible por sostenerle del brazo. Lo que vino después él lo recordaba como una pesadilla, y era algo que esperaba no volver a revivir en un futuro.
La corriente le había arrastrado hasta una pequeña playa de rocas, que estaba desértica; pero un primer vistazo había sido suficiente como para orientarle y saber dónde se encontraba exactamente, pues habían sido muchos los momentos que él había atravesado aquella cala, en el pasado, para visitar a su amigo Will.
No sabía cuáles debían de ser los pasos a seguir de ahora en adelante. Sentía incertidumbre por sus compañeros y, si bien una parte de él consideraba regresar a la Ciudad Perdida para encontrar a Tresa, su parte más racional le rogaba porque volviese a Argag.
Era un dilema que el moreno no podía evitar tener durante el día. Preguntas como: ¿Y si necesitan mi ayuda? ¿Habrá ocurrido algo? ¿Lograron realmente contener al Emperador de La Ciudad Perdida? Eran cuestiones sin respuesta que no podían evitar estremecerle.
Se levantó bruscamente tratando de callar sus pensamientos para buscar la forma con la que poder alimentarse, y subsistir aquel día. Sin embargo, el marine apenas pudo avanzar a la orilla cuando un fuerte olor azufre le desconcertó.
Estaba convencido de que nunca había experimentado un aroma tan desagradable como aquel. Se cubrió su nariz con la manga de su camisa y, tratando de discernir que podría ser aquello que provocase semejante olor, unos alaridos: lastimeros, estridentes y abrumadores; le sobrecogieron.
Cristian era consciente de que, escalando la ladera de la playa, se encontraba Seirin, que era seguramente el reino más aventurado, sangriento y contraproducente para visitar. No sabía cuál era la clase de horror que debía de estar experimentando aquella persona; pero aquel hedor podía equipararse con el mismísimo infierno.
No se lo pensó dos veces y con cuidado escaló la ladera para asomarse a ver qué ocurría pasada la frontera del reino. Lo que vio a continuación le abrumó tanto que, instintivamente, agachó su mirada para no continuar observando aquella escena.
Había un individuo de rodillas que estaba esposado de cuello, manos y pies. Tenía la espalda desnuda y cicatrices en carne viva de los latigazos que estaba recibiendo bañados en ácido sulfúrico.
Un primer vistazo había sido suficiente como para horrorizar a Cristian. Sin embargo, lo más desgarrador había sido reconocer a Will en aquella escena.
El marine comenzó a exhalar el aire como podía. Sus ojos estaban abiertos, de par en par, y su boca se secaba por momentos. Asimismo, su pulso se había vuelto errático y sus manos trataban de sostenerse a la ladera como podía.
Cristian siempre había creído que, observar el rostro muerto de su madre era la peor escena con la que se podía haber encontrado, y así hubiese sido sino hubiese presenciado la reciente imagen de su amigo.
Volvió a mirar disimuladamente tratando de visualizar a los presentes que se encontraban alrededor de la plaza, entre ellos, estaba: el Gobernador de Seirin, el verdugo y el resto de los ciudadanos, que eran mayoritariamente condes y burgueses.
El moreno sintió el terrible impulso de rescatar a su amigo y arremeter contra los espectadores, pero era consciente de que hacerlo en ese preciso momento era una insensatez.
Decidió esperar a que el Sol cayese y la noche fuese lo suficientemente profunda para adentrarse a rescatar a Will. Aguantar las largas horas escuchando los sollozos y alaridos de su amigo fue insoportable. Se trataba de una tortura tan lenta y lastimosa, que para distraerse en ocasiones imaginaba con volver a caer inconsciente.
Aguardó al momento más oportuno para filtrarse dentro del reino: escaló la puntiaguda muralla, y tras divisar que no había ningún guardia cerca; se acercó a él.
—¡Will, despierta!
Pero el pelirrojo tan solo balbuceó somnoliento y adolorido. Tenía su espalda ensangrentada y sus pies y muñecas con hematomas. No tenía nada con lo que poder desatarle, por lo que se acercó a la fogata donde previamente calentaban el ácido sulfúrico para quemar las cadenas y quebrarlas.
Se colocó a Will por encima de los hombros, y sujetándole por sus muñecas para evitar que se cayese, le pasó por encima de la muralla y le depositó en el suelo.
El brusco movimiento logró que las heridas de su amigo se abriesen y su espalda comenzase nuevamente a sangrar. Cristian cruzó rápido y lo colocó nuevamente a sus espaldas para bajar a la playa y limpiarle las heridas.
El pelirrojo, lentamente, parecía estar recobrando la consciencia. El escozor de las heridas, ante la sal del océano, provocó que sus llantos incrementasen y que el moreno se viese obligado a cubrir su boca.
—¿Cristian...?—murmuró ante el contacto de su piel. Su mirada se encontraba perdida, y su mente no podía pensar en otra cosa que no fuese en la persona que tenía delante suya —¿Dónde estabas, amigo mío?
Formulaba las palabras con lentitud y desgarro, a causa del dolor y del impacto que debió suponerle reencontrarse con su amigo; pero su tono de voz logró provocar un vuelco en Cristian, que le observaba con una tímida sonrisa.
—Lo importante es que ahora estoy aquí, contigo.— dijo mientras le sacaba de la orilla del mar para recostarle sobre su regazo.
—Esto es un sueño, ¿verdad?—entrecerró sus ojos—Me siento como en una nube.
Will sentía el suave tacto de su amigo. Y más allá del dolor, sentía calidez. Su espalda se tensaba ante el delicado toque de sus dedos en el pelo, y por primera vez se sintió deseoso de continuar experimentando aquella dulce tortura que le revolcaba las entrañas.
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novela juvenil que contiene romance, aventura amistad drama acción, revolucion y profecia
Editado: 04.08.2024