Arcadia

7- el bosque milenario

Mew y Leo cruzaron el jardín, que ahora dormía bajo una capa fría de lodo, y se dirigieron hacia el tambo de la granja. El tambo era un pequeño edificio semicircular, subterráneo. Estaba revestido de grandes bloques de piedra blanqueadas con cal. Dos enormes escalones descendían hasta una puerta de madera ocre.

Mew entró lentamente y sintió que bajaba a otro mundo. Un mundo de aromas cálidos, algunos dulces, otros salados. El aire estaba cargado de notas picantes, lácteas y frescas, todas mezcladas exquisitamente.

El joven estaba extasiado y miraba todo con ojos asombrados. El éxtasis parecía salírsele por los poros.

- ¿Qué te parece, Dulzura?- le preguntó Leo desde uno de los estantes repletos de hormas de queso.

- Siento como si…ya hubiese estado aquí antes…

- Claro, está en tus venas.- dijo Leo con un dejo de melancolía en la voz.

Mew lo miró con curiosidad.

- A tu padre le encantaba trabajar aquí. Pasábamos horas y horas juntos, haciendo los quesos y hablando…

- ¿Y de qué hablaban?

- Cuando teníamos tu edad, inventábamos juegos. Él era un año mayor que yo. Y luego íbamos al Bosque Milenario- así lo llamábamos- y los jugábamos. Un día éramos piratas y otro, Caballeros Templarios… y al siguiente día peleábamos batallas contra los gigantes. Volvíamos a casa siempre con la ropa sucia, los pelos parados y mil anécdotas para contar. Tu tía Sarah, menor que nosotros, siempre insistía en acompañarnos y, al principio, no la dejábamos pero luego, encontró la manera de seguirnos y se escondía detrás de los árboles. Desde allí nos observaba y se reía de nuestras ocurrencias y salía corriendo hacia nosotros, gritando con desesperación si alguno de los dos nos lastimábamos…- Leo calló de pronto.

Pareció haber rememorado todos aquellos años de golpe. Sus ojos se humedecieron, su voz se quebró y ya no pudo hablar más.

- Tú también extrañas a mi padre, ¿no? – dijo Mew acercándose a él.

Leo asintió y dejó que el joven le secara las lágrimas.

- Me muestras el Bosque Milenario, por favor, Tío Leo.

Aquella era la primera vez que Mew lo llamaba “Tío” y fue para Leo, un momento inolvidable. Había pasado años esperando conocerlo y la espera había valido la pena. Tenerlo allí enfrente lo hizo sentirse vivo otra vez.

Lo tomó de la mano y lo guió hasta el bosque.

El Bosque Milenario era una extensión bastante amplia compuesta por árboles centenarios, altos y tupidos, troncos petrificado y pequeños arroyos que se diseminaban en ocultos rincones. El bosque unía la parte de atrás de tres granjas linderas y terminaba justo detrás de  la entrada del viejo puerto de Playa Esmeralda. 

Había también una serie de rocas grandes formando un patrón circular que medía cerca de un kilómetro y marcaba el centro exacto del bosque. Las piedras estaban dispuestas a unos cinco metros, unas de otras. 

El suelo tenía una mezcla de colores extraordinarios: una alfombra de hojas secas, tierra colorada, pequeños guijarros depositados allí por el frecuente y a veces intenso viento marítimo. Y el profuso aroma a sal del océano bailaba por entre las ramas, sobre todo a esas horas matinales. Y para un ojo avizor y curioso, como el de nuestro joven Mew, algunos cristales de sal que quedaban incrustados en las cortezas de los sauces viejos, desprendían deslumbrantes destellos cuando el sol los iluminaba desde cientos de ángulos diferentes.

Cuando Mew llegó a la primera hilera de árboles que daba inicio al llamado Bosque Milenario,  quedó absorto. Se soltó de la mano de Leo y avanzó unos pasos, mientras miraba extasiado hacia todos lados. El sonido del mar, el olor a salitre, la luz del sol que se colaba a raudales por entre las ramas, rompiéndose en una variedad brillante de colores, formando pequeños arco-iris, lo impresionaron de tal manera que no supo qué decir. Dio un sonoro suspiro, lo que hizo que Leo sonriera complacido.

- Sabía que te iba a gustar…

Caminaron juntos por el bosque hasta media tarde, olvidándose una del resto del mundo y el otro, de las heridas del alma y las ausencias dolorosas.

- Mi padre era muy feliz aquí, ¿verdad?- preguntó Mee, mirando soñador la figura de una casa de piedra lejana, más allá de las rocas de la playa.

Leo se quedó callado. Sintió que Mew iba a empezar a preguntar sobre cosas que eran bastante delicadas. ¿Cómo explicarle a un jovencito que su padre y su madre se habían fugado de la isla  y se habían casado en la clandestinidad? ¿Cómo hablarle sobre el clan Weiss y la decisión que éstos tomaron cuando los padres de Mew se hubieron ido, como ladrones por la noche, en un barco como polizones hacia Tierra Firme? 

Leo tenía el doble de la edad de Mew cuando su primo se fugó y aún, ya grande, le costó entender todo lo que había pasado. Tuvo que enterarse de a poco, sacándole información a sus padres y a sus tíos, que entonces vivían todos juntos en Arcadia; hasta llegó a esconderse varias veces para poder escuchar conversaciones para poder saber qué fue realmente lo que sucedió.

Y ese tiempo, en el que tardó en enterarse de todo fue el principio de su vida adulta y se vio obligado a dejar atrás la inocencia y la felicidad de sus años de juventud. Y al recordar todo aquello, tomó allí mismo la decisión de que Mew se enterara de la historia completa y verdadera, antes de que le contaran otra versión, de lo que había sucedido con sus padres.



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En el texto hay: espiritus, mewgulffanfic, romancebljuvenil

Editado: 17.09.2023

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