Arenas Blancas

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Caminaba lo más rápido que podía. Iba tarde a su clase de fotografía y aunque el profesor nunca decía nada a los que llegaban por fuera de la hora, detestaba que el resto de los alumnos lo voltearan a mirar. Pero su afán se vio interrumpido cuando la vio caminando en dirección contraria. Era ella, Carrie, la niña de su clase de inglés. Nuevamente iba vestida con jeans y sandalias, pero esta vez llevaba un lindo sweater azul petróleo, el color perfecto para resaltar sus lindos ojos claros. Pero su sorpresa no habría podido ser mayor al darse cuenta de la manera como la linda muchacha lo saludó.

     –Hola, Santiago –extendió los cinco dedos de su mano derecha a manera de saludo, gesto complementado por una enorme sonrisa.

<< ¿Por qué sabe mi nombre? Bueno, supongo que a la hora de la verdad todo el mundo sabe el nombre del estudiante de intercambio>>, fue el pensamiento que rápidamente pasó por su mente antes de que pudiera contestarle el saludo con un simple y reservado <<hola>>. Cada uno siguió su camino, pero su cerebro se vio condenado a pensar en ella por el resto del día. Llegó a la conclusión de que su presencia en la clase de Mr. Roberts no había pasado desapercibida, que muy seguramente ella se había fijado en él tanto como él se había fijado en ella, o que por lo menos para ella, ya no se trataba de un extraño, o de un estudiante más entre los cientos que asistían a esa escuela. Ahora tendría que esperar al día siguiente para volverla a ver, y si ella ya lo había saludado, quedaría mucho más fácil tratar de entablar conversación. Pero eso no sería suficiente. Si quería avanzar, tendría que encontrar la manera de invitarla a salir. No era algo fácil: no se trataba de tener el carácter suficiente para hacerlo, se trataba de la logística. Con excepción de tres o cuatro fines de semana en que había asistido a reuniones de estudiantes de intercambio organizadas por otras escuelas u organizaciones, su vida social había sido bastante escasa. Compartía con sus compañeros del equipo de tennis antes de empezar las prácticas de todas la tardes, tal y como lo había hecho durante los meses anteriores con los de esgrima y soccer, pero jamás había logrado crear una verdadera amistad. Pasaba los fines de semana con su familia de intercambio yendo al centro comercial, a eventos organizados por la iglesia, o viendo partidos de fútbol americano por televisión. Si quería invitar a la linda niña de los ojos claros, tendría que pasar a recogerla, pero como estudiante de intercambio no tenía acceso a un automóvil, como tampoco gozaba de la amistad de alguien que tuviese un vehículo, y con quien pudiera organizar lo que los gringos llamaban una <<cita doble>>. De haber estado en una ciudad no habría tenido problema en utilizar el autobús o los servicios de un taxi, pero la realidad era otra: se encontraba en un lugar que, a pesar de lucir como cualquier vecindario de los suburbios de las grandes ciudades Norteamericanas, se encontraba alejado de absolutamente todo, volviendo obligatoria la utilización de un auto particular para transportarse a cualquier parte. Recordó a Anthony Pusatelli, uno de los pocos que le habían ofrecido amistad, gracias a que el muchacho de ascendencia italiana también era nuevo en aquella escuela. Pero eso había sido al comienzo del año escolar, cuando en algunas ocasiones compartieron durante los partidos de fútbol americano de la escuela, o en los descansos entre clases. Pero pocos días después, Anthony había conseguido una novia y se había alejado, al parecer dedicando la mayoría del tiempo a tratar de complacerla. Llegó a la conclusión que le sería casi imposible lograr invitarla a salir, y eso si sacaba el nervio suficiente para acercarse y hablarle, algo de lo que todavía no estaba completamente seguro.   

 

     Al final del día escolar se dirigió hacía el área de la escuela que sus compañeros llamaban <<el mall>>. Se trataba del lugar en que solían permanecer los estudiantes en los tiempos entre clases, así como durante la media hora de espera antes del inicio de las prácticas deportivas. Se sentó en una de las bancas a mirar pasar la gente. Se distrajo con un grupo de beisbolistas que, portando sus uniformes de pantalón blanco, camiseta verde y medias amarillas, se dirigían hacia las puertas que daban al exterior. Para su sorpresa, detrás de ellos venía Anthony Pusatelli con su novia.

     –¿Esperando por la práctica de tennis? –le preguntó el joven de ascendencia italiana deteniéndose a su lado.

     La muchacha de cabello largo oscuro a su vez sonrió a manera de saludo.

     –Sí, tengo quince minutos.

     –No sé cómo lo hacen… Yo no podría ponerme a hacer deporte después de un largo día en este sitio –la novia de Anthony, con sus botas de tacón alto, sus jeans azules, su chaqueta de cuero negro y su intenso maquillaje, no parecía ser la clase de persona que alguna vez se hubiese interesado por la actividad deportiva.

     –Ni siquiera después de levantarte de la cama –le dijo Anthony produciendo una mueca.

     –Bueno, creo que en eso tienes razón.

     –¿Qué tal si un día hacemos una cita doble? –Santiago pensó que lo mejor sería eliminar de una las dudas que tenía acerca de la logística en cuanto a salir con Carrie se refería.

     –¡Me parece perfecto! –contestó Anthony antes de mirar a su novia.

     –¿Quién es la suertuda? –preguntó ella.

     –Tengo varias opciones –mintió Santiago; lo último que quería era enterar a una de las muchachas de la escuela acerca de sus intenciones. Ya había tenido la experiencia, siete meses atrás, de haber abierto la boca cuando no debía, lo que lo había llevado a perder la oportunidad con la primera muchacha que le había llamado la atención desde su llegada a aquel país.




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