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Cuando Uxmael, Ptolomeo y el centauro Kirón llegaron a Dunkll, se encontraron con un caos de fuego y muerte. Los galpones de madera ardían en llamas, los animales de granja estaban o muertos calcinados, o corriendo sin control por toda la aldea. Ptolomeo fue el primero en razonar y organizarse. Le indicó a su hermano y al centauro que se dividieran y revisaran toda la aldea en busca de sobrevivientes.
A la lejanía la campana de alarma se escuchó sonar siete veces en la oscura y silenciosa noche. Neptunio había llegado a su destino y a salvo, pensó Ptolomeo, mientras él mismo se acercaba a la campana de la aldea y la hacía sonar siete veces más.
Requisando la primera casa, escuchó gritar a su hermano.
—¡Por aquí! —llamó Uxmael, desde la fuente central de la aldea.
Ptolomeo corrió llegó hasta él. Uxmael estaba arrodillado en el piso, con los ojos llorosos, sosteniendo a su padre mal herido y en forma humana ahora.
—¡Por Zeus, padre! ¿Qué te ha pasado? —exclamó Ptolomeo mientras cambiaba de forma y se agachaba al lado de su padre mal herido.
Tau estaba muy mal herido, su garganta había sido desgarrada y de ella manaba sangre sin parar. En las costillas tenía más desgarrones de piel y músculo, el blanco hueso de varias costillas rotas y salidas de su envoltorio de tejido relucía al igual que en piernas y brazos. Apenas era audible la voz de Tau.
—Hijos… esos asquerosos vamp… se han llevado a todos nuestros humanos, a nuestros protegidos, er… eran demasiados, no pude con ellos… Vania, oh Vania, ella…
—Tranquilo, padre, descansa. La encontramos en el monte, ella está bien, atenderemos tus heridas, tú también estarás bien… —mintió Uxmael intentando animarlo, pero en su interior sabía claramente que esas heridas eran mortales—. ¡Kirón!
—Aquí estoy, jefe, mande, ¿que desea?
—Por favor, entra a casa de mi padre, allí encontrarás en el mueble alto, vendas y desinfectantes, tráelos enseguida —ordenó Uxmael a su centauro.
—Ya mismo, jefe.
—Padre, estarás bien…
—No, hijo, nosotros no sanamos como esos demoníacos vampiros, sé, sé… perfecta…mente que no saldré de ésta, pero no te preocupes… por favor… encuéntrenlos, encuéntrelos y rescaten a nuestros protegidos… por fav…
Al mismo tiempo que Kirón llegaba con vendas y un frasco con un líquido negro, el alma de Tau abandonaba su cuerpo. Su cabeza cayó a un costado sobre los brazos de su hijo y Tau cerró los ojos por última vez.
—¡Padre, padre, no padre…! —Uxmael comenzó a zamarrear el cuerpo inerte desde los hombros, pero aquel ya no respondería más.
—Hermano, basta ya, déjalo… —Ptolomeo tomó a su hermano por un brazo—. Ux, por favor, déjalo ir…
El recuento final de la masacre de Dunkll dio como resultado: veinticuatro licántropos asesinados, Tau entre ellos, y cinco humanos secuestrados. Vania era la sexta humana de la aldea, pero la muchacha, gracias a su protector, había logrado escapar.
En menos de media hora habían acudido a Dunkll dos grupos de patrullas que estaban de guardia esa noche y que habían escuchado las campanadas de alarma. Requisaron la zona y los rastros de los atacantes se dirigían a la puerta sur del Muro Este. Por donde suponían habían ingresado al territorio de Lykanthrópolis. Hacia allí se dirigieron los tres grupos formados por cinco licántropos transformados en excelsos lobos más un lobizón, y cinco centauros armados con sus típicos arcos y ballestas de acero. No había tiempo que perder si querían atrapar a los atacantes antes de que escaparan de sus tierras. Ya tendrían tiempo de volver a Dunkll para arreglar el desastre de muerte y caos que había quedado. Todos los licántropos de la aldea estaban muertos, ahora era un pueblo fantasma que brillaba a la luz de las llamas en una oscura y trágica noche.
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