Argent-Ignis, el hijo del sol.

Capitulo 5

Aunque las fuerzas de la oscuridad se habían retirado, el reino onírico aún no había recobrado la tranquilidad. Todo seguía oscuro e infernal. A lo lejos, la luz de los ríos de lava iluminaba las montañas y, de vez en cuando, el grito desgarrador de alguna alma desafortunada rompía el silencio.

A lo alto se veían los caminos de luz que surcaban los cielos. Argento se preguntaba cómo podrían volver a uno de ellos; parecía una misión imposible. Hasta ahora, el único que tenía alas era Raki, y su ayuda no era una opción.

Señor Brokiru —dijo Nablume, mirando al Kaeru con admiración—, ¿adónde vamos ahora?
—Vamos hacia esa dirección —contestó Brokiru, apuntando hacia un río de lava cercano—. Si lo seguimos, seguro encontraremos algo… ¿Por qué estás en el reino onírico? Esta área está prohibida para los exploradores kaerus.
—Me asignaron la misión de investigar los alrededores de Musraktar... —Mientras hablaba, Nablume parecía una niña esperando el reto de sus padres. Al ver que Brokiru estaba más curioso que molesto, siguió—: Tenemos la teoría de que están interesados en invadir la Tierra. Me enviaron para averiguar, pero nos encontraron y tuvimos que escapar por un portal… y terminé aquí.
—Perdón por interrumpir —dijo Argento, molesto, sintiéndose sapo de otro pozo—. ¿Qué es Musraktar? ¿Una persona?
—¿La mandaron a investigar los alrededores de una persona? —respondió Brokiru con tono irónico, y después de reírse un poco, continuó—: Musraktar es el reino de los elfos oscuros. Con gusto, cuando estemos seguros, te voy a dar una clase de historia. Pero ahora no es el momento.

Después de esa pequeña charla, el grupo partió hacia el río de lava. Nablume lo llenaba de preguntas sobre la época antigua; la Kaeru tenía una curiosidad voraz, y Brokiru disfrutaba contar sus hazañas mientras inflaba el pecho con orgullo. Argento, en cambio, observaba lo curioso que era el mundo onírico. Lo lógico sería que un lugar infernal tuviera un clima insoportablemente caluroso, pero la temperatura era agradable, tal vez unos veinte grados centígrados.

Argento sentía frustración por haber sido derrotado por Kurtar tan fácilmente. Antes, la idea de ser el elegido que iba a salvar el mundo le daba un propósito, pero ahora estaba lleno de dudas; muchas preguntas se le cruzaban por la mente. Para relajarse, agarró su escopeta y empezó a jugar con ella, apuntando y derrotando enemigos imaginarios, hasta que, por la emoción de la lúdica batalla, apretó el gatillo más de lo debido, provocando una gran explosión que sacudió el piso.

¿Qué hiciste? —preguntó Brokiru con enojo—. ¿Querés que nos maten? … Aunque me da algo de orgullo, fue un lindo disparo.
—¿Que nos mate quién? ¡Estamos solos! —contestó Argento algo confundido.
—El reino onírico es cambiante —dijo Nablume con un tono tranquilo y dulce—, y muchas veces refleja las emociones o intenciones de quienes lo habitan. Si mirás a tu alrededor, te vas a dar cuenta de que hay muchos con intenciones no tan buenas.
—¿Las arañas todavía están cerca? Pensé que se habían ido con el elfo… —dijo Argento mientras revisaba los alrededores, buscando algo con patas largas y peludas.
—En esta zona siempre hay pesadillas dando vueltas, no es raro que todavía estén por acá —contestó Brokiru, acompañando a Argento en la búsqueda.
—¿Pesadillas? ¿Las arañas eran pesadillas? —preguntó Argento, como quien descubre un gran misterio.
—¿En serio? ¿No te diste cuenta? ¿Pensaste que eran parte de la fauna local? —preguntó Brokiru con ironía, pero al ver el enojo en los ojos de Argento, decidió responder la pregunta—. Sí, mi querido aprendiz, las arañas eran pesadillas. Pero pueden venir en cualquier forma. Si ves algo raro y feo haciendo sonidos guturales, disparale porque seguro es una pesadilla.

Antes de que Brokiru pudiera explicar más, el sonido de miles de patas rasgando el suelo llenó el aire. El trío de aventureros se preparó para lo peor mientras buscaban el origen del ruido.
—¡Viene del suelo! —gritó Nablume mientras alistaba su arco.
—¡Creo que unas flechas te vendrían bien! —dijo Brokiru mientras hacía un hechizo con los dedos. El carcaj de Nablume se iluminó, y unas flechas hechas de luz pura aparecieron dentro de él.

Un gran socavón se formó en el suelo, tragándolos y sumergiéndolos en la oscuridad. Mientras caían, la luz de las flechas de Nablume iluminaba las paredes del pozo, mostrando a arañas tenebrosas correteando por todos lados.

Argento sintió que el reino onírico lo estaba poniendo a prueba, dándole una oportunidad para demostrar que la fe de Brokiru era correcta.

En cuanto llegaron al suelo, los disparos del arma de Argento iluminaron el lugar: decenas de túneles se conectaban en un laberinto subterráneo. Estaban en un gigantesco nido de arañas, que parecía ramificarse por cientos de kilómetros.

Nablume, con una destreza impecable, derribaba a las criaturas con precisión letal. Brokiru, por su parte, decapitaba y desmembraba a las arañas mientras reía, disfrutando de la acción como si fuera un juego.

Luego de un rato de matanza, las arañas se retiraron hacia el interior del nido, buscando refugio en la oscuridad. Las flechas de Nablume iluminaban el túnel; la luz verde le daba un aspecto aún más lúgubre.

Veo algo a la distancia —dijo Brokiru, dirigiéndose al extremo sur del túnel—. ¡Vengan!

Los tres se quedaron boquiabiertos al observar lo que decoraba las paredes del túnel: cientos de humanos envueltos en telarañas estaban pegados a las paredes.
—Parece que sí llegaron a la Tierra... —dijo Brokiru, pensativo.
—Tal vez sean de Temallum —contestó Nablume, sin dar lugar a esa posibilidad.
—¿Hay humanos en Temallum? —preguntó Argento.
—Sí, llegaron hace muchos años —dijo Nablume—. Son ligeramente diferentes a los de la Tierra, pero son humanos.
—Los humanos de Temallum son... —Brokiru observaba a Argento disimuladamente mientras hablaba— son más oscuros que los de la Tierra. Es imposible que sean raptados de esta manera. Estos son de la Tierra.




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