Ariantes: El Hijo del Dragón

KEREL FELDÜR

La brisa marina acariciaba su rostro como las manos sedosas de una hermosa mujer en primavera. Kerel se encontraba de pie al borde del muelle en la costa sur del bosque de Colra. A pesar de que el adoraba el calor y la brisa del viento, no solía vérselo sin su capucha sobre la cabeza. Los demás le miraban con desconfianza, una persona que no mostraba su rostro con asiduidad era digna de desconfianza para cualquiera de las razas del continente. Kerel no quería mostrar su rostro por una simple razón, él no pertenecía a ninguna de los pueblos que habitaban Ariantes. Alguna vez había sido un Si-Gun, un elfo blanco. Pero de eso, ya hacía más de mil años.

Kerel se quitó la capucha mientras miraba hacia el sur, observando el paisaje interminable del océano. Era un hombre alto y delgado, no era muy musculoso, sino precisamente lo contrario. Algunos lo confundirían con anciano, pues los músculos de su cuerpo parecían haberle dejado hacía ya tiempo. A pesar de todo esto, él no carecía de agilidad ni destreza. Su extrema delgadez era disimulada por una capa amplia que utilizaba todo el tiempo, y con el cual se cubría constantemente. Era común verle solo una mano sobre el largo báculo que utilizaba con su mano derecha. Aquel elemento era de un metal que nadie conocía, brillaba como el oro, pero era duro como el metal enano. Era perfectamente recto, y se encontraba balanceado, era tanto un apoyo para un caminante como una perfecta arma de batalla. Su cuerpo se encontraba tallado con dos dragones enroscados, cuyas cabezas confluían en la parte superior, donde ambas cabezas chocaban, como queriéndose engullir la una a la otra. Los ojos de ambos dragones estaban formados por rubíes incrustados. El báculo medía dos metros de altura.

Su rostro parecía el de un elfo del bosque, aunque mucho más pálido. Era también mucho más alto que los Ar-Gun; erguido completamente alcanzaba los dos metros, que sumados a su contextura delgada lo hacían ver todavía más alto. Todo su cuerpo estaba cubierto de ropa, no importaba el clima.

Kerel observaba los preparativos del reino Fe-Gun. Estaban cargando los barcos con los pertrechos y provisiones, dispuestos a ir a la guerra con los humanos. La justificación de la guerra había sido para con Rhondia únicamente, por lo tanto, Yielandia seguía siendo considerada neutral y no tenía por qué preocuparse por un ataque de los orcos, por lo menos no en lo inmediato.

Kerel observaba pensativo hasta donde había llegado, y para ello se remontó hacia su pasado. Su vida había girado constantemente en torno a un conflicto interminable: la insaciable sed ambiciosa de los humanos y todo lo que ellos tocaban. Al principio pensó que era un odio hacia todas las razas: humanos, orcos, enanos y todas las variedades de elfos; pero, con el tiempo, había descubierto que odiaba los rasgos humanos que se habían “contagiado” de ellos.

Kerel había nacido hacía muchísimos años, aproximadamente unos mil quinientos. Eso era el triple de lo que cualquier elfo solía vivir. Había sido un joven Si-Gun curioso que había querido conocer el mundo, algo que los elfos blancos habían prohibido. Luego de que se retiraran de manera ascética de las querellas del mundo, los líderes elfos concluyeron que el mundo se encontraba corrompido por las guerras, avaricias y malos pensamientos. Por eso, el domo mágico los alejaría por siempre de aquél mundo impuro que reclamaba frecuentemente la sangre de su pueblo. Los Si-Gun convirtieron a una vida de completo autocontrol en una tortura para las mentes más ávidas dentro del domo.

El caso de Kerel fue uno atípico. Era el hijo de una alta casa noble élfica, hecho que en otra época hubiera significado para él gloria y honores, junto con riqueza y mujeres. Al momento de su nacimiento, el domo había significado la completa erradicación de las diferencias de clase dentro de su sociedad, y con ella, la eliminación de todos los conflictos sociales. El sistema que habían establecido no permitía ningún tipo de desliz de parte de ningún elfo, joven o viejo. El que cometía una falta, era ejecutado.

El estudio de la magia era uno de los estudios obligatorios al que todos los elfos debían someterse, pues era parte de la tradición, pero no todos los hechizos estaban permitidos.

Kerel, como hijo de noble, tenía acceso a la biblioteca de su padre. Un cúmulo de tomos que ni su padre ni su abuelo habían visto nunca, solo los heredaban y allí quedaban, juntando polvo. Para él, la curiosidad fue más fuerte y tomó uno a uno aquellos libros, y comenzó a leerlos, a estudiarlos, a tomar notas y ponerlos en práctica en algunos lugares que no llamaran la atención.

Sus dones naturales para la magia eran evidentes. Era un gran mago, pero a diferencia de la mayoría de los demás elfos que también tenían mayores aptitudes mágicas, Kerel se había decidido a perfeccionarlas. Evidentemente, un hecho de esta envergadura no pasaría desapercibido por mucho tiempo. Tenía ya doscientos años cuando su padre descubrió lo que estaba haciendo. Avisó al Concejo e inmediatamente los Guardias Blancos, una suerte de guardia real para todos los crímenes dentro de las ciudades del domo, partieron para capturarlo y ejecutarlo.



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En el texto hay: elfos, enanos, guerra

Editado: 13.06.2019

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