Estaba anocheciendo y Ulog Gro-Bash se encontraba con sus soldados dentro del túnel. Los orcos estaban ansiosos, querían guerra y venían esperando, según ellos, toda una vida. Ulog había hecho lo posible para que se mantuvieran tranquilos y callados, tarea que se había convertido en algo verdaderamente difícil. Antes de partir había dado indicaciones claras de tiempos y comportamientos que todos debían cumplir, aunque bien sabía que en el clamor de la batalla, todas aquellas directivas tendían a desaparecer.
Con el túnel terminado, el trabajo era bastante simple, o por lo menos así se los había hecho entender a sus generales. Había decidido dar el “honor” de iniciar la guerra a Kurra. Era un orco fuerte y sus pasados errores le habían dado en que pensar. Sabía que no había posibilidades de una nueva equivocación, y que, a pesar de su propia fuerza, Ulog era un gran combatiente, uno que podría vencerle, y con eso se había ganado su respeto. Larca, quien también deseaba ese honor, había sido nombrado encargado del asedio. Kurra se quedaría en la ciudad y comandaría el asedio por el paso, mientras que Larca se quedaría a su lado, como un fiel general. La verdad, es que Ulog no confiaba para nada en aquél orco, que se presentaba más inteligente que el resto, siempre con una sonrisa cordial y aduladora. El Dragón sabía que no podía confiar en ninguno de ellos, pero Larca era el que más preocupaciones le traía, por eso lo había llevado consigo a todos lados, esperando poder leerle, y decidir si debía o no matarlo.
Larca seguramente se había dado cuenta de ello, y si planeaba algún tipo de timo o estafa para con él, no había encontrado evidencias claras de traición, solo sospechas y rumores. Seguramente su maestro podría ver el futuro de aquél orco en cuanto se reunieran, y estaba seguro de que, si no podía, rápidamente dispondría de él.
Según las órdenes que había dado, Kurra iniciaría el ataque en cuanto el lucero del norte, la primera y más brillante estrella de la noche, apareciera en el cielo. Su ataque consistiría en unas cuantas escaleras de madera y un ariete. Kurra contaba con cuatrocientos goblins y seiscientos orcos. Todos irían equipados con armaduras y escudos. Había también mandado a construir una especie de gran escudo, de cuatro metros de altura, con forma cóncava. Su parte inferior contaba con cuatro grandes ruedas que facilitarían su transporte, no utilizaban animales de carga, y todo era impulsado por orcos. La misión principal de Kurra era la de cuidar de los soldados que tenía bajo su mando. Sabiendo que ese ataque sería una distracción, no debía malgastar fuerzas en tomar la muralla, pero el ataque debía de ser lo suficientemente creíble como para que descuiden otras partes del fuerte, una vez que se dieran cuenta del ataque por la retaguardia, ellos harían su empuje principal, intentando ingresar al fuerte.
Por su parte, Ulog utilizaría el resto de sus fuerzas para atacar el sector menos protegido por sector sudeste. Él había recorrido esas tierras cuando era más joven, de la mano de Kerel Feldür y, a menos que hubiesen modificado la fortificación, las caras norte y este del fuerte Hröngar estaban protegidas por una baja y fina muralla que, si bien estaba construida de piedra, estaba pensada más para alejar animales y ladrones, que para mantenerse frente a un asedio. Con aquellas armas de asedio que habían traído consigo, podrían fácilmente derribar una sección para poder ingresar.
Para evitar ser vistos por las tropas rhondas, Ulog había obligado a sus tropas a cubrirse de barro, para opacar así el brillo de las armaduras. Como había explicado a sus generales, el factor sorpresa era el que les daría la posibilidad de ganar esta batalla sin bajas significativas. Algunos se mostraron molestos o en desacuerdo con esas “cobardes tácticas humanas”, pero ninguno se atrevió a desafiarlo abiertamente. Una sola mirada los puso nuevamente a todos en su lugar.
Ulog observaba por un hueco en el extremo norte del túnel, hasta que pudo observar que la estrella se encontraba brillando en lo alto. Hizo una seña a los tres orcos apostados cerca de la pared, y éstos la empujaron con fuerza. De acuerdo a sus instrucciones, esa roca no había sido picada del todo, solo había sido marcada, aunque se la había mantenido de un muy delgado espesor, para que cediera de manera sencilla. No cedió a la primera, ni a la segunda. En el tercer intento, comenzaron a desprenderse pequeños trozos de piedra. Al cabo de unos minutos, y en casi perfecto silencio, la pared fue cediendo. Un grupo de goblins pasó rápidamente hacia el otro lado y comenzaron a quitar las piedras del camino, a medida que estas iban cayendo.
El camino era, tal cual como la geografía del lugar le había mostrado, una leve pendiente. Evitando hacer la menor cantidad de ruido posible, los orcos comenzaron a marchar, con paso lento pero seguro. Aquellos mercenarios los habían entrenado bien y esos “hermanos” suyos parecían un ejército profesional. A lo lejos, cantaba el cuerno de guerra de Rhondia. Un estruendo que movilizaría a las tropas rhondas hacia la muralla sur, el sonido de la victoria.
Editado: 13.06.2019