Soren cabalgaba en el lomo de su fiel caballo Elani. Se veía en él, aún sin quererlo, un aire de realeza que le distinguía del resto. Tanto su postura como la de su caballo eran impecables, se parecían a las estatuas que los humanos solían poner en sus ciudades, solo que él todavía estaba vivo y su caballo sorteaba con gracia los obstáculos del camino.
Montaba a pelo, sin silla de montar, al igual que todos los demás elfos, quienes consideraban que la silla era una manera de domesticarlos. Ellos no lo necesitaban, eran amigos con los animales… eran uno con ellos.
A diferencia del resto del ejército que marchaba con él, Soren portaba una armadura completamente diferente, que le otorgaba otro estatus. Llevaba puesta una sencilla túnica de cuero reforzado élfico teñido de un verde musgo muy oscuro, que en ocasiones incluso parecía negro, que llegaba hasta la parte inferior de sus muslos; se colocaba por la cabeza y no tenía mangas, se ceñía en la cintura por medio de un cinto de color marrón oscuro, del mismo color que la vaina de su espada y del carcaj de flechas que colgaba en su espalda. En la parte central del pecho, el símbolo de la casa Brum’a figuraba en un tono marrón, dentro de un círculo de color verde pálido que hacía juego con los pantalones del mismo color. El árbol de Orianto, duro se erigía como símbolo de la férrea resistencia del clan ante los otros pueblos, que nunca lograron conquistarlos. Llevaba además puesto botas de cuero y protección para los antebrazos, fabricada con el mismo cuero de la túnica pero confeccionado de manera doble, a fin de que fuera más rígido y diera mayor resistencia; todo esto del mismo color verde oscuro. Los brazos estaban protegidos por una cota de malla de Mithril, el metal más duro conocido, preparado por los enanos, templado por el magma que corría dentro de las montañas. Era, sin lugar a dudas, un metal escaso, debido al peligro que llevaba su trabajo, y de allí el valor del mismo. Thoriq se lo había regalado como símbolo de amistad y Soren lo había aceptado gustoso, era ligero como la seda, pero resistente como ningún otro; al sol resplandecía con un brillo deslumbrante.
Los elfos miraban con rostro confundido a su futuro líder utilizando ropas que no eran las tradicionales, ellos no estaban acostumbrados a romper con las tradiciones, por lo que tampoco dijeron nada.
Habían salido ya hacía una semana, Soren había solicitado a su padre que le entregara dos docenas de caballos para otorgárselos a un grupo que le acompañaría en la cabecera del ejército. Hacía dos días que había decidido adelantarse con su escolta hacia el oeste, a fin de llegar de manera más rápida hacia Taria. Como camino, habían optado por costear las montañas, a fin de ocultar sus movimientos tanto a Valandi como a Rhondia, puesto que tenían miedo de que fueran a tomarlo como un acto de guerra. Thoriq les había recomendado que tomaran el camino de los enanos por las montañas, pero Soren había decidido que eso habría sido un camino demasiado largo. De acuerdo con los mapas que Thoriq le había enseñado, Soren optó por costear la parte baja de la montaña y solo introducirse en ella al acercarse a la “Bahía de la Garganta”, de donde se desprendían los ríos que encerraban el fuerte Lucero del Norte, para así evitar cruzarse con los soldados del fuerte y explicar su misión (en caso de que Thoriq y sus enviados hubiesen fallado).
Soren y su guardia se encontraron adelantados cuatro días al resto de las tropas cuando llegaron a los ríos. Por suerte para ellos, había algunos árboles en la zona que les permitirían hacer dos puentes. Si bien sabían que rompían algunas leyes, dedicaron unas horas a hacer una ofrenda a los dioses del bosque antes de talarlos. Tardaron dos días en construir ambos puentes. Esa ruta era la que habían trazado junto con el resto de sus jefes de división, y Soren dejó una nota para que en cuanto pasare todo el ejército, destruyeran los puentes.
Soren se imaginaba que la amenaza que provenía del oeste, según lo que habían dicho los arcontes, era posiblemente una invasión del pueblo orco. El fuego que había visto levantarse en el sur cuando sobrevolaba por las tierras de Ariantes era sin duda en la frontera sur, aunque no había dicho nada a nadie sobre sus sospechas. Los orcos eran un pueblo temido por todos, pero a menudo habían sido menospreciados por su incapacidad de formar un frente común. Esto le producía entusiasmo e incertidumbre a la vez, aunque sabía que no generaba el mismo entusiasmo en todos sus seguidores. Había intentado motivarlos a todos ellos, aunque se percató de que se habían roto demasiadas costumbres en muy poco tiempo, algo que los demás elfos no aprobaban. En ese momento se dio cuenta de que hubiera deseado tener a Korguen a su lado, pues sabía cómo conectar con los demás de una manera que a él se le hacía imposible.
A pesar de esto, Soren sabía que sus tropas no le traicionarían y le seguirían hasta el final, sobre todo porque el apoyo de su padre para marchar a la guerra había despejado cualquier duda que pudieran tener.
Editado: 13.06.2019