Thoriq se despertó poco antes del alba, así como los últimos días desde que había llegado a la Ciudad del Lago. El encontrarse en estado de sitio no era precisamente la condición más cómoda para poder descansar. Las últimas noches se había acostado tarde y levantado temprano, por lo que constantemente se sentía cansado, aunque a diferencia de muchos otros, al menos él conseguía dormir.
El comandante Julio Viaro, aquél viejo soldado a cargo de la defensa de la ciudad, se reunió con él en la muralla cuando el sol comenzaba a salir por el este, en una hermosa mañana completamente despejada. La relación entre ellos había sido tensa desde un primer momento, pues no le había caído en gracia que le enviaran a otra persona a la que tuviera que tratar como un igual y con la que debiera ponerse de acuerdo en los pasos a seguir para defender su ciudad. Su malestar tenía algo de lógica, Julio se había ganado el puesto de comandante del ejército en esa parte del reino gracias a su grandiosa labor al comandar la defensa del este ante las invasiones valanas hace más de una década. Fue una guerra bastante dura, cuyas secuelas todavía se hacían sentir, especialmente en el número del ejército, que no había podido recuperar su antiguo esplendor.
Para contrarrestar esto, Rhondia había dedicado sus esfuerzos a levantar una serie de defensas y fortificaciones que le permitieran controlar las costas y los pasos con la menor cantidad posible de hombres, proceso que Julio había diseñado y puesto en marcha. Que le pusieran a alguien a su altura le molestaba y no intentaba ocultarlo. A pesar de ello, Julio había cumplido las órdenes de su rey sin oponerse, consultando todo con Thoriq y pidiendo su opinión.
Habían dispuesto en conjunto las guardias y la distribución de la población durante el asedio. A diferencia de lo que pasaba en Taria, todos los ciudadanos querían ayudar, y muchos habían donado comida y pertrechos personales para la defensa de la ciudad. Los hombres en capacidad de luchar, fueron equipados y entrenados (aunque fuera en los movimientos básicos del combate) y los habían puesto como última línea de defensa dentro de la ciudad y como policía local en caso de ser necesario.
En la muralla, habían apostado ya arcos y carcajes en las torres, para que en caso de ataque, las tropas llegaran lo antes posible a sus posiciones. Había también algunas ballestas y sus respectivas saetas. Hasta ahora, todo había resultado inútil, no estaban atacando. Según los reportes de Virianti, la lluvia de proyectiles había sido constante, pero no aquí. El ejército sitiador, estaba colocado fuera, sin ningún interés aparente en iniciar el ataque.
Los defensores intentaron aprovechar ese “tiempo de gracia” para preparar las murallas para el eventual ataque. Especialmente porque cada golpe que dieran debería de ser preciso, la inferioridad numérica era demasiado grande, especialmente si decidían atacar antes de que el ejército enano llegara a la ciudad.
A pesar de lo que los exploradores informaban, Thoriq veía algo distinto esa mañana en el campamento enemigo, había muy poco movimiento, mucho menos que el de los días anteriores, no parecía haber nadie en las primeras carpas, y muy poca en las otras.
Thoriq intentaba discernir algo que le ayudara a darse cuenta del motivo, cuando repentinamente sintió que algo no encajaba. Tomó un arco y flecha, y disparó un proyectil hacia el campamento enemigo, aunque éste estuviese lejos. La flecha pareció desaparecer de la vista a unos ciento veinte metros; extrañado tomó otra, espero unos cinco minutos y la volvió a arrojar, ante la atenta y confusa mirada de Julio Viaro. La flecha desapareció a unos cien metros. Y pronto lo comprendió.
Suena el cuerno – dijo Thoriq exaltado – Nos atacan.
¿Pero como? – preguntó Julio – No hay nadie.
Magia. Debe ser un hechizo de camuflaje. Suena el cuerno ahora - pero Julio no hacía caso al enano.
Thoriq se acercó al veterano comandante y tomó el cuerno que colgaba de su cintura, desplazándolo con el brazo, hizo una gran exhalación que obligó al cuerno a emitir un sonido potente que resonó en toda la ciudad. En cuestión de minutos, las murallas estaban repletas de soldados equipados, inquietos y preocupados. Thoriq se subió a una de las almenas y disparó una saeta apuntando al suelo, a unos sesenta metros de la muralla. Todos observaron el efecto que la misma produjo, cuando una pantalla invisible pareció distorsionarse como una piedra que cae en el agua, algunos dijeron haber visto a un Fe-Gun aparecer y desaparecer un instante, con la saeta clavada en su brazo. Thoriq levantó la mano, indicando a los arqueros y ballesteros que prepararan sus armas, cuando la bajó, una primera lluvia de flechas cayó sobre la muralla invisible, y la distorsión fue tal que todos pudieron darse cuenta de que estaban a punto de ser atacados. Recargaron y aguardaron nuevamente la orden.
Los Fe-Gun, al ser descubiertos, terminaron con el hechizo, dejando a la vista un ataque a gran escala por parte del ejército invasor. Thoriq contó un ariete que se acercaba a la puerta y ocho escaleras con enganches en la parte superior que se acercaban a la muralla. A lo lejos, tres escorpiones comenzaban a lanzar sus grandes proyectiles, sobrevolando la muralla e impactando en algunas casas de la ciudad. Thoriq puso nuevamente el cuerno en sus labios y le hizo rugir fervientemente.
Editado: 13.06.2019