Ariantes: El Hijo del Dragón

KIRTAN MEDRES

Kirtan había quedado a cargo del control de las guardias nocturnas en la muralla exterior. Hacía ya algunas noches que el ejército invasor había instalado su campamento a un kilómetro de la ciudad. Desde aquél día en adelante, todas las madrugadas, aproximadamente a las cuatro de la mañana, las catapultas, escorpiones y trabucos comenzaban un bombardeo de una hora hacia la muralla. Ésta era la más reciente de las construcciones rhondas y aunque sufría golpes duros y algunos baches, resistía el ataque. En la ciudad, los ruidos de los furibundos golpes tenían intranquila a la gente. En los barracones, mantenían agotados a los soldados.

Como todas las mañanas anteriores esa no era la excepción. Kirtan ordenó a todos que se pusieran a cubierto, pero que observaran por cualquier cambio en las formaciones enemigas, para luego meterse en una de las grandes torres. Se sentó en un taburete mientras comía un pedazo de pan y se quitó el casco para tomar un poco más del aire fresco vespertino.

Aprovechó el tiempo para acomodarse la armadura. Utilizaba ahora una armadura pesada, del estilo de la que utilizaban los hombres que combatían en la primera línea. Él, después de tanto tiempo promoviendo el uso de armaduras ligeras para combatir a los desprotegidos orcos, se dio cuenta de que se sentía incómodo con tan pesado aparejo. A pesar de eso, la armadura era un fino trabajo, con distintas placas metálicas que permitían la movilidad, aunque burda, en caso de combate; no era como las viejas armaduras con las cuales él se había criado. Únicamente dejaba desprotegidos los codos y las rodillas, para dar mayor flexibilidad; la protección en los hombros era pequeña, reduciendo el peso; en los muslos, donde generalmente se utilizaba una protección mixta de placas y cota de malla, sólo tenía la cota de malla que cubría hasta un poco más arriba de la rodilla. En su costado, llevaba una nueva espada que le habían mandado a forjar, una espada bastarda de doble filo, con el centro acanalado. Llevaba en su espalda colgado el escudo con el estandarte de Rhondia. Su rostro lo protegía un yelmo abierto con una gran cresta roja, dándole autoridad sobre los soldados rasos, pues ahora era el Primer Jefe de Cohorte, y tenía bajo su mando a diez centurias.

Kirtan no era muy religioso, pero en ese momento sintió la necesidad de rezar a sus dioses, aquellos a los que había desatendido hacía tanto tiempo. No pedía la victoria, como muchos otros lo hacían, el solo pedía no tener que estar aguantando un asedio de largos años, si había de morir, deseaba hacerlo combatiendo, y lo antes posible. Solían decir que los dioses solo responden las plegarias de hombres ricos, por lo que Kirtan se sintió sorprendido al ver que las fogatas distribuidas a lo largo de la muralla se encendían. Se acercó hacia una de las pequeñas ventanas y pudo ver que las tropas orcas y Fe-Gun, junto con sus escaleras, arietes y torres de asedio, comenzaban su lenta pero constante marcha hacia la muralla. Kirtan sonrió mirando hacia el cielo nublado y agradeció en silencio a los dioses. Se colocó el casco a toda prisa y salió a la intemperie. A lo lejos, la tormenta comenzaba a armarse y Kirtan comprendió que ese día Kal, dios del rayo y la tormenta, se encontraba con ellos.

Una vez fuera, dio la señal y las campanas comenzaron a sonar con toda su furia. Dentro de la ciudad, las capillas y la Catedral hicieron lo propio, llamando a la gente a guarecerse en esos lugares. La gente corría y gritaba desconsolada, asustada; pero en la muralla, todos estaban pendientes de lo que sucedía fuera de ellas. Al cabo de unos minutos, los soldados se encontraban ya en sus puestos. Saeteros y arqueros rhondos se encontraban bajo su mando, en otro sector de la muralla; los arqueros elfos respondían a Soren; en la puerta, Carión lideraba la defensa de una fuerza mixta de piqueros rhondos y elfos, al igual que con el resto de “Las Bestias del Rey”. Muy a su pesar, los enanos de Thoriq no habían llegado, ni siquiera había noticias de ellos.

Mientras que los atacantes se acercaban, sus máquinas de asedio seguían disparando sus proyectiles, que debilitaron la estructura, pero no pudieron romperla. Por su parte, Kirtan dio la orden para que los escorpiones montados en las torres comenzaran a disparar, apuntando a las distintas armas de asedio. En especial a las catapultas y escorpiones, pues sabía que los proyectiles de los defensores no podrían romper la estructura de las torres de asedio. Además, dio finalmente la orden de disparar a sus arqueros y ballesteros, que comenzaron a disparar mucho después que los Ar-Gun de Soren.

Los orcos transportaban el ariete y las torres, mientras que los Fe-Gun operaban los escorpiones y catapultas, al igual que las escaleras para subir la muralla. Kirtan prestaba especial atención a su sección de la muralla, aunque no por eso dejaba de observar lo que pasaba del lado del elfo del bosque. Según lo que pudo observar, Se enfrentaría a una torre de asedio llena de orcos y quince escaleras con Fe-Gun. Por suerte para él, las tropas con las que contaba la capital eran distintas a las de Ciudad del Lago; las suyas eran tropas veteranas de los distintos fuertes, algunos habían incluso luchado contra Valandi en la última guerra, mientras que otros habían estado en Zarix, combatiendo a los piratas. Había tropas noveles, pero habían compartido su campamento con los mejores y más aguerridos guerreros.



#20366 en Fantasía
#4368 en Magia

En el texto hay: elfos, enanos, guerra

Editado: 13.06.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.