Ileth era un espectador pasivo de la batalla. Se encontraba al lado del Rey Rikko III sobre la puerta de la segunda muralla. Él no era fanático del combate, prefería más las actividades intelectuales que el combate, especialmente cuando se convertía en una carnicería, con cuerpos moribundos de ambos lados. La muralla exterior, si bien estaba lejos, él podía verla claramente. Rikko observaba la ciudad sin poder distinguir mucho de lo que pasaba, pero su mirada de ceño fruncido, la barba y la armadura de placas color marrón con vivos rojos y dorados, le hacían ver igual que el cuadro que Ileth había visto de Kreno IV, quien fuera el anterior rey y su padre.
Sus compatriotas atacaban sin piedad desde una posición de altura a las tropas humanas y Ar-Gun, arrojando proyectiles con una violencia descomunal. En ese momento se percató de que su pueblo, nacido de un cisma producto de una guerra, había visto revitalizado su espíritu guerrero. En la cultura Fe-Gun, se piensa que los padres transmiten a sus hijos una suerte de memoria ancestral, que queda latente hasta que es necesaria. La frase que dice “Los padres viven en las obras de sus hijos” cobraba gran importancia en sus creencias. Al verlos combatir, Ileth vio la veracidad de ese antiguo dicho.
Gracias a su visión privilegiada era el encargado de transmitir el desarrollo de la batalla al rey, tanto las buenas noticias como las malas. Había comenzado con un buen desempeño en las murallas, pero la fuerza orca en la puerta había dado vuelta la balanza en su contra. Ahora, sus tropas se encontraban arrinconadas por flechas mágicas que golpeaban causando llamaradas altas, quemando vivos a varios de los soldados rhondos, que comenzaban a flaquear, mientras intentaba retroceder de manera ordenada. Por otro lado, Soren y los Ar-Gun, habiendo sufrido pocas bajas, habían ayudado a los humanos a abandonar la muralla, y tomaban un camino paralelo lejos de los proyectiles de los elfos oscuros.
Ileth bajó la cabeza, no quería atacar a su pueblo, pero tampoco quería morir o dejar morir a un montón de soldados que luchaban por resguardar su ciudad, su cultura, su modo de vida. Miró hacia sus adentros, buscando alguna respuesta. Él siempre había creído en el dios Drako, quien sin duda parecía estar ganando la batalla, siempre le había rendido culto. Aunque pocas veces había sentido su respuesta, creía en él de manera ciega. Miró a su alrededor, y pudo ver el resplandor del fuego en los rostros de los Fe-Gun, embravecidos por el sacrificio que estaban haciendo a su dios. Los orcos, que según el emisario enviado por Ulog se habían convertido a la fe en el dios dragón, también parecían estar concentrados y sentir el calor del fuego correr por sus venas.
En ese momento Ileth tuvo una idea que podría infundir el coraje nuevamente en las tropas rhondas. Corrió hacia el torreón más alto, ante la atenta mirada del rey y los soldados allí apostados. Abrió sus brazos de par en par, con sus palmas abiertas mirando hacia arriba. Cerró los ojos y levantó el rostro en forma de plegaria. Comenzó a realizar un cántico, primero de manera muy baja, y luego con mucha más fuerza. Era un idioma que ninguno de los que escuchaba entendía, no era lengua común ni lengua élfica, tampoco era lengua orca. Igualmente, pronto dejaron de prestarle atención, especialmente cuando una parte de la tormenta comenzó a abrirse, el sol matutino comenzó calentar la nuca de los orcos, ya ardida por el fuego. Por otra parte, justo sobre sus cabezas, comenzó a tronar, y los rayos golpearon al suelo y algunas tropas orcas, que cayeron muertas al instante. La lluvia comenzó a caer con una virulencia tremenda, y rápidamente apagó los fuegos que se habían elevado por los proyectiles encantados.
Los soldados rhondos interpretaron que tanto Zax como Kal, sus dioses, habían decidido ayudarles, así como habían ayudado a su padre, Rhod, cuando éste estaba muriendo. Sus corazones se vieron infundidos de fervor, coraje y honor, lo que les motivó a rearmarse, manteniendo las posiciones y conteniendo el ataque orco. A pesar de esto, el ataque era feroz, y aunque los elfos oscuros no dejaban sus posiciones en la muralla, los numerosos orcos llevaban el liderazgo en la batalla. Cuando ya la puerta estaba despejada, los goblins hicieron su aparición, y comenzaron a meterse en las casas, asesinando a todo rezagado habitante que hubiera decidido quedarse en su hogar.
Ileth vio confundido como las fuerzas lideradas por Carión tomaban un desvío y se alejaban, con lo cual los orcos también tomaron el desvío. Otra parte fue en búsqueda de interceptar las tropas de Soren. Al ver esto, el Rey Rikko III, junto con quinientos jinetes, decidió tomar la iniciativa. Ileth les vio partir, sabiendo que el rey no regresaría. Igualmente, decidió no hacer nada al respecto, y siguió con su cántico, que era lo único que mantenía la lluvia y el sol en actividad; sin desearlo se había convertido en el portavoz de los dioses del panteón rhondo.
La marcha del rey comenzó a sonar en las trompetas de los soldados apostados en la muralla, factor que también infundió coraje en sus soldados. Ileth vio a la distancia los rostros de Carión y Kirtan, y pronto comprendió que ellos no estaban de acuerdo con que su rey saliera al combate en esas desventajosas situaciones.
Editado: 13.06.2019