Sentí como si alguien me haya abrazado por detrás y esporádicamente recorriéramos millas de camino en tan solo un par de segundos. Justo ahora, mi habitación había desaparecido de mi vista y lo que veía en cambio era naturaleza y más naturaleza; árboles, maleza por doquier. Por lo que pude apreciar en un segundo, estábamos en un bosque.
Dylan se marea un tanto y se desguanza un poco. Por suerte soy capaz de sujetarlo antes de que cayera al suelo.
— ¿Estás bien? —quiero saber de inmediato
—Sí, sí. —repite sujetándose de mis hombros. —Solo me mareé
—Es normal. —denota Adzoel. —Se repondrá en menos de un segundo
—Estoy bien. Estoy bien —me comunica él de nuevo. Como una señal de que puedo ocuparme de otro asunto. Asiento y me giro hacia él.
— ¿Quiero volver con papá? —expreso con convicción
—Yo igual. —se me une Ariel. — ¡Ya! —tiene los ojos enrojecidos y mantiene sus brazos cruzados
—Hijos no podemos. —responde mamá. —Seguiremos nuestro camino. Su padre se nos unirá
—Pero mamá
— ¡Pero nada Uriel! —me interrumpe ella y con eso me calla. —Vamos a hacer lo que su padre ordenó y no está a discusión. —nos mira a ambos con una mirada muy profunda. Sus ojos se ven cristalizados, aunque trate de aparentar fuerza, sé que por dentro esto le rompe el corazón. —Entiéndanlo por favor. —coloca sus manos en nuestros hombros y presiona un poco. —Justo ahora corren grave peligro
—Pero mamá. No podemos dejarlo solo —alega Ariel con voz triste
—Estará bien cariño. —ella acaricia su mejilla. —Es su padre. —dirige su mirada a mí. —Y es un sobreviviente. ¡Tiene que estar bien!
—Su padre sabe lo que hace. —opina Adzoel. —Sabe cuidarse solo. Él volverá con ustedes. No se preocupen —Dylan se mantenía a su lado
— ¿Y qué es este lugar? ¿Y a dónde se supone que vamos? —escupo con algo de enfado. Él me observa y rápido una media sonrisa aparece en sus labios.
—Es idéntico a su padre —expone mirando a mi madre
—Tal cual —espeta ella torciendo sus ojos a la vez
—Estamos en el bosque Hircano del Caspio. —me responde al fin. —O lo que queda de él —añade echándole un vistazo a los alrededores
— ¿Y qué hacemos aquí? —pregunto ya más calmado. Él camina un paso a mí
—Nuestro destino es el Mar Caspio
— ¿Y qué hay en ese lugar? —inquiere Ariel al instante. Él la observa
—Me temo que es algo que yo también debo descubrir —dice y camina a paso lento sin decir nada más
— ¿Nos estás diciendo que no sabemos lo que encontraremos ahí? —espero a que Dylan se coloque a mi lado y luego comienzo a seguir sus pasos
—No exactamente. —responde sin girarse y sin dejar de caminar. —Sé que encontraremos mucha agua. Y en el interior de esa agua a muchos seres vivos. Entre los cuales quizás pueda encontrarse el ser vivo al que estamos buscando
— ¿Y a quién estamos buscando? —pregunta Ariel. Se detiene y mediamente gira su cuerpo hacia nosotros.
—No lo sé. Solo espero que ese ser vivo sí sepa quiénes somos y sobre todo que vamos a su encuentro. —sonríe de lado y reanuda el avance.
—Genial. Caminamos en medio de la nada. Hacia la nada mientras papá se debate con todo —gruño
—Silencio Uriel. —me reprime mamá de buena manera. —Deja de rezongar por favor. Hacemos esto por ustedes —ella caminaba detrás de nosotros. Abrazaba a Ariel
— ¿Y por qué no volamos?
— ¡NO! —refuta mamá con voz fuerte apenas y suelto la pregunta. Me giro hacia ella. Al igual que Adzoel. —Los aires no son una opción para ustedes ahora
—Hay arcángeles vigilando los vientos. —explica Adzoel. —Por eso deben caminar. Esas fueron las órdenes que recibí
—Caminaremos al Mar y punto. —enarca sus cejas a la vista de Ariel y la mía. Nosotros asentimos. —Andando Adzoel. —le indica ella después y él retoma la caminata.
El bosque se encontraba en pésimas condiciones. El pasto alcanzaba poco más de los cincuenta centímetros de altura; por suerte nuestra piel no tenía que rozar la hierba. Adzoel dirigía, y la masa de pasto se abría a su paso, como una legión de súbditos que se arrodilla a sus pies.
Seguimos avanzando sin que ninguno diga nada. Me llena de furia el tener que haber dejado a papá solo, pero sé que mamá está con seguridad más afectada que todos nosotros, y siento que mi necedad por indagar en el mismo tema solo termine poniéndola aún peor.
Dylan camina a mi lado. La mayoría del tiempo con cabeza gacha. Quisiera saber lo que está pensando, pero no puedo entrar a su mente por más que intento. Quisiera preguntarle, pero me apena el hacerlo en frente de ellos.
En el camino, alcanzo a percibir varios letreros de los que puedo decir que exhalan sus últimos meses de aliento quizás. El paso del tiempo ha corroído el metal y se ha desprendido un tanto de la corteza; una sola punta es la que aún se aferraba al árbol que lo sostenía.