Arnel el soldado

Capítulo 4: Siguiendo el rastro

Nemoria es una ciudad construida en el valle del río Nemor. Antes de llegar a ella te rodean los árboles y te sumerjes en el bosque en el que se encuentra. Desde las colinas que rodean la cuenca del Nemor puedes ver la grandeza de la ciudad de madera. Una alta empalizada se eleva por encima de los árboles circundantes delimitando su terreno. Sobre el río una gran obra de ingeniería en forma de puente de madera une los dos lados. En su interior grandes edificios de hasta cinco plantas contruidos en su totalidad con grandes troncos elevándose hacia el cielo.

 

Arnel ya había pasado por la capital cuando había hecho el viaje hasta Gélida. El clima era mucho menos extremo entre el bosque y se notaba un cambio brusco al encontrarse desprotegido ante los vientos del norte. Le había parecido una ciudad que combinaba bastante bien las últimas manufacturas con los oficios más antiguos como la caza o la tala.

 

En resumen es un sitio que le había parecido interesante, pero sólo estaba allí para ayudar en un caso al Capitán Kroger. Su sargento no le había dado más información, así que Arnel está bastante intrigado y con ganas de llegar cuanto antes al cuartel.

 

Sabe que en la ciudad hay cuatro cuarteles, dos de ellos en cada orilla del Nemor, un tercero en el que se acuartelan la guardia del río y los vigilantes de caminos y un cuarto que sirve para las reuniones de los capitanes en el distrito más acaudalado de la ciudad. Como no puede saber en cuál está el capitán decide acercarse al del norte del río, suponiendo de forma acertada que allí pueden dirigirle.

 

Por lo visto el capitán está en el Bergstadt, que es el distrito más antiguo y con las mejores casas de la ciudad y que sólo los ciudadanos más ricos pueden permitirse comprar o alquilar. La primera idea que llegó a su cabeza fue que el Capitán Kroger era similar al Sargento Tokeston, siempre presto a sumar punto con los nobles de su entorno. Trató de sacudir la idea de su cabeza recordando a Bredor, el señor de Gélida, que no era un mal tipo.

 

El Bergstadt tiene su propia empalizada que, aunque no alcanza la alta cota de la exterior, separa el distrito del resto de la ciudad. Al lado de la puerta de entrada hay una garita en la que varios soldados montan guardia, y se acercó a ellos consciente de que iba identificado con su librea del ejército bien visible por encima de su jubón de cuero, tal y como le habían recomendado al pasar por la puerta exterior.

 

Arnel no es estricto en exceso con su vestimenta. Tal vez es parte de una mente creativa moldeada por la magia, pero no siente la necesidad de mostrar en todos lados que es un soldado, al igual que tampoco lleva largas capas de colores vistosos para ser identificado como un mago. En el fondo tal vez sólo quiere vivir una vida pasando un poco desapercibido, pero parece que los problemas de los demás tienen la idea de amargarle la vida.

 

Se presentó ante sus compañeros que le indicaron en dónde podía encontrar el cuartel del distrito. Tal vez fue impresión suya, pero le parecieron bastante engreidos y un tanto desagradados por su falta de gallardía. En cualquier caso tal vez fuera cosa suya, o tal vez estaban algo moscas porque el capitán pedía a un soldado de otro cuartel para resolver sus casos.

 

Entre sus elucubraciones llegó al cuartel, en cuya puerta monta guardia el soldado con el uniforme más limpio y aseado que había visto nunca. Le informó de que llegaba para ver al capitán y le dejó pasar. Lo que vio le dejó claro que el capitán no estaba allí para agradar a nadie.

 

Los otros tres capitanes están sentados alrededor de una mesa con una maqueta de la ciudad. Están hablando sobre los diferentes delitos que han detectado y cómo se relacionan entre ellos, juntando la información de las bandas que pudieran operar en los diferentes distritos de la ciudad o las afueras. Cuando él entra el capitán Mener está hablando de los diferentes bandidos que sus soldados han encontrado por los caminos, y se paró al verle entrar.

 

El capitán Kroger se levanta como un resorte y Arnel se pone firme.

—Señor, se presenta el soldado Arnel desde el cuartel de Gélida.

—Descansa, soldado —le dice—. Espero que tuviera un buen viaje, parece que este año el invierno se adelante.

Arnel lo miró sorprendido. En todo el tiempo que llevaba en Gélida el sargento Tokeston no le había preguntado ni una sola vez si le había ido bien; él daba órdenes y esperaba que se cumplieran sin más.

—Bien señor, tuve un poco de tregua climática.

 

—Te preguntarás por qué te hice venir —dice el capitán acercándose a una estantería y cogiendo una caja. La dejó sobre la mesa y la abrió, mostrando el contenido al resto de capitanes—. Este es el motivo.

Dentro de la caja está el colgante con la maldición que había convertido en piedra a la señora Daviron y que él mismo había recuperado. No se lo esperaba, pero tampoco había tenido tiempo de pensar en ello.

 

Si ese colgante ha llegado hasta un asentamiento tan aislado como Gélida tiene que ser porque alguien lo ha llevado hasta allí. El cómo y el porqué es lo que le interesa a los capitanes que están allí sentados, temerosos de tener las calles llenas de objetos malditos o mágicos en general, con el potencial de generar un desastre en malas o descuidadas manos.

 

Arnel sale de su estado de abstracción y se fija en que los capitanes lo estaban mirando extrañados de que estuviera mirando al infinito. Se cuadra de nuevo para mostrar un poco de respeto y comienza a hablar:

—Señor, eso es un colgante que encontré en Gélida, en casa de la señora Daviron —Tomó aire esperando que lo interrumpieran—. La señora en cuestión no declara nada con respecto al colgante, pero no tiene suficiente dinero para haberlo comprado —Vuelve a detener sus palabras, pero era una partida de cartas que no podía ganar—. El colgante tiene un hechizo que de forma común llamamos de maldición, ya que cualquiera que se lo ponga queda convertido en una estatua de piedra de manera inmediata.



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En el texto hay: magia, amor y detectives

Editado: 29.05.2022

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