Arnel se despertó feliz de estar caliente debajo de un buen número de mantas. Parece mentira que la noche anterior la hubiera pasado en un barco atravesando el mar helado en dirección al muelle de Gélida. El cansancio le había impedido pensar en nada más que acostarse y descansar, y eso mismo hizo.
Desayunó tarde y se fue al cuartel a correr para llegar a su turno. No se pasó por Grosendem porque la familia le esperado en el puerto cuando llegara y no le pareció correcto dejarse ver tanto por allí. En cualquier caso tenía demasiado en qué pensar para preocuparse por detalles que no llevan a ningún lado.
Al llegar al cuartel vio que las cosas no iban bien por allí. En la entrada están todos los novatos que han entrado con él y varios que llevan un par de años nada más. Los veteranos están encerrados en el despacho del sargento Tokeston discutiendo sobre algo de lo que nos les hacen partícipes.
El sargento Tokeston sale del despacho y al ver a todos esperando a la expectativa bufa y los manda a patrullar la villa a gritos. No parece que esté de humor, pero lo peor es que señala a Arnel y le indica que entre en el despacho.
Allí están todos los veteranos alrededor de la mesa del sargento, con cara de pocos amigos y sin hablar entre ellos. Es una situación que daba bastante respeto y decide callar y esperar a que se dirijan a él mientras intenta enterarse de qué está pasando.
Tokeston se sienta en su silla y lo mira directamente.
—Lo que voy a contar no saldrá de aquí bajo ningún concepto —le dice con una mirada que deja claro que las consecuencias serían serias.
—Quedará entre nosotros —respondió Arnel.
No parece que el ambiente se relaje y, aunque después entendió la situación, en ese momento piensa que está sucediendo algo turbio. Por supuesto que lo está pasando, pero ninguno de los que está en aquel despacho sabe cuán turbio es.
El sargento tira algo sobre la mesa, pero sólo la mirada de Arnel lo sigua con la vista. Se trata de un colgante con una forma extraña atado a un cordel bastante cochambroso. Parece que si limpiasen el colgante sería una pieza bastante interesante.
Mira las caras de los hombres sin entender qué es lo que significaba el colgante.
—Este colgante era de un cabo del cuartel —desvela Tokeston—. Desapareció un invierno hace cinco años y lo dimos por muerto, con toda probabilidad por la mano o la orden de Nigeror, un caudillo teger del norte que nos ha atacado en el pasado.
Pausa su discurso esperando que Arnel entienda ll que le está diciendo y todo lo que implica.
—Vamos a ir al norte detrás de ese desgraciado, y quiero saber si puedo contar con tu silencio.
Arnel respira hondo pensando en lo que le están pidiendo: Iban a ir al norte en donde no tendrían apoyo ni ayuda. Iban a perseguir a un peligroso caudillo que no tenía problema en matar a un soldado o a un cabo. Iban a desobedecer las normas del ejército e internarse en territorio neutral con idea de acabar con uno de los líderes tegel. Era algo para pensárselo. Miró a los ojos al sargento y asintió con la cabeza en señal afirmativa.
—El plan es el siguiente —empieza a explicar Tokeston en cuanto entiende que Arnel está en el barco—. Tenemos a nuestra disposición varios trineos para perros. Podemos ir aprendiendo a conducirlos según avanzamos hacia el norte. Nuestro guía será un tegel que se llama algo así como Bearor, y nos conducirá hacia la isla en la que se encuentra Nigeror. No nos ayudará a asaltarlo, eso es cosa nuestra, pero nos guiará hasta que lleguemos. Por supuesto iremos sin librea ni distintivo de ninguna clase. ¿Alguna pregunta?
—¿Para cuántos días llevamos provisiones? —Pregunta Arnel pensando en la expedición.
—El tegel nos dijo que serán tres o cuatro días. Llevaremos agua y comida para diez días.
—¿Cuándo marchamos? —Pregunta Vosel.
—En cuanto estéis listos. ¿Alguna otra pregunta?
Como nadie tiene más preguntas salen del despacho y cada uno se va a su casa a prepararse. Las provisiones irán por cuenta de la guardia pero el resto es cosa suya. Arnel se prepara con rapidez y se dirige al muelle por la calle de los pescadores. Se para delante de Grosendem preguntándose si debería alertarlos de su ausencia. Aún está dudando cuando la puerta se abre y dos personas salen por la puerta, Vania y la cocinera de la casa llamada Geada. Se toparon de frente con el sorprendido Arnel.
—Oh, ¿Venías a visitarnos? —Le pregunta Vania.
—Eh, no, sí, la verdad es que voy a estar unos días fuera por un tema de la guardia.
—Ah —dijo ella que no parece que tenga ganas de hablar—, que tengas suerte y no te olvides de visitarnos cuando vuelvas —dice ella antes de darse la vuelta y seguir su camino.
Cruzó su mirada un instante con Geada y juraría que le miró mal, a pesar de que siempre se había llevado muy bien con ella. Las vio alejarse sin saber muy bien a dónde iban por aquella dirección, se encoge de hombros y sigue la calle hasta el muelle.
A pesar de haber sido bastante rápido casi todos los soldados están allí, y los que no están tardan apenas unos minutos. Todos los que llevan más de cinco años en el cuartel de Gélida preparados para irse al norte en una misión sin tener ninguna orden y ni lo supieran en la capital. Arnel sospecha que a eso es lo que llaman meterse el líos. Si los pillan, claro.
A pesar del optimismo del sargento no puden más que conseguir un trineo de perros por cada dos, pero los tegel que los vendieron parecen bastante satisfechos de deshacerse de ellos. Un pensamiento fugaz pasa por su cabeza sobre comprar los perros cuando vuelvan si los tegel no los quieren de vuelta. Si vuelven. Son demasiados condicionales en pocos pensamientos y eso le preocupa.