Aroma de la Noche (venus)

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Olivia

Han pasado unas semanas desde el cumpleaños de Elena, y Frederick y yo no hemos hablado desde el beso.

Nos hemos estado evitando, ninguno quiere afrontar el remolino que le causó al otro.

–¿Estás bien, mi niña?– me pregunta Elena que está sentada junto a mí en la sala de biología. El profesor nos convocó para una charla seria y especial. Me preguntó qué cagada han hecho ahora.

Un cosquilleo me recorre el estómago cuando veo a Frederick cruzar el umbral de la puerta. Cruzamos miradas por un momento y creo ver que su cara se sonrojó. No pude evitar sonreír. Me gusta causarle eso.

–Bueno, muchachos, silencio– el profesor de biología entra a la sala, haciendo que todos nos callemos. El señor Harries es alto, canoso y tiene un bigote característico que lo hace parecer Albert Einstein. Este profesor es uno de los más tranquilos y queridos en la institución sea por los profesores o los alumnos–. Hoy les traje unos pequeños regalos muy útiles para el futuro o, para algunos, el ahora.

Todos nos quedamos confundidos. El profesor saca de su mochila una gran caja de madera. El profesor Harries contiene una sonrisa sospechosa, dejándonos a todos expectantes.

–¿Están listos?– de la nada, saca un montón de pepinos y… condones.

Elena y yo nos miramos, sonriéndole nerviosas, y no puedo evitar desviar mi mirada de inmediato hacia Frederick que está en la primera fila de asientos–. Comenzaremos de la siguiente manera: haré grupos de a dos, no importa el género, y tendrán dos pepinos y dos condones. El que coloque mejor el condon se gana unos caramelos. De acuerdo, la señorita Woods y el señor White; la señorita Flynn y el señor Hamilton…– Mierda, me acaba de tocar con Frederick. Miro a Frederick que ya tenía su mirada posada en mí. Me hace una seña para que vaya, y no me queda otra que ir.

–Bueno, muchachos– el señor Harries se acerca a nosotros con los pepinos y los condones en mano–, buena suerte.

Luego de repartir todos los pepinos, nos deja comenzar. Por cierto, deben ponerle un nombre.

–No es muy romántico para una primera cita ¿verdad?– no puedo evitar reír.

–¿Consideras esto una cita?

–Estamos solos, sentados enfrente del otro con un gran centro de mesa y dos condones. Creo que es lo más romántico que vi en mi vida– suelto una carcajada sonora que toda la clase escuchó, especialmente el profesor.

–Comienzen, chicos, menos charla.

–Bueno, supongo que tendremos que empezar. ¿Tú primero?– pregunto con una sonrisa.

–Primero lo primero– susurra acercándose un poco más a la mesa. Copio su movimiento– el que peor ponga el condon le debe un deseo al otro– enarco las cejas cuando sus palabras se desvanecieron el aire. ¿Una apuesta por un pepino? Estoy de acuerdo.

Asiento con una expresión desafiante.

–Entonces, ¿cuál prefieres, frutilla o chocolate?

“Príncipe Pepín” y “Pepinito”, como los habíamos llamado, estaban parados —nunca mejor dicho— en la mesa. Tomo el empaque rosado y lo abro. Lo agarro con todo el cuidado del mundo luego de lubricar. Lo pongo en la punta del pepino y comienzo a desenrollar. Levanto la vista hacia Frederick y su concentración me sorprende: tiene los ojos entrecerrados y la punta de su lengua fuera.

–¿Qué haces mirándome?– pregunta con una sonrisa sin sacar los ojos del pepino

–¡Terminé!– exclamo. Frederick me mira con una sonrisa, bajo mi mirada y veo que él también terminó.

Luego de examinar todos los pepinos, el profesor comienza a explicar la manera correcta de poner un condón.

–Primero– su voz firme y segura, retumbando en el salón–. Revisamos la fecha de caducidad, algo que ninguno hizo. Segundo: lo abrimos con cuidado. Con los dientes no, como en muchas películas. Tercero: identificamos el lado correcto. Si lo pusieron al revés deben sacarlo y usar uno nuevo, porque puede haberse contaminado. Cuarto: apretamos la punta a la hora de colocar para eliminar el aire y dejar espacio para eyacular. Por último, desenrollamos suavemente. Ahora bien, veamos quién se ganó los caramelos– comienza a mirar todos los pepinos, a veces haciendo muecas desaprobando a los pepinos. Hay algunos que no están bien desenrollados o algunos que no tienen el espacio arriba.

Llega a Príncipe Pepín y a Pepinito, y puedo ver un poco de aprobación en sus ojos.

–Okey, ya tengo mi veredicto. Quien se gana los caramelos es Frederick con Príncipe Pepín.

Frederick, que había quedado impactado, se levanta de su asiento a buscar los caramelos, antes me mira y me guiña un ojo, juguetón. Pongo mi mejor cara de culo.

–Tranquila, Olivia, compartiré mis caramelos contigo– me dice mientras me pasa un brazo por los hombros con un caramelo en la boca. Ya sabes con quien puedes practicar, pequeña–. me susurra al oído. Imbécil.

El timbre suena y todos los estudiantes salen del aula. Quedamos solo nosotros dos.

–¿Cuáles son sus deseos, señor White?

–Mmm, primero, una cita. Segundo… revivir el beso–. Sus ojos brillan por un momento, no sé qué hacer. Nos quedamos mirándonos unos segundos que parecieron durar una eternidad, como siempre.

–¿Una cita?– pregunto para desviar un poco la conversación.

–Una cita– se acerca un poco, mirando mis labios. Me quita un mechón de mi pelo negro de mi cara y sus mejillas comienzan a sonrojarse.

–¡Olivia, vamos a llegar tarde!– grita Elena cagando el momento. Miro mi reloj y efectivamente estamos llegando tarde al partido.

–Mierda, nos vemos luego, Fred– sin pensarlo me pongo de puntitas y le doy un pequeño beso en los labios. Qué acabo de hacer, y ¡enfrente de Elena!

Salgo corriendo del aula sin mirar hacia atrás.

–¿¡Qué fue eso, Olivia Agatha Woods!?

Ignoro por completo la pregunta, porque ni yo sé qué fue eso.

Me termino de poner mi remera con el nombre “Luna Salvaje” y mis shorts cortos negros y mis medias negras, como siempre.



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En el texto hay: comedia, romance, amoradolecente

Editado: 17.09.2024

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