Presente...
Axel
No la vi desde la noche que recibí la llamada sobre Juan. La noche que... la noche que tomé su virginidad. Ella había sido virgen. No me esperé eso. Fue la primera vez para mí, también. Nunca me acosté con una virgen antes. Algo sobre
eso me afectó más profundo de lo que me sentí cómodo. Incluso sabiendo que no me encontraba listo para ningún tipo de compromiso, quise hacer una reclamación.
A menudo me pregunté si eso me habría hecho correr al día siguiente, incluso si no hubiera recibido la llamada de Tripp.
Y finalmente, ahí se encontraba. Ya no alejada de mí por su padre, o cualquier otro que se aseguró que no me acercara a ella.
—Anoche. Eras tú —dijo, simplemente.
La encontré en pijama y quise maldecir y golpear la pared con mi puño. No era un tipo violento. Nunca perdí el control, pero justo ahora me encontraba a
punto de hacerlo. Helena se hallaba aquí, nos escuchó a Mir y a mí. ¡Santo infierno!
—No llamaste. No me di cuenta. —Dejó de hablar y sacudió su cabeza. No podía encontrar las palabras. No había ninguna. No tenía una explicación para esto que ella pudiera entender. La observé mientras colocó la leche dentro de la nevera y cerró la puerta. Mantuvo su cabeza agachada y no levantó la vista de nuevo antes de caminar alrededor de la encimera y seguir hacia la puerta.
Tenía que decir algo.
Tenía que explicarme. La llamé, maldita sea. Nunca me dejaron hablar con ella cuando llamé a su casa. Nunca contestó mis malditas llamadas cuando la llamé a su teléfono.
Pero, joder, no se merecía esto. No cuando me confió algo tan precioso como su inocencia.
—Supongo que soy la que puede decir “te lo dije”esta vez—dijo en voz baja al pasar junto a mí. El peso de mi pecho se sintió como si tuviera mil ladrillos en él.
Empuñé mis manos y cerré los ojos. ¿Qué hice? ¿Y por qué? ¿Por qué dejé que Mir jodiera mi vida?
¿Por qué demonios tomé tanto maldito whisky anoche? Nunca vendría aquí sobrio. Y Helena... Helena... ¿por qué Helena se encontraba aquí? Me giré y miré hacia las escaleras. El sonido de una puerta cerrándose. Con Helena no había portazos o gritos. Ella no era de esa manera. Cualquier otra mujer me maldeciría y posiblemente me abofetearía y luego subiría las escaleras con furia y daría un portazo. Pero no Helena. Eso lo hacía incluso peor. Si eso fuera posible.
...Dos meses y tres semanas atrás...
Helena salió de la casa, luciendo insegura de sí misma.
Me tomó veinte minutos para convencerla de que nadara conmigo. Me dio todo tipo de excusas.
Pero yo era algo malditamente persuasivo cuando quería serlo. La camiseta extra grande del concierto de Slacker Demon que usaba cubría cualquier traje de baño que finalmente se puso. La esperé por media hora. Me encontraba listo para subir a
su habitación y traerla para acá yo mismo. Justo acababa de regresar a Los Ángeles hacía unas horas. Encontrarme Florida era difícil cuando todo en lo que pensaba era sobre la dulce sonrisa de Helena. Me hallaba ansioso de estar cerca de
ella.
—Ya era tiempo. Pensé que me dejarías nadando solo —dije, levantándome de la tumbona en la que me recosté mientras esperaba.
Helena se ruborizó. —Lo siento, me tomó mucho tiempo.
Como si necesitara disculparse. Ningún hombre podría, de alguna manera, molestarse con ella ni remotamente. Era imposible. Era demasiado malditamente dulce e inocentemente sexy, lo cual jodía mi cabeza. No podía ser que fuera tan
inocente. Iba a la universidad. Debió tener citas antes. En la preparatoria debió tener chicos detrás suyo.
—Estas aquí ahora. Vamos a nadar. Hace calor hoy.
Helena alcanzó el dobladillo de su camiseta y consideré saltar al agua y no verla quitársela. Eso sería lo educado por hacer, pero demonios si podía convencer a mis ojos de que alejar la vista era una mejor idea. Ellos se dividían entre todos sus
movimientos.
Nos encontrábamos... No podía asegurar lo que hacíamos. Esta era la más extraña relación —si se podía llamar así— en la que jamás me hallé. Helena permitió que me acercara cada día pero aún mantenía sus barreras. No conseguí que mis labios se acercaran a su piel de nuevo.
Mis ojos bebían sus largas piernas mientras la camiseta lentamente se levantaba, revelando un sencillo traje de baño de una sola pieza de cuello alto blanco. No recordé la última vez que vi a una chica de mi edad en un traje de baño de una sola pieza. Pero era blanco. Santa mierda. Sentí que me endurecía mientras mis ojos viajaban desde sus piernas hasta el pezón que pude ver claramente duro bajo la tela.
Me giré y me zambullí en el agua antes de que la asustara hasta la muerte.
Nadé a lo largo de la piscina antes de salir para tomar aire y girarme a mirarla.Caminaba en la piscina a través de la parte inclinada. Maldición, era perfecta.
Levantó los ojos y me sonrió. Fue algo bueno que mi reacción a ella se encontrara oculta bajo el agua.
Una vez que se halló lo suficientemente dentro para que el agua tocara sus hombros, pareció relajarse. Tener su cuerpo en exhibición la ponía nerviosa. Lo tuvo escrito por toda su cara. No pude entender por qué. Fue como lanzarme un desafío. Quería su cuerpo completamente en exhibición para mí. Y quería que a
ella le gustara.
Que lo quisiera.
—Vamos, niña bonita. Ven a nadar con los niños grandes —bromeé. Su boca se frunció. No le gustaba que la llamara niña bonita. Su reacción a ello solo me incitó a seguir haciéndolo.
—No confío en los niños grandes —respondió. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado y levantó una ceja.
Reí para mí mismo, no podía recordar un momento en mi vida en que una mujer me entretuviera tanto.
—¿Tienes miedo?
Sus cejas se unieron esta vez y reí más fuerte. Si querías que Helena hiciera algo, entonces burlarse de ella era el camino a seguir. No daba marcha atrás a un desafío o reto. Había una tenacidad silenciosa en ella que no sabías que existía
hasta que pasabas tiempo con ella.