Helena
—No puedes entrar ahí con ese aspecto —dijo papá cuando entró en la habitación
—La asustarás.
Levanté la mirada llena de lágrimas para ver a mi padre. Nunca lo volvería a ver de la misma manera otra vez. No importa con cuántas chicas follaba y cuántas cosas groseras hiciera o dijera. Todo lo que sería capaz de ver era el hombre allí, sosteniendo la mano de mi madre.
—Vine aquí enojada. Contigo. Con la abuela. Pero ahora, solo estoy... —Me encogí de hombros. No podía hablar con el corazón roto. No quería que supiera que su dolor destrozó mi corazón.
—La protegía. Eras una niña. No hubieras sido capaz de entender, y te habrías enojado con ella. No podía dejar que eso pasara, Helena. Te quiero, hija.
Siempre te he amado. Eres lo único que tengo de la mujer que conocí y quedé completamente enamorado. Pero sigue aquí, incluso si ese espíritu se ha ido. Y la protegeré con mi vida. Siempre vendrá primero. Incluso antes de ti.
Me limité a asentir, porque lo entendí. Antes de llegar, pensé que no existía nada que pudiera decir que me impediría odiarlo. Lo que no esperaba era que, todo lo que necesitaba, era volver a verlo con ella. No tenía necesidad de decirme una palabra.
—¿Con qué frecuencia vienes a verla? —le pregunté.
Papá se acercó a la chimenea, apoyándose en la piedra.
—Tres, cuatro veces a la semana.—¿Y es por eso que dejaste Las Vegas? ¿Porque estás a punto de salir del país de gira?
Frunció el ceño.
—No se siente bien cuando estoy de gira. Los médicos
tienen que sedarla algunos días, debido a que se pone muy agitada. Me necesita.
Puede que no sea la mujer, mentalmente, de la que me enamoré, pero su corazón sabe quién soy. Me quiere cerca. No puedo hacer eso otra vez. Ver la sonrisa cuando entro en la habitación hace todo lo demás menos importante.
No lloraría de nuevo. Él no quería mis lágrimas. Sabía con seguridad de que lloró lo suficiente por nosotras dos en los últimos años.
—La banda te necesita. Tal vez puedas volar de vuelta un par de veces y visitarla, así lo haces más fácil para ella.
Asintió.
—He pensado en eso. Es solo que no sé si será suficiente.
No podía estar aquí y decirle que cante para millones de desconocidos cuando el corazón se hallaba en esa habitación con mi madre. No era mi lugar. No entendía su tormento. Nunca lo haría. Aún no lo vivía.
—Sé que no puedo dejar de lado a los chicos. Me necesitan. Pero esta es mi última gira. He decidido que no puedo seguir haciendo esto. Quiero estar en casa.
Quiero estar cerca de ella.
—Lo siento, papi. —Me callé porque no sabía qué más decir.
La mirada se levantó desde el suelo, en donde permanecía fija, y me miró.
—¿Por qué?
Me mordí el labio, conteniendo el sollozo y oré porque las lágrimas no cayeran.
—Por perderla.
Una triste sonrisa apareció en los labios.
—Solía estar triste. Diablos, solía odiar el mundo. Odiaba la vida. Pero luego, te veía y sabía que tenía que vivir. No tendrías que haber vivido, pero lo hiciste. Ella querría que viviera, por ti. Por la bebé, que con su amor, la salvó.
También sabía que no te querría en mi vida si seguía siendo Killian. Querría que crezcas en la casa que creció con la madre a la que adoraba. Así que hice lo que sabía que desearía. Y creciste para ser su viva imagen, por dentro y fuera. Fui
acusado de amarte más que a mis otros hijos, y lo hago. Maldición, lo hago. Eres mía y de Emmy. No amaba a Georgianna, era una fanática. No amaba a Maryann, no era más que una aventura. Así que no, no amé a sus hijos de la manera que debí. Sólo tengo un corazón, y tu madre ocupa la mayor parte de él. No tengo mucho espacio libre para nadie. Tú eres la única que consideraría para darle espacio.
Sabía que amaba a Mase. El jurado todavía deliberaba sobre Mir. Pero también sabía que trataba de decirme que mi madre es y estaría siempre en su corazón.
Me levanté, acercándome a él. Envolví mis brazos alrededor de la cintura y puse mi cabeza en el pecho. No le dije nada. No tenía palabras.
Sus brazos vinieron lentamente alrededor de mí.
—Nunca quise herirte por alejarla de ti. Pero es lo que tenía que hacer. Sé que has crecido ahora, pero cuando te miro, todavía veo a mi pequeñita en coletas. Cada vez que trataba de decirte, me detenía en su lugar. No fui lo suficientemente valiente para lastimarte. Espero que puedas perdonarme, y a tu abuela. Estuvo de acuerdo conmigo en que no necesitabas saber sobre tu madre hasta que crecieras. Te encontrabas enferma, nena, y sabía que también no podía perderte. Eso me habría destruido.
Apreté mi agarre sobre él y hundí mi cara en el pecho, sollozando en silencio. No podía odiarlo por esto. No era justo, pero lo entendía.
—Te amo —le dije.
—También te amo. Y esa mujer de ahí, te adoraba. No se apartaba de tu lado cuando permanecías en el hospital. Creía que eras nuestro regalo especial.
Recuerdo la expresión de su cara cuando diste tu primer paso. Eras su ángel del cielo, y cuando la perdí, sabía que debía protegerte.
Cerré los ojos con fuerza y luché contra las lágrimas. Quería controlarme para poder volver allí y verla de nuevo. Cuando mis sollozos finalmente cesaron y mis lágrimas se secaron, levanté la mirada hacia mi padre.
—¿Puedo volver ahí?
Alzó la mano, me limpió el rostro y luego asintió.
—Por supuesto.