Axel
Observé como Helena se quedó de pie afuera, en mi balcón, en nada más que una de mis camisetas. Permanecía de espaldas a mí y el viento hacía que su cabello bailara alrededor de los hombros. La abracé antes de que fuera a limpiar
después de nuestro sexo en el mostrador. Luego, tuve que recuperar mi aliento.
Casi le dije…casi le había dicho que la amaba, maldita sea. Nunca. Alguna vez. Casi. Le dije a una chica. Que la amaba. Ni siquiera si el sexo era caliente. Esto no venía a mi mente, mucho menos a mi boca.
Así que ahora tenía que pensar en algo.
¿Lo hacía?
¿Me sentía enamorado de ella?
Envolvió los brazos alrededor del pecho y se inclinó para mirar hacia abajo, causando que la camiseta se levantara y me diera un atisbo de su culo. Estaba enamorado de ese culo. Enamorado de las piernas, también. ¿Pero enamorado de
ella?
La observé silenciosamente y sentí la vena protectora en mi rugir a la vida cuando pensé en alguien mirando hacia arriba y que la viera en mi camiseta,luciendo como una diosa del sexo. No quería a nadie mirándola. Era mía.
Era mía.
Santa mierda.
Era mía.
No la dejaría ir alguna vez, y claro que no quería a nadie más tocándola.
Quería abrazarla y mantenerla segura conmigo. Esto era irracional. Era... era... Me encontraba enamorado de ella.
Tomé una respiración profunda, preparándome para que el momento de pánico que venía junto con ese descubrimiento. Pero no salió. Me sentí completo.
La pesada carga que pensé que llegaría con este sentimiento no permanecía allí. En cambio, podía respirar profundo.
Me moví alrededor del mostrador y fui directo a la puerta. Cuando la abrí, Helena se giró para sonreírme. Esta fue esa sonrisa perfecta que podría solucionar los problemas del mundo. La levanté y cargué a la silla mecedora y nos sentamos, acunándola contra mi pecho. Me sentía, un poco, como un cavernícola en ese momento, y esperaba no golpear mi maldito pecho.
Helena no hacía preguntas; solo se escondió bajo mi barbilla y envolvió los brazos a mí alrededor. Mía. Toda mía.
Tendría que convencerla de esto primero, porque, aunque tenía todo previsto, sabía que ella no. No confiaba en mí. No con el corazón. Incluso si yo le pertenecía.
—Gracias —dije contra su cabello.
—¿Por qué? ¿Por el caliente sexo en el mostrador? —preguntó con una sonrisa en la voz.
—Por ti —le contesté.
No dijo nada más. Así era Helena. No hacía un montón de preguntas. No siempre quería hablar de cosas. Sólo tomaba y aceptaba. Esperaba que aceptara que era mía. O más exactamente, que yo era suyo.
Pasamos el resto de la tarde sentados allí, hablando. Me contó sobre su abuela. No existía ninguna duda de que era especial. Fue criada muy diferente de otras mujeres en mi vida. También hizo una buena imitación adorable de su abuela.
Le hablé sobre mi padre y lo que yo hacía exactamente. Cuando papá se casó con Georgianna, trabajó en la construcción. Ahora, era dueño de su propia compañía de construcción. La compañía abarcaba todo el sureste. Le ayudaba a manejar el noreste de Florida. Manejaba y comprobaba las cosas cuando me
necesitaba. También atendía llamadas telefónicas para las que no tenía tiempo.
Dejé a un lado el hecho de que ignoré dos de llamadas de mi padre hoy. No permanecía en mi mente hablar de negocios, especialmente cuando acabo de descubrir que estoy enamorado. Primero, necesitaba tiempo para adaptarme a esto.—Tengo hambre —dijo Helena mientras se sentaba en el sofá con las piernas en mi regazo.
Sabía que no tenía nada para darle de comer.
—Yo, también. ¿Quieres algo de comida China? —pregunté mientras jugaba con el pequeño anillo de plata en el dedo del pie.
—¿Podemos pedir a domicilio? —preguntó.
Quería solo mantenerla para mí mismo.
—Seguro. Puedo llamar y ordenarlo para que lo entreguen a domicilio.
No respondió de inmediato. Jugaba con sus uñas como si tuvieran las respuestas.
—¿Vas a llevarme a casa esta noche? —preguntó, luego me miró fijamente.
—Esperaba hasta alimentarte y nos relajáramos con una galleta de la fortuna antes de mencionar eso, pero quiero que te quedes aquí esta noche. No quiero llevarte a lo de Mir.
Soltó un suspiro y sonrió.
—Bien. No creo estar lista para volver a eso todavía. Lidiaré con ello mañana.
Tomé su tobillo y la acerqué, haciéndola chillar en sorpresa.
—Estoy protegiéndote aquí todo el tiempo. Pero mañana tengo que trabajar un poco, antes de que me despidan. No tienes que irte. Puedes quedarte aquí. Sólo necesito actualizarme sobre algunas cosas. Luego tengo una reunión en el club a las cuatro.
Arrugó la nariz.
—No pensé en cuánto te apartaba del trabajo. Voy a irme en la mañana. Tengo tenis de todas formas.
Tenis.
Odiaba el maldito tenis.
—Puedo ser más divertido que el tenis —le dije, arrastrándome encima de ella.
—¿Esto es sobre Adam? —preguntó, sonriéndome.
—Diablos, sí, lo es.
Helena se rio y le dio un empujón a mi pecho.
—No deseo a Adam. Creo que dejé eso claro hoy. Y ayer, un par de veces.Tenía un punto. Pero quería que Adam supiera esto.
—Bueno, está bien. Ve al tenis, pero si voy para mirar mientras trabajo no te enojes.
Sus ojos se ampliaron.
—No harías eso.
Me incliné para besar la comisura de su boca.
—Sí, dulce chica, lo haría.