Axel
Hacía esto por él. Era mi hermano. Por encima de todas las cosas que importaban estaba el hecho de que Leo era mi hermano. Pero, madre de todas las putadas, la mirada en el rostro de Helena cuando escuchó el nombre de Mir iba a
mandarlo todo a la mierda. Podía verlo, y tenía que escoger. Escogería a Leo. Era mi familia.
Confiaba en que Helena me creyera. Que supiera por qué hacía esto. Por quién lo hacía. Necesitaba que lo entendiese, ya que perderla no era una opción.
—Lo entenderá. Helena te escuchará cuando se lo expliques, y estará bien con ello. Bianca está probablemente explicándoselo ahora —dijo Leo mientras aceleraba hacia la casa de Mir.
Si esta mierda era real y Augusto golpeó hasta el cansancio a Mir, entonces estaba totalmente a favor de cazarle y dejar que Leo obtuviera su venganza. Mir era un montón de cosas, pero ante todo era la hermana pequeña de Leo. Leo no permitía que se interpusiera entre él y Bianca y protegería a Bianca de ella. Pero si Mir estaba en problemas y necesitaba a Leo, él iba. Era todo lo que tenía. A nadie más le importaba una mierda. Lo hice una vez, pero ella se aseguró de que no lo hiciera ya más.
—Si está mintiendo, podría ser yo quien le dé su merecido—le advertí.Dejó escapar un profundo suspiro.
—Lo sé.
Leo no era ciego a la maldad de Mir. También sabía que ir a salvarla y dejar a Helena no era fácil para mí. No estaba casado con Hele. No le hice promesas con un anillo de diamantes. Bianca tenía todo eso, y ver a Leo huir para salvar a Mir tenía más sentido para ella. Era también hermana de Leo.
Yo no podía reclamar nada de eso.
Joder, mejor que estuviera diciendo la verdad.
Leo se metió en la calzada de Mir, y el miedo de que Helena no pudiese superar esto me golpeó de nuevo cuando mi mirada encontró su pequeño coche negro. Mierda, no debería haberla dejado. Pero Leo me necesitaba. Cuando necesitaba respaldo, ahí estaba. Para eso estaban los hermanos. Nos apoyábamos
entre sí.
Ambos bajamos de la camioneta y nos dirigimos a las escaleras. Axel no llamó; deslizó la llave en la puerta y la abrió. Me sorprendió que tuviera una llave.
Debía ser obra de Killian.
—Miranda —gritó Leo mientras abría la puerta.
Le seguí adentro.
—Aquí —contestó Mir desde la sala.
Leo se dirigió hacia el sonido de su voz.
Se detuvo cuando entró en la habitación, y me paré detrás de él, mirando sobre su hombro.
No mintió.
El labio de Mir estaba reventado y un ojo negro apareciendo en su pálida piel. En cada brazo desnudo tenía huellas de manos que pronto serían contusiones.
Estaba sentada con sus rodillas dobladas contra el pecho fuertemente. Rayas negras de rímel corrían por su rostro. Estuvo llorando.
Esta no era la Mir que conocía. Era la que conocí. Me recordó a la pequeña chica por la que una vez sentí lástima. Aquella cuyos problemas quería solucionar tanto como lo hacía Leo. La amarga, enojada perra no se encontraba en sus ojos cuando nos miró. En cambio, estaba asustada.
—Qué mierda —gruñó Leo y dio dos grandes pasos hasta que estuvo frente a ella y sentado a su lado en el sofá
— ¿Augusto hizo esto? —preguntó Leo.
Su furia estaba apenas contenida, y mientras me quedaba ahí y la miraba, mi ira comenzó a hervir, también.
No me importaba lo que hubiese hecho. Ninguna mujer se merecía esto.
Augusto era un hombre muerto. Si Leo no lo mataba, lo haría yo.
—Sí. Se cabreó porque —me miró y luego de nuevo a Leo—estaba molesta por lo de Axel y Helena. No quería ir, luego quiso tener sexo pero yo no.
Intentó forzarme, pero me defendí. Entonces perdió el control, y cuando me desperté estaba en el suelo y él se había ido.
El cuerpo de Leo se tensó.
—¿Te noqueó? —preguntó Leo.
Asintió, y su mirada se dirigió a mí de nuevo.
—Se enojó antes, pero nunca de esta manera. No creí que fuera así. Sabía que su mujer le dejó y que le tomó dos años para que pudiera ver a su hija de nuevo. Le creí cuando me dijo que nunca le hizo daño. Que ella era una mentirosa —dijo con voz temblorosa.
—Necesitas ver a un doctor. Si estuviste inconsciente, podrías tener una conmoción cerebral. Axel, llévala al hospital y haz que la revisen.
¿Yo?
—¿Qué? ¿Por qué no puedes tú? —pregunté. No necesitaba estar llevándola a ningún sitio. Iba a darle una paliza a Augusto, pero eso no significaba que quisiera llevar de un lado a otro a Mir.
—Voy a buscar a Augusto. Necesito que te la lleves para que la chequeen. Por favor —dijo Leo, levantándose
—Llamaré a Bianca y se lo explicaré.
Lo que significaba que se aseguraría de que Helena supiera qué estaba ocurriendo y por qué. Sólo esperaba que lo entendiese. Leo creía que Helena era bastante fuerte eocionalmente para esto, pero no estaba seguro de estar de acuerdo. Él no sabía cuán insegura era realmente.
—¿Puedo encontrarle? —pregunté.
Leo negó con la cabeza.
—No. Tengo a Dean para asegurarme de no sufrir consecuencias. Tú no.
Tenía un punto.
—No tiene que llevarme. Estoy bien para quedarme aquí —dijo Mir
Leo me miró, suplicando en silencio. Mierda.
—Bien, lo haré. —Miré a Mir
—¿Puedes andar? —pregunté.
Asintió y se levantó.
—Sólo estoy un poco mareada.
Leo la rodeó con su brazo y dejé que la ayudara hasta la camioneta. No la iba a tocar. Ayudaría, pero no la tocaría.
Los seguí hacia su Range Rover. La ayudó a subir, luego se giró hacia mí.
—Tomaré el coche de Mir. Haz que la revisen completamente.
—Llama a Bianca y comprueba a Helena por mí —repliqué.
Asintió.
—Haré eso ahora.
No le di las gracias. Me debía mucho. Rodeé el Rover y abrí la puerta. Subí y cerré de golpe la puerta para dejar salir un poco de frustración. No ayudó.
—No tienes que llevarme —dijo.
—Sí, tengo que hacerlo —repliqué.
—Porque te sigues preocupando —dijo con un tono de esperanza en su voz.
—No, por Leo—contesté, y me giré para ir al hospital, que estaba a unos buenos treinta minutos.
—¿De verdad quieres decir eso? —preguntó.
—Sí, realmente quiero.
—Pero una vez dijiste que me amabas —dijo, sonando herida.
Estuve bebiendo. El sexo fue genial.