Helena
Les tomó sólo tres horas encontrarnos. Axel cerró las persianas y cortinas de las ventanas y las puertas de vidrios que dirigían hacia el balcón. Los autos de la policía también se encontraban afuera, y yo sabía que Leo usaba cada onza de poder que tenía para quitarme los vultures de encima, pero no serviría de nada.
Axel se hallaba encerrado en su apartamento como un animal por mi culpa. Odié eso. Lo observé mientras echaba un vistazo afuera, y yo comenzaba a odiarme. Yo le había hecho esto. Fui egoísta y lo dejé quedarse conmigo. Debí haber corrido. Debí haberlo obligado a dejarme. Debí haberle dicho que su miedo
de preocuparse por alguien que podía perder era muy real conmigo. No tenía la certeza de cuánto tiempo viviría. Él nunca podría embarazarme. Lo vi mirando a Leo con Nate, y supe que quería eso.
Pero nunca podría tenerlo conmigo.
Estaba defectuosa.
Y ahora arruinaba su vida.
Axel se giró y me vio mirándolo. Frunció el ceño y se dirigió hacia mí en unas pocas y largas zancadas.
—No me gusta la mirada que veo en tu rostro. Ignora esa mierda de ahí afuera.
—No puedo. Estás encerrado en tu apartamento por mi culpa.
Axel enarcó las cejas.
—¿Crees que eso me importa? El único problema que tendría con eso es si tú no estuvieras conmigo. Pero lo estás. Y eso hace esto un maldito buen plan.
No pude evitar sonreír ante la mirada provocativa en su rostro. Nunca se cansaba de hacerme sonreír.
—Vas a querer salir pronto —le dije, intentando
recordarle un problema muy real.
Axel no discutió conmigo. En cambio, encorvó su dedo hacia mí. —Levántate —exigió.
Hice lo que me dijo.
Extendió su mano y acarició mi mejilla con el dorso de su mano. —Buena chica —susurró
— Ahora, quítate la ropa —dijo con voz severa. Debí haberme
molestado, pero con ese tono oscuro y sensual sólo atrapó mi atención de una manera muy diferente.
—¿Qué? —le pregunté, comenzando a respirar más fuerte.
—Dije que te quitaras la ropa. Sé que me escuchaste perfectamente —dijo Lentamente.
Pensé en argumentar, pero por la forma en que me miraba cambié de opinión. Agarré el cierre de mi falda y lo bajé, dejando que la falda cayera a mis pies. Agarré el dobladillo de mi blusa con ambas manos y la levanté por encima de mi cabeza lentamente. Si quería jugar, decidí que yo también jugaría. Cuando dejé caer mi blusa al suelo, su mirada me quemaba. Casi podía sentir el calor quemando mi piel. Me eché hacia atrás y desabroché mi sujetador antes de dejarlo caer hacia delante. Lo dejé colgar en una de mis manos y luego lo dejé caer delante de él.
—Las bragas —dijo con voz ronca.
Tomé un esfuerzo extra en contonearme para salirme de ellas, luego me quedé allí de pie mientras su ardiente mirada calentaba mi cuerpo y lo hacía hormiguear en todas las áreas correctas.
—Ningún hombre se arrepentiría de estar encerrado contigo —dijo en voz
baja y extendió una mano para ahuecar uno de mis hinchados y necesitados senos en sus manos
—Esos pezones tan sensibles. Ni siquiera necesitan que los toque.
Duros como un caramelo de sólo mirarlos —murmuró. Pensé que debería señalar que los pezones de cualquier mujer se pondrían duros si los miraba de esa manera.
Pero no quería pensar en eso. Sólo quería pensar en nosotros. En nadie más. Sólo en nosotros.
—Depilar ese coño debería ser malditamente ilegal. Es injusto. Un coño así de malditamente perfecto no debería hacerse aún más irresistible. Un hombre no puede manejar tanto.
—Sus manos se deslizaron hacia abajo para ahuecar mi
monte de Venus desnudo y yo gemí. No tenía la certeza ahora de que juego jugábamos, pero me gustaba.
—Mojada. Siempre tan mojada. Te pones caliente tan fácilmente. ¿Qué te pone caliente? ¿Qué es lo que te hago que te pone caliente? —preguntó mientras
sus dedos se deslizaban por encima de mi húmedo calor.
—No necesitas demasiado. Sólo una mirada tuya y me pongo caliente —le dije.
Una sonrisa satisfecha tocó su boca y cerró el espacio entre nosotros.
—Sólo una mirada, ¿en serio? Eso va hacer que sea más difícil para mí de mantener mis manos fuera de tus bragas. Ya pienso en besarte y saborearte todo el maldito día.
Sabiendo que tu coño está mojado va hacer que te folle en algunos lugares peligrosos —susurró cuando besó mi cuello.
Me estremecí y agarré sus brazos para sostener mis piernas. Su mano todavía trabajaba su magia sobre mí y me encontraba cerca de tener un orgasmo mmmentre sus palabras obscenas y sus dedos.
—Fuiste hecha para mí —dijo, haciendo que me detuviera. ¿Qué quiso decir
con eso? Era terriblemente cerca a algo más. No podía amarme. No lo sabía. No me
amaría cuando lo descubriera.
Quería olvidar. No quería que dijera nada más. Levanté mi pierna izquierda y la envolví alrededor de sus caderas, abriéndome para él. Sus dedos se hundieron en mi interior y gruñó.
—Malditamente flexible —dijo, besándome en cada parte que su boca
tocaba. Mi oreja, mi mandíbula, mi cuello.
—Voltéate y agarra el respaldo del sofá.
Cuelga este dulce trasero para mí —exigió.
No pregunté, simplemente lo hice. Quería hacerlo. Sus manos ahuecaron mi trasero y lo azotó suavemente. Grité y lo azotó más duro.
—Me gusta ver la huella de mi mano formada en tu piel —dijo, acariciando el lugar que había azotado. Me retorcí, deseando el orgasmo que me encontraba tan cerca de alcanzar.
—Mi chica está contoneándose. Le gusta. —Me azotó de nuevo, más duro
esta vez, y grité—.Mierda, eso es lindo —gruñó Grant, y luego sus labios rozaron
la piel punzante. Sacó su cálida lengua y lamió el punto sensible. Saber que su boca
se hallaba tan cerca de otras áreas me puso ávida.
—¿Qué es lo que quieres, dulce chica? ¿Necesitas que azote algo más? —
preguntó. Yo no sabía cómo responder. Sólo quería ese orgasmo que él causaba
que se construyera. Iba a ser diferente de los demás. Lo sentía.