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El silencio se entendió en toda la habitación por novena vez, Allen intentaba hacer un poco de conversación entre nosotras, pero mi mirada perdida y dé indiferencia hacia que ella se callará al instante.
Estaba en el mismo lugar desde dos horas, mirando ese tan delicado y fino hilo que se escondía entre las delgadas telas de rojo. Hacia que dudase de mi realidad, o si de verdad estaba en otro lugar que no era el gran cielo que siempre esperé durante mi corta vida.
Allen intentaba una y otra vez, hacerme reir con sus chistes carentes de gracia. Lo cual funcionada solo cuando ella se tropezaba con algunas de las cortinas.
—Señorita,¿no tiene hambre? — se sentó en un pequeño asiento blanco exhausta.
—No —respondí sin mirarla. Me sentía derrotada por el mismo destino, no sabia que hacer. Pensé en la desesperación que cualquiera fuera sentido o la gran confusión al ver que no llegaron al lugar prometido.
Creo que no estoy cuerda ni sensata para haber tomado está situación con normalidad.
Miré de reojo a Allen, ella intentaba respirar con normalidad después de haber arreglado mi enorme habitación ella sola. Tal vez, ella me pueda ayudar con todas mis dudas.
—Allen... —susurré, ella en seguida posó su atención hacia mi, la miré abrumada y confundida —¿Qué es esté lugar?
Ella sólo me miró por un momento,debatiendo si hablar y expresar lo que aparentemente. Ya sé había dado de cuenta.
—Señorita... —se levantó — Está en Inglaterra —abrí mis ojos de golpe, me senté con mi mirada atónita.
—¡¿Qué?! — ella me miró intrigada.
—Señorita ¿Por qué se sorprende? —se acercó lentamente con intranquilidad en su rostro.
Empecé a negar con la cabeza con notorio impactó en mi cara. Eso no puede ser, simplemnte irreal.
—Allen... —la miré con una pizca de esperanza — ¿Esto es broma? ¿No? —se sentó a mi lado.
—No señorita —acarició mi cabello —, está de vuelta a su maravillosa realidad.
Miré su cara, ella me miraba con ternura mientras trataba de calmarme con susurros.
—¿Maravillosa? —dije mientras volteaba mi mirada menlacolica.
—Señorita no lloré —sus manos cálidas agarraron con sutileza mi rostro, girándolo con suavidad hacia ella —, está muy pequeña como para saber algunas cosas de la vida, por el momento —seco las pequeñas lágrimas que salían en el inicio de mis ojos con sus pulgares —. Disfrute de su vida y los lujos que está te da —toco mi nariz sonriendo —¿Vale, señorita?
—Vale, Allen —sonreí, tal vez no es de todo mal pensar positivó en un caso de desesperación.
—Bien señorita —se levanto examinandome —¿Qué le gustara a un niño de diez? —colocó su mano en su barbilla pensativa.
—¿Un niño? —la miré confundida.
—Su prometido, señorita —dijo con obviedad.
—Un niño no puede ser mi prometido —exclame con algo de disgusto —, eso es un delito —dije con desesperación en mi cara, Allen río entre dientes.
—La señorita será una gran mujer cuando crezca —caminó hacia una puerta blanca.
—Soy una mujer —de veinticuatro años precisamente.
Escuché como reía mientras se giraba sobre su talones.
—Señorita, tiene nueve años de edad —sonrió alegremente —. Le encantará conocer a su futuro amor.
"¡¿Qué?!"
Era lo único que resonaba en mi aturdida y impactaba mente en blanco,esto es broma ¿cierto?
Me levanté rápidamente hacia el amplio y grande espejo que cubría unas de las altas y gruesas paredes de blanco.
Agache mi mirada hacia el suelo, no estaba lista para ver mi impactante apariencia. Pero la curiosidad era unos de mis mayores defectos, por ende, mi mirada se empezó a alzar poco a poco en dirección hacía la imagen que me brindaba el espejo con bordes dorados.
Mis ojos en focaron en el reflejo unos pequeños píes finos y delicados. Mi cuerpo era cubierto por un vestido lila con una fina tela de algodón casi tras lúcido. Mis pequeñas manos solo podían estrujar la tela contra si, mientras veía con cautela varios mechones negros caer por mis pequeños hombros. Trague grueso, mi delicada cara tenía varios rubores en las mejillas, mis labios estaban resecos.
Toqué mi cara mientras sentía mis manos temblar, unos vivaces ojos grices adornaban mi rostro con impacto.
—Que narcisista, señorita —se río mientras se posaba detras de mi, la miré a través del espejo nerviosa.
—Allen.. Yo. —trague grueso, giré mis talones hacia su dirección —¿En qué siglo estamos? —la miré con intensidad.
—Siglo quince —me miró curiosa —¿por qué, señorita? —bajé la mirada.
—¿En dónde estamos actualmente? —al principió Allen me miró en silenció, antes de caminar hacia la puerta de salida.
—En un lugar lejos de la ciudad —agarró la perilla—, debería cuidar más su pañuelo, señorita. Fácilmente lo puede extraviar.
Giré mi cabeza a hacia el pañuelo que reposaba en la mesita de madera al lado de mi cama. Nessa lo había dejado ahí después que las sirvientas entraran con todas las comidas que ella había pedido antes para mi.
Ladeé mi cabeza un poco, tenía dos espadas formando una equis, atrás estaba un escudo plateado que era cubierto por algunas rosas que se posaban arriba de el. Sus colores llamativos, hacían que mi curiosidad aumentaran.
Caminé hacia el hipnotizada, lo agarré entre mis pequeñas manos y con una voz curiosa pregunté :
—¿De dónde? —giré mis talones hacia ella, Allen mi miró sonriendo.
—Ese pañuelo le gusta bastante señorita —asentí —, siempre dice que ir a visitar algún día ese lugar.
—¿Lugar? —sonreí tontamente —¿Me lo puedes recordar? Se me olvido.
Ella me miró con ternura —Camelot.
—¿Camelot? — repetí incrédulamente, siento que lo he escuchando en algún lugar antes.
—Y ese pañuelo es un pequeño regalo del duque a la señorita —sonrió. Miré el pañuelo con atención.