Una vez que Mael había abandonado el hospital, y aunque había dicho que debía volver al trabajo, esto no era del todo cierto y a donde se encaminó fue hacia el bosque. No obstante, gimió internamente al identificar al berserker que corría a su lado, porque él había tenido la intención de primero serenarse y segundo intentar entender por qué se sentía tan mal, pero con semejante compañía ambas cosas lucían poco menos que imposibles, ya que Thorheld se especializaba en amargarle la existencia a todo ser viviente. Después de mucho correr decidió detenerse y se echó al lado de un árbol.
Mael también cambió de forma y Thorheld lo miro de manera evaluativa, aunque él no le estaba prestando atención pues tenía los ojos cerrados.
No había terminado de decir aquello cuando un rayo aterrizó justo a sus pies.
A pesar de que la última cosa en la que Mael habría podido pensar en aquel momento era en la risa, esta fue inevitable y casi inconsciente.
Las ninfas no eran especialmente buenas para detectar las energías, de manera que los berserkers usualmente les hacían creer que estaban cayendo bajo su influencia y después de pasar un rato especialmente agradable, se marchaban dejando a aquellas criaturas furiosas. Por lo anterior y a pesar de la negativa de Thorheld, ella había seguido avanzando hasta que fue detenida por la voz de Mael.
Alseides era una de las pocas ninfas, aparte de las que habitaban en las propiedades de los Cornwall, que conocía a Mael no solo como el padre de Elijah, sino como uno de los elegidos por los señores de los elementos, de modo que cuando lo escuchó quedó paralizada.
Mael pensaba que no eran necesarias las disculpas, no solo porque no lo había molestado, sino porque eso era virtualmente imposible y al final la fastidiada iba a resultar ella.
A continuación, Thorheld salió despedido chocando aparatosamente contra un árbol.
Mael se llevó las manos a la cabeza y pidió misericordia a los Dioses, pero, aunque Thorkind, el padre de Arkyn, le había recomendado pedir asistencia a los mismos si su hijo lo fastidiaba más allá de lo soportable, Mael sospechaba que con este ningún Dios iba a escucharlo. Él necesitaba urgentemente pensar y más que pensar ordenar el caótico revoltijo de emociones que estaban haciendo su vida miserable.
Una vez que él había superado la difícil etapa y el enorme trabajo de reconstruir su vida después de la boda de Samantha, se había dedicado con ahínco al trabajo y a la crianza de su hijo, y aunque había tenido ocasional compañía femenina, ninguna se había convertido en una relación estable, pues solo cumplían la elemental tarea de satisfacer un natural y básico instinto y con eso tenía bastante. No obstante, durante los últimos tres años, y aunque el frenético tren de trabajo le dejaba poco o ningún tiempo para la diversión, Mael había comenzado a sentirse extrañamente solo, y las pocas veces que había estado con una chica terminaba sintiéndose sumamente vacío y triste, pero si bien no entendía por qué le sucedía aquello, tampoco tuvo mucho tiempo para preocuparse por eso y siguió con su vida como pudo.
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Editado: 28.11.2023