Arzhvael (libro 10. Criaturas Mágicas)

Cap. 42 Extraña visita

 

Elar estaba al tanto de que Iván no necesitaba dormir, pero normalmente se acostaba lo mismo entrando en estado de relajación profunda, y aunque parecía dormido, en realidad no lo estaba. Sin embargo, aquella noche después de la ruidosa cena y de compartir un rato en el salón, se despidió de todos, subió a su habitación, y aunque procedió del mismo modo que solía hacerlo, fue claro para Elar que no lograba relajarse. No obstante, ella decidió guardar silencio, porque había notado la preocupación de su marido durante la cena y el rato que estuvieron en el salón, ya que prácticamente no dijo nada y parecía ausente.

Por supuesto Elar estaba acertada, porque después de la conversación que Iván había sostenido con Izek, se sentía perdido y por primera vez no estaba seguro de cómo proceder. Él había crecido con una serie de conceptos con respecto a su raza que Izek había echado por tierra y dejaba claro el enorme vacío de información que poseían los arzhvaels. Entre otras muchas cosas, ellos siempre habían creído que los vampiros eran incapaces de manejar cualquier cantidad de energía, pero ahora y después de escuchar a Izek, pensó en lo necios que habían sido y que Eowaz estaba acertado al sostener que uno de los mayores errores de los seres pensantes era creer que ya lo sabían todo.

Iván intentó hacer memoria, pero aparte de lo mucho que se había esforzado por borrar cualquier recuerdo anterior a su salida del mundo en el que había nacido, los mismos en realidad no parecían muchos. Aun así, puso al servicio de su necesidad todos los conocimientos adquiridos y logró atrapar el primer recuerdo importante.

Cuando él tenía alrededor de cuatro o cinco años y en una oportunidad en la que Eve parecía enferma, Ioan hizo que llevasen a Levka a la habitación. Aquel era el primer recuerdo que Iván tenía de Levka Stvaren, porque si lo había visto con anterioridad, algo muy probable, él no lo recordaba y lo que sí recordó fue lo mucho que se sorprendió al verlo por lo diferente que era de los demás. Uno de los mitos con respecto a su raza y del que él y su hermana habían sido prueba de lo erróneo del mismo, era el que sostenía que todos los vampiros debían tener el cabello y los ojos negros, porque si bien era cierto que tendían hacia los colores oscuros, no era una característica invariable como en el caso de los Uzkys. En ese momento recordó que Ioan no tenía los ojos negros ni rojos, aunque él solo los recordase así, y que en realidad eran gris acero, y Levka Stvaren los tenía insólitamente azules, al igual que Izek, algo a lo que tampoco había prestado atención nunca.

Iván hizo a un lado las características físicas y se concentró en lo realmente importante intentando reconstruir la breve conversación que había escuchado en aquella oportunidad.

  • Levka, mi hija debe haber ingerido espino

Aunque Iván no estaba muy seguro de que aquellas hubiesen sido las palabras exactas de Ioan, sí recordaba que el espino había sido el tema central. Después de eso Ioan había abandonado la habitación y Levka se había acercado a la cama de Eve.

  • Sabes que no es eso ¿verdad? – le preguntó a Evarig, pero Iván no recordaba que ella hubiese dicho nada – Son vampiros, Hersivï, y nada va a cambiar eso – había continuado Levka – No puedes quitarles la sangre y…
  • No me digas lo que puedo o no puedo hacer con mis hijos

Aquel repentino recuerdo sorprendió a Iván, porque ni la actitud ni el aspecto de Evarig se correspondían con los que vivían en su memoria, porque en ese momento no era la madre dulce, sino una furiosa vampiresa que miraba a Levka a través de dos rubíes encendidos de ira.

  • Te pido disculpas, Hersivï – dijo Levka sin alterarse
  • Vete
  • Déjame ayudarte
  • No puedes
  • Sí puedo – insistió él – No eres tú la única con sangre arzhvael

El recuerdo de Iván se había cortado en ese momento y no estaba seguro de por qué, pero después de eso y por mucho que se esforzó, lo único que logró recordar fueron los ojos de Levka mirando a los suyos.

Iván abrió los ojos y después de comprobar que Elar estaba dormida, salió de la cama, se vistió a toda prisa y abandonó la habitación. Aunque la conversación con Izek parecía haber abierto una puerta trampa que escondía los recuerdos de su infancia, tenía la incómoda sensación de que algo se le escapaba. Estaba por bajar las escaleras cuando escuchó las voces de los gemelos, de modo que se giró y se dirigió hacia las otras. Una vez que llegó al estudio, decidió que no quería estar allí y abandonó la casa.

Cuando llegó a las puertas de Lorzii, sintió que la brisa helada golpeaba su rostro mientras recordaba que la última vez que había estado allí había sido para deshacerse de su humanidad antes de ir a hablar con Ioan. Avanzó hacia la entrada a través de la fría oscuridad de la noche hasta trasponer las puertas del castillo, pero no había dado más que unos pasos dentro cuando escuchó una voz a su espalda.

  • ¿No te parece que es muy mala idea ir por allí solo a estas horas?
  • Aunque eres muy fuerte y todo el asunto, Nat tiene razón, padre
  • ¿Nat? ¿Eve? – preguntó innecesariamente – ¿Qué están haciendo aquí?
  • Creo que eso es obvio, papá – dijo Nathaniel
  • La pregunta es… – dijo Eve acercándose a él con una ceja elevada – ¿Qué estás haciendo aquí? Porque por si lo has olvidado, el psicópata que tienes por padre…
  • ¡Eve! – exclamó Nat
  • Aclaremos algo, Nathaniel Vladimir, que tú hayas perdido la cabeza por ese infeliz, no lo hace mejor, así que déjame en paz – dijo ella con su habitual delicadeza
  • Niños… – intentó Iván
  • Continuando contigo, papá – lo interrumpió Eve – es muy necio de tu parte salir en mitad de la noche sabiendo que es muy posible que el cretino aquel esté esperando la oportunidad para cobrarse el ataque a Rejett




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